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QUERENCIAS
Por J. M. Pasquini Durán

En La Matanza, Florencio Varela, General Sarmiento y Merlo, cuatro de cada diez personas en condiciones de trabajar no consiguen empleo. En cambio, uno de cada tres ocupados se mata trabajando, 62 horas semanales en promedio, a cambio de míseros salarios. Algunos podrán imaginarse que dinamitando edificios podrán eliminar la pobreza y la violencia, pero se equivocan. Apenas asienta la polvareda, vuelven a asomar los rostros de la miseria y del rencor. El puñado de muchachos que enfrentó con piedras a la infantería policial en Tres de Febrero, durante la voladura del complejo rebautizado �Fuerte Apache�, es apenas una patrulla del enorme ejército de jóvenes de ambos sexos que han sido abandonados a la mala suerte. En la población urbana del país, cerca de cinco millones de personas con edades entre 15 y 28 años (54 por ciento del total) no reciben educación y el 50 por ciento no tiene obra social o cualquiera otra cobertura de salud. ¿Acaso hay que explicar el llanto de las mujeres que veían derrumbarse sus míseros hogares? Muchas de ellas abandonaron las paredes de cartón y lata de la villa hace treinta años para regresar ahora al punto de partida, más desamparadas que nunca.
Pocos saben por qué sufren el tormento de Sísifo y, al no tener las respuestas adecuadas, siguen falsas promesas, eligen mal a sus gobernantes y recaen en nuevos círculos infernales. Sin embargo, hay explicaciones de la razón para lo que aparenta ser la fatalidad divina. Según el académico Julio G. Olivera, �una tasa de desocupación que no baja del 20 por ciento anual, equivale cada dos años y medio a una destrucción del producto nacional real que alcanzaría a una suma de 300.000 millones de pesos�. El economista J. Fuchs comentó ayer, en este diario, que en la década del noventa, la del menemismo, �a los asalariados argentinos se les han restado ingresos totales, por distintas vías, estimados en una suma global que oscilaría entre los 300.000 y los 350.000 millones de pesos�. La misma fuente calcula que por cada dólar invertido en el país salieron de ocho a diez dólares. Dicho de otra manera, por remesas de ganancias al exterior y otros rubros se escapan cada año alrededor de 30.000 millones de pesos, equivalentes a la tercera parte del presupuesto público total (nación, provincias y municipios). Puede agregarse lo sabido acerca de la evasión fiscal premeditada y alevosa, el contrabando y otras trapisondas que producen plata negra y engordan cuentas particulares en paraísos fiscales (90.000 millones de dólares en esos depósitos, según estimaciones oficiales). 
En lugar de estos datos, la difusión mediática favorece el discurso vulgar de funcionarios y economistas conservadores que atribuyen todas las desgracias al despilfarro de los gastos públicos (que lo hay también, por supuesto), como si los empleados públicos y los políticos parranderos fueran los únicos culpables de la decadencia, o a los compromisos de la deuda externa que les sirven para instalar mensajes de impotencia: pagar es tan malo como no pagar, o sea sólo queda la resignación. 
De lo que son culpables los políticos es de permitir la corrupción (que se lleva otra buena tajada) sin culpa ni castigo y de amparar, por cobardía o complicidad, a los verdaderos beneficiarios de la catástrofe nacional. Son tan obsecuentes con los argumentos simplistas que se revuelven furiosos cada vez que alguien insinúa o sugiere cualquier variante al modelo establecido. Acaba de empapar a Raúl Alfonsín una lluvia de descalificaciones porque se le ocurrió fantasear con lo que se podría hacer si hubiera una tregua de dos años en el pago de la deuda externa. Sacrílego, hereje, iluso, menudearon los improperios pronunciados a coro por los sacerdotes profanos del mercado y por los �realistas� de la globalización. 
Es verdad: Argentina no debería andar por el mundo pasando la gorra, porque posee enormes recursos, en primer lugar una mayoría de población honesta y laboriosa. Pero sufre de una de las más injustas distribuciones de la Tierra. Por eso, en un territorio rico y vasto, con todos los climas como alardeaba Carlos Menem ante mandatarios extranjeros, siete de cada diez argentinos están obligados a hacinarse en media docena de ciudades, con la mitad de los vecinos condenada a la escasez extrema. En vez de hablar del cáncer que se expande, gobernantes y mercados recetan medicinas para el resfriado: �Hay que bajar el riesgo-país�, �disminuir el gasto público�, �profundizar el modelo�, �ajustar en las provincias�, �bajar el costo argentino�, y otros lugares comunes del mismo estilo. La cura del cáncer es posible, claro, pero ningún remedio será efectivo si no comienza por aceptar la necesidad de redistribuir la riqueza con sentido de equidad y decencia. Esto sería realismo de verdad.
�Hacer política asistencial con el escándalo de la actual distribución del ingreso en la Argentina puede ser concebido como un intento de justificación inaceptable desde el punto de vista ético y moral. En definitiva, debemos afirmar que entendemos que el asistencialismo es una engañosa tentación cuando se presenta como una alternativa sustitutiva de la justicia social.� Así dice el documento dirigido a la inminente sesión plenaria de los obispos católicos que firmaron algunos acólitos del cardenal Primatesta. Más aún: la asistencia tiene bolsillos flacos y patas cortas, como está sucediendo con los matanceros que cortaron la ruta 3. La obsesión fiscalista achica los presupuestos y el cálculo político los restringe más. Lo dijo con todas las letras la ministro de Trabajo, Patricia Bullrich: �Si les damos más (a los de la ruta 3) el lunes tendremos doscientos cortes de rutas en todo el país�. ¿Podrán desalentar las protestas cerrando la Bolsa? Lo más probable es que tengan que apelar a los gendarmes, con riesgo de sangre, como ocurrió en Corrientes al principio de este gobierno. 
Puede ser que apaguen dos o veinte fogatas, pero la paz social seguirá amenazada porque la injusticia básica no dejará de calentar los ánimos, sin contar con que las maniobras electorales de la oposición el próximo año vuelvan más agria la situación. Y ése es un riesgo-país que acobarda al capital tanto como los balances en rojo. Para colmo, el presupuesto 2001 presentado al Congreso y el nuevo plan �reactivador�, según las opiniones expertas, podrían cobrar nuevas víctimas en lugar de rescatar a las que ya existen. Por lo pronto, han cosechado adhesiones de Alvaro Alsogaray, Roberto Alemann y otras figuritas del mismo palo, para no mencionar el entusiasmo de Domingo Cavallo, que ayer mismo se ofreció para ocupar la vicepresidencia vacante. Hay quienes consideran que la derecha está acercándose a la Alianza, aunque una mirada más independiente detecta el movimiento a la inversa: el Gobierno está cada vez más cerca del campamento de los conservadores.
Para aumentar la confusión de estos días, Chacho Alvarez acaba de instar a sus legisladores para que respalden lo mismo que Cavallo, en una curiosa lógica asimétrica que condena a la vieja política pero deja a salvo la vieja economía. La coincidencia en las adhesiones aparece contradictoria cuando se la analiza desde un punto de vista anterior que ubicaba al Frepaso en el centroizquierda de la coalición de gobierno. Al decir de las crónicas de los asistentes al encuentro partidario de ayer, Alvarez considera hoy en día que su fuerza no está a la izquierda sino �en el corazón� de la Alianza, una definición tan intrigante como la conducta última del ex vicepresidente. 
De momento, para desahogar la bronca de los descontentos, la ministra Fernández Meijide ofreció las dos mejillas al cachetazo de la opinión popular cuando descubrió que tenía tareas urgentes e impostergables en Biarritz, sofisticado rincón francés, en lugar de quedarse a lidiar con los impacientes piqueteros que no soportan la obligada austeridad del momento, que los vuelve ingratos además de hambrientos. No entienden la contracción al deber de la misma persona que cosechó millones de votos como diputada y senadora porteña, como candidata bonaerense a la gobernación y precandidata a la Presidencia nacional. Otro malestar público causó la comitiva de 500 miembros que viajó a Roma con devoción papal de 850 pesos per cápita, para postrarse a los pies de Santo Tomás Moro, autor de Utopía y futuro protector de políticos y gobernantes, quien fue decapitado porque se negó a renunciar a sus convicciones. Con ese ejemplo, ninguno de sus protegidos acepta apostar por ninguna utopía. Mejor el pragmatismo más crudo, que ni siquiera despeina. 


 

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