Por Julio Nudler Lanzarse como candidato a vicepresidente de la República desde la tribuna de un fondo de inversión, a la sazón el Dolphin Fund Management, como hizo Domingo Cavallo el viernes ante una platea de financistas y empresarios, es toda una definición o un certificado de origen, y una profesión de fe mercadual y capitalista. Se trata, específicamente, del fondo que actuó durante los años �90 como portfolio manager en la Argentina y el resto de Latinoamérica del megaespeculador George Soros. Más sutil tal vez, como símbolo, es que el fondo elegido por Cavallo para su autopostulación se llame Delfín, lo que equivale a heredero del trono, o en este caso del cetro presidencial de Fernando de la Rúa. Fuera de estas significativas connotaciones, la sorpresiva jugada del Mingo responde a una arraigada convicción suya. Cavallo piensa, quizá desde que instauró la Convertibilidad en 1991, que la economía no se puede manejar desde el Ministerio de Economía. No basta. Para aplicar efectivamente un programa económico es imprescindible controlar, como mínimo, otras tres carteras: Interior, por su relación con las provincias; Desarrollo Social, por la administración del gasto social, y Trabajo y Seguridad Social, por su papel en el régimen laboral y en el previsional. Mejor aún si también se gravita en Salud y en Educación para introducir en esas áreas los principios capitalistas y sumarlas como oportunidades de negocio para atraer inversiones, reduciendo el rol del Estado. También es necesario que el poder político asegure el apoyo parlamentario para los proyectos que se envíen y la predisposición de la Justicia a convalidar lo que sea preciso. Hoy habría que agregar a la lista la Jefatura de Gabinete por su competencia sobre el Presupuesto. Desde su asunción como ministro de Economía de Carlos Menem, Cavallo operó vorazmente para ampliar su radio de influencia, dentro y más allá de la esfera económica. Saúl Bouer, María Julia Alsogaray y Martín Redrado fueron algunos de los desalojados por el cordobés, que también logró colocar a Armando Caro Figueroa como ministro de Trabajo y a Juan Antonio Zapata dentro de la cartera de Interior como responsable de la relación con las provincias. La propia lógica del Plan de Convertibilidad le exigía ampliar las fronteras de su poder para plasmar objetivos como, por ejemplo, forzar a las provincias a bajar su gasto, ceder las cajas jubilatorias o suprimir el impuesto a los Ingresos Brutos. Determinar solamente el Presupuesto nacional no es suficiente. En su expansionismo, Cavallo empezó a tropezar con serios problemas durante 1994, cuando Carlos Menem se planteó su reelección en 1995 como máximo objetivo. Esto lo obligaba a negociaciones políticas que chocaban con la prioridad de su ministro de Economía, quien necesitaba bajar los costos empresarios para que aguantara el tipo de cambio. Algunos mediterráneos vieron entonces llegado el momento de que su jefe rompiera con Menem y renunciara al cargo, para llevarse intacto el gran capital político acumulado durante los primeros años de la Convertibilidad. Cavallo no lo hizo, y poco después se vio tapado por el raudal del efecto Tequila. Pero fue su permanencia en Economía la gran carta de triunfo con que contó el riojano para resultar revalidado por las urnas. Cuando Cavallo finalmente salió del gobierno, en julio de 1996, Roque Fernández puntualizó al sucederlo que se ocuparía exclusivamente de Economía, sin inmiscuirse en asuntos que no concernieran directamente a esa cartera. Esta visión estrecha, opuesta a la de Cavallo, sigue siendo sostenida hoy por el CEMA, el instituto universitario privado y ultraliberal del que proviene Fernández. Economistas de ese centro, como Jorge Avila o Carlos Rodríguez, atacan a José Luis Machinea, identificándolo a él personalmente como el mayor escollo para la reactivación por su presunta falta de credibilidad para los mercados. Cavallo asegura, al revés, que el problema no es económico sino político. Al proponer recientemente un enroque entre Fredi Storani y Ricardo López Murphy, para que éste pasara de Defensa a Interior, Cavallo estabaaplicando la misma lógica: la cartera política debe estar en manos de un hombre consustanciado con las duras exigencias de la Convertibilidad, que ponga en caja a las provincias. En relación, Defensa es muy poco importante. También la Justicia debería alinearse con los objetivos económicos. Un caso comentado en las cercanías de Cavallo es el de los jueces que entienden en los concursos preventivos y las quiebras. Hoy las empresas fallidas corren, aproximadamente, la suerte de Racing: largos procesos en los que van deteriorándose sus activos hasta resultar inservibles, en vez de resoluciones rápidas que permitan traspasarlas a otros empresarios que cuenten con capital de trabajo. El poder de un ministro de Economía no alcanza para modificar esta situación. A Cavallo se le presentó, en este sentido, el mismo problema que afrontó Alvaro Alsogaray antes que él: cómo acumular suficiente poder político. Los dos fundaron su partido y se presentaron a elecciones, pero nunca llegaron al gobierno por la vía de los votos, aunque Cavallo juntó la estimable cifra de 2 millones en 1999. Uno y otro debieron enancarse en poderes ajenos: otro partido político o los militares. Alsogaray fue ministro con Arturo Frondizi y, por segunda vez, tras su derrocamiento por un golpe castrense, y trabajó, al igual que su hija, para Menem. Cavallo, a su vez, ocupó la presidencia del Banco Central en un tramo de la última dictadura, y luego Relaciones Exteriores y Economía con el justicialismo menemista. Ahora intenta utilizar como vehículo a la Alianza, aun sabiendo la baja probabilidad política de que radicales y frepasistas lo acepten y lo lleven como candidato. En las tres ocasiones, Cavallo se ha presentado y presenta como el salvador, el bombero que viene, manguera en ristre, para extinguir el incendio, pese a su fama de piromaníaco. En 1982, tras la derrota en Malvinas, el dramático final de la plata dulce y la cesación de pagos mexicana, se ocupó de que las empresas privadas salvaran la ropa ante la crisis de la deuda externa, cuyos costos fueron socializados. En 1991 le permitió a Menem escapar definitivamente de la hiperinflación que lo perseguía desde 1989. Ahora aparece tácitamente como el garante capaz de evitar que el país se estrelle en el 2001 porque los mercados le nieguen la plata que necesita para financiar los vencimientos y los intereses de la deuda. La gran diferencia entre la situación actual y las anteriores es que, esta vez, lo que está en crisis es, en esencia, el programa que implantó el propio Cavallo casi diez años atrás. Es un tema a discutir cuánta culpa le corresponde al diseño de la Convertibilidad en la montaña de problemas económicos que afronta la Argentina en el presente. Pero, en todo caso, la cuestión pierde importancia práctica si Machinea, o cualquier otro candidato a su puesto, están decididos a mantener el uno a uno con el dólar y la reducción del Banco Central a una mera caja de conversión. Más significativo es que los cavallistas nunca hicieron una autocrítica de sus errores. Aparentó hacerla recientemente la fundación Novum Milenium, anexa a Acción por la República, al reconocer la regresión social, con estallido del desempleo y la pobreza, durante los �90. Pero la explicación de fondo es siempre autoexculpatoria, y sugiere básicamente que en materia de política económica se hizo todo bien (hasta julio de 1996), pero todo mal en materia de política social. Por lo menos la mitad de esta aseveración es absolutamente cierta.
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