Por Carlos Rodríguez �Orgullosos de ser putos y tortas, de ser raros y raras.� Con discursos exultantes, bailes, besos y también algunos abucheos, pero sólo �para los enemigos� que discriminan, finalizó ayer frente al Congreso la novena Marcha del Orgullo, que como todos los años reunió una fervorosa caravana de miles de gays, lesbianas, travestis, transexuales, bisexuales y también heterosexuales que adhieren a la defensa de las libertades individuales. Aunque hubo petardos, música y varias horas de fuegos artificiales, la marcha �que comenzó a las 18 en la Plaza de Mayo y siguió hasta cerca de la medianoche� fue menos artificiosa que otras veces y más contundente en sus convicciones, como si los participantes estuviesen convencidos de haber impuesto, en forma definitiva, una celebración pagana que una vez al año da por tierra con las tradiciones cavernícolas e impone lo suyo, sin pedir permiso y sin concesiones. Como nunca antes, se vieron en la marcha banderas políticas, de Izquierda Unida y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST). Estuvieron presentes HIJOS, Rosa Schönfeld, la mamá del joven estudiante de periodismo desaparecido Miguel Bru, y María José Lubertino, presidenta del Instituto Social y Político de la Mujer. Aunque fue una fiesta, no faltó la cuota de inesperada violencia, proveniente de un supuesto sacerdote que intentó golpear a un joven gay que tenía el torso desnudo, lleno de tatuajes y una palabra escrita en el pecho que encerraba su orgullo y su estigma: �Puto�. El �siervo del Señor� se puso de la nuca porque el muchacho cargaba sobre sus hombros una cruz que simbolizaba su propio vía crucis. Un grupo de travestis obligó al agresor a retirarse hacia el interior de la Catedral metropolitana, de donde había salido. Aunque las canciones de Rodrigo, cuándo no, incentivaron la algarabía, la manifestación fue alegre y serena. Una chica, que formaba parte de la columna de Lesbianas a la Vista, era la síntesis de lo duro que es enfrentar la discriminación del qué dirán: lucía sus pechos desnudos, pintados de blanco, pero tenía el rostro oculto tras una máscara negra, mientras cubría su cabeza con un pañuelo palestino. Su timidez le impidió armar una frase y se limitó a entregar un folleto contra la discriminación: �¿Te gusta que te maltraten por ser joven o sólo por ser mujer? A nosotras tampoco�. Una vez más, la bastonera de la demostración fue Lohana Berkins, militante travesti por excelencia. �Participemos todos de la marcha�, fue su mensaje inicial, llamando también a los heterosexuales, aunque le puso límites a la convocatoria: �A los únicos que les pedimos que se abstengan es a los policías�. De todas maneras, los de uniforme no tenían intenciones de participar, todo lo contrario. En el cruce de Avenida de Mayo y 9 de Julio, un motociclista de la Federal tuvo su tarde negra cuando lo rodeó una nube de travestis con el turbio propósito de �sacarse una foto juntos�. El policía salió corriendo y dejó abandonada la moto, a la que se le dio el mismo uso que a las llamas o ponies que utilizan como anzuelo los viejos fotógrafos de plaza. Tres travestis semidesnudas posando para decenas de reporteros gráficos, todas montadas en la moto, fueron la postal-símbolo de la marcha. Dos gays, uno de frac, el otro enfundado en un vestido dorado, un sombrero con plumas negras y brillos en la cara que le cubrían el bigote, caminaron juntos entre los flashes. Cristian, acomodándose el vestido, reflexionó sobre la importancia de andar del brazo y por la calle: �Cuando vos vivís en medio de la represión, esto es como un pan dulce, hermano�. En el Congreso, la multitud cerró la ceremonia con una competencia de �abucheos� para la �contra�, entre los que fueron incluidos la policía, el Vaticano, Fernando de la Rúa y hasta Aníbal Ibarra. El �abucheo de oro�, como lo definió desde el estrado la locutora Liliana Daunes, volvió a recibirlo la policía y el grito de guerra, dictado por Lohana, fue �hijos de yuta, porque lo contrario sería agraviar a las putas�.
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