Por
Laura Isola Isabel
Allende está en Buenos Aires con el objetivo puntual de presentar Retrato
en sepia, su más reciente novela. Pero su apellido produce siempre un
efecto que va más allá de lo literario, porque es casi imposible no
asociar "Allende" con Chile, y todo lo que eso significa. Acompañada
por su madre y su padre, que viene a declarar a la Argentina en el juicio
por el asesinato del general Prats, esa misma asociación hace que en la
entrevista con Página/12 deba empezarse por la política, para ir
derivando hacia la literatura. --Teniendo en cuenta las
asociaciones que dispara su nombre, ¿cómo concilia la literatura con la
política?
--Creo mi apellido ayudó a que publicaran mi primer libro, porque
es cierto que mi apellido se relaciona con Chile, sobre todo en Europa. El
ejemplo más claro es que detienen a Pinochet y me llaman día y noche
buscando mi opinión. Estoy segura de que no llaman a todos los escritores
chilenos para que opinen. En cuanto a cómo concilio literatura y política...
hay ciertas cosas que se repiten en todo lo que escribo, que son las cosas
que realmente me importan: los problemas de la mujer y todo lo que tenga
que ver con el feminismo. Otro es el problema de la justicia, que me
conmueve desde muy chica, antes de pensar en ser periodista y mucho menos
escritora. Tratando de hablar constantemente de estas cosas, de escribir
sobre cómo debiera ser el mundo y de cómo no es. Siempre estoy hablando
de las clases sociales, de la justicia, de la igualdad. Mi hijo se ríe de
mí y dice que no pasé de los 60, que allí me quedé clavada.
Según mi hijo ni siquiera viví los 80. Soy como una hippie
eterna.
--¿Y usted qué piensa?
--No creo que los ideales pertenezcan a una época. El deseo de una
humanidad más justa es eterno. --¿Cómo define su
feminismo, que va de defender el accionar de Lorena Bobbit hasta causas un
poco más serias?
--¡Ah, sí! La que le cortó el pito al marido. Habría que
haberle cortado la cabeza. Pero lo que yo defiendo es otra cosa: que por
el mismo trabajo nos paguen lo mismo, que ante la posibilidad de ascender
en una empresa tengamos las mismas posibilidades, que se repartan los
quehaceres domésticos, que la maternidad no sea una carga sólo para la
mujer y que la paternidad responsable se reparta entre ambos. El derecho a
tu propio cuerpo, que ni el Estado ni la religión te impongan tener un
hijo porque es tu cuerpo y es una la que se va a fregar el resto de la
vida cuidando a ese hijo. Cosas básicas y primarias. Nunca lo planteé
como una lucha contra el hombre y, al igual que la lucha social, requiere
una etapa necesaria de lucha y luego un camino compartido. Y creo que las
mujeres lo estamos logrando, a pesar de que pensé que nunca iba a verlo
en mi vida y parecía como mover el Everest. Hoy, millones de mujeres están
moviendo el Everest. Creo que esta revolución no tiene vuelta atrás, a
pesar de los movimientos fundamentalistas, de la agresión de los hombres,
de que el ochenta por ciento de la humanidad no oyó hablar del tema y de
que muchas mujeres no quieran llamarse feministas porque la palabra no es
sexy. Pero esas mismas mujeres no renunciarían a ninguno de los derechos
que tienen y que lograron sus madres y sus abuelas con mucho esfuerzo. --¿Usted sí cree que la
palabra feminismo es sexy?
--Yo me considero profundamente femenina. Creo que lo más
importante que me pasó en mi vida es tener hijos y perder una. Además,
tengo una estupenda relación con mi marido. Mi relación con los hombres
fue muy buena: nunca me faltó un hombre o un amante. --¿Hay una visión
femenina y otra masculina del mundo?
--Por supuesto. Vivimos en un mundo patriarcal que valora todo lo
que corresponde con lo masculino: se valora el control, típicamente
masculino. La visión femenina es todo lo contrario: sabemos lo poco que
controlamos. Primero que nada, durante mucho tiempo, las mujeres en el
momento del parto se enfrentaban a la muerte, tanto de ellas como del niño.
Las mujeres entendemos el mundo como caos, como ingobernable. El mundo
para las mujeres es proceso sin fin. Y ese desorden inquieta al hombre
terriblemente. --¿Cómo se gestó Retrato
en sepia?
--La verdad es que no hago planes, cuando empiezo a escribir no
tengo idea a dónde voy. Tenía muchas ganas de escribir sobre la fiebre
del oro y mientras escribía La hija de la fortuna pensaba que
estaba escribiendo una novela de aventuras y amor durante la fiebre del
oro. Pero resultó que estaba escribiendo una cosa distinta: era una
novela sobre la búsqueda y la conquista de la libertad de una mujer,
durante la época victoriana. No tuve que inventar nada porque la fiebre
del oro es un marco magnífico. Terminé ese libro y tenía la idea de
ambientar el próximo en el siglo XIX en Chile. Una época fascinante en
la que el país tuvo cinco guerras, sin contar la masacre de los indígenas.
Allí se formó el carácter nacional y todo lo que pasó después,
durante la dictadura, se podría haber previsto. Así que este cuento de
que nosotros somos tan civilizados y que lo que empezó en 1973 fue un
accidente histórico no es cierto. Esto ya había pasado antes. --Pero por algo cambió
de planes...
--Muchos lectores de La hija de la fortuna me escribieron
para decirme que se habían quedado insatisfechos con el final. Supongo
que querían un final feliz y eso no está resuelto en la novela. Entonces
me surgió la idea de tomar algunos elementos de este libro y hacer que,
aunque sea independiente, tengan relación. Y pensé que la protagonista
podría ser una nieta de Elisa y su amante chino, que vuelve a Chile y
cuente la historia y la época. --¿Cómo trabaja el
marco histórico?
--De la misma manera que lo hice en La casa de los espíritus:
sin equivocarme con las fechas. Realicé un cuadro de doble entrada en una
pizarra, en el que volqué todos los años en que transcurren las otras
dos novelas, La casa de los espíritus y La hija de la fortuna
y esta última, Retrato en sepia, y lo que hace cada personaje en
cada una. Al hacer eso me di cuenta de que podía convertirla en una
novela puente entre La casa de los espíritus y La hija de la
fortuna, cosa que no había pensado hace 20 años cuando escribí la
primera. Fue pura casualidad. --¿Cómo toma las
comparaciones que le han hecho con García Márquez?
--Cuando recién empecé a escribir se comparó mucho La casa de
los espíritus con Cien años de soledad y me sentí
profundamente halagada. Llevo veinte años escribiendo y ahora la
comparación me da rabia. Si después de veinte años lo estuviera
copiando a García Márquez, ya me hubieran pillado. No subestimemos al
lector, no pensemos que el lector es idiota. Otra cosa que me da rabia es
que, cuando una mujer escribe, inmediatamente le buscan un mentor. Así le
niegan originalidad y voz propia. No pasa lo mismo con los hombres: a un
jovencito de 19 años que escribe sus memorias, los críticos lo
encuentran respetable. En cambio, a una mujer de sesenta todavía le están
buscando mentor. --¿Qué pasa cuando
comparan a otros escritores con usted?
--Cuando son escritoras jóvenes, me da rabia. Porque no las dejan
en paz y no las respetan. --La vinculación de su
escritura con la de García Márquez fue sobre todo por los procedimientos
del realismo mágico...
--Sí, pero de todas mis novelas sólo tres tienen esos elementos.
Hubo una fascinación con el realismo mágico y se le atribuyó a la
literatura latinoamericana ese descubrimiento. En realidad, realismo mágico
hay en la literatura gótica alemana, en las sagas escandinavas, en la
literatura india que se escribió en Londres. Pero, volviendo al tema de
la fascinación, eso pasó de moda y hay una saturación, aunque algunos
procedimientos se pueden aceptar desde el punto de vista de cierta
escritura femenina: cuando uno no controla la realidad puede aceptar que
todo es posible. --¿También lo cree
fuera de lo literario?
--Creo que esta vida es un largo viaje del espíritu. Percibimos la
realidad con sólo cinco sentidos y, si tuviéramos uno más, sería
diferente. Por lo tanto, por qué suponer que somos los únicos seres de
este universo, por qué no pensar que hay otros seres con otras
realidades, por qué arrogarse que nuestra percepción es la única, la
mejor y la válida. La arrogancia no tiene límites si creemos que los únicos
seres creados somos nosotros: unos seres imperfectos. Lo que me pasa a mí,
con respecto a los espíritus, es una apertura. --¿Hasta dónde lo cree?
--Bueno, no creo que se vaya a aparecer el fantasma de mi hija para
decirme qué tengo que hacer, ni tampoco creo en que mi abuela convocara a
las almas de los muertos. No creo en eso. Pero creo que una persona con
inteligencia, imaginación y en silencio puede percibir signos que en el
ruido de la sociedad no se perciben. Así como no pienso que se me vaya a
aparecer el fantasma de Paula, me comunico con su recuerdo, me imagino qué
hubiera podido decirme. Cuando eché sus cenizas en un bosque, estuve
segura de que lo que estaba tirando era pura materia, pero hay algo más
profundo y eterno de ella que no se iba en esas cenizas. --¿Esta convicción se
fue gestando durante la agonía de su hija?
--Sí. Tuve a mi hija un año en coma y a los pocos meses su cuerpo
había cambiado tanto que era irreconocible, estaba ida por el daño
cerebral, salvo respirar todas sus funciones eran artificiales. Sin
embargo, ella estaba allí. Y cuando se murió algo se desprendió: una
cosa que no era mente, no era conciencia, era su espíritu. Me pasó
cuando nació y tenía un minuto de vida, preguntarme ¿de dónde viene?,
¿cómo es el otro lado?... --¿Cómo hizo para
juntar el artificio de la literatura con lo desgarrador de la pérdida de
su hija, en su libro Paula?
--Como
dice, la literatura es un artificio, pero para mí ese libro fue una
catarsis. También, la vida y la memoria son ficción y una escoge qué
contar. --¿Le sorprende que haya
sido su libro más exitoso, que haya excedido lo literario y se ubicara en
el ámbito de lo terapéutico?
--No, porque es el libro más importante que he escrito y que
escribiré. En materia de cartas y de lectores es el que tuvo mayor
impacto. Seguro que excedió lo literario, porque Paula no debía haberse
muerto y porque puso a la porfiria en el tapete. Fue una negligencia que
se pudo haber evitado, si a alguien le hubiese importado darle la medicación
correcta. Mucha gente que tiene porfiria tiene una vida normal y ella lo
sabía y fue al hospital con un medallón que decía de su enfermedad y
sus remedios indicados. --¿No le produjo
conflicto exponerse tanto en ese libro?
--No, pero pensé que otra gente que aparece en el libro podía
sentirse mal. Su padre y su marido recibieron el manuscrito, que fue una
manera de pedirles autorización, y ellos me ayudaron. Por ejemplo, su
marido me entregó todas las cartas de amor entre ellos.
--¿Cuál es su formación académica?
--Nada. Pasé por los años de periodismo y comencé a escribir. No
estudié nunca literatura y creo que es otro oficio: una cosa es el
estudio de la literatura; otra, escribir. --¿Igual considera que
la lectura es indispensable para la escritura?
--Por supuesto. Igual que considero que un atleta debe correr. Cómo
se va a desarrollar el músculo si no se lee. --¿Sigue escribiendo en
el periodismo?
--De vez en cuando me piden que escriba un artículo, pero me ha
pasado que escribí sobre Amazonas: primero fui, hice la experiencia de
estar allí y un editor de 19 años, que acababan de contratar, me lo
corrigió. ¡Con qué derecho ese mocoso que ni miró en el mapa me
corrige! Prefiero escribir ficción: eso no me lo corrige nadie. Nunca un
editor me llamaría para decir cuándo voy a publicar una novela o a
pedirme una novela de tal cosa. Jamás. --¿Cómo se lleva con
los círculos literarios?
--No me llevo. Vivo muy al margen: escribo en castellano en un país
que habla inglés. No tengo con quién compartir, no pertenezco a ninguna
academia ni círculo en Estados Unidos.
--¿No teme a la
vulgarmente llamada "pérdida de la lengua"?
--Aunque vivo entre diccionarios, cuando termino un libro se lo
mando a mi mamá para que lo lea. Muchas veces me dice: "¿De dónde
sacaste esa palabra? Seguro que la inventó tu marido". (El marido de
Isabel Allende es estadounidense.) Igualmente siento que mi lenguaje ha
cambiado desde que vivo en Estados Unidos: escribo con frases más cortas,
menos barroquismo y más directo. --¿Por qué no se
relaciona con los círculos latinoamericanos?
--Vivo muy lejos para hacerlo en círculos latinoamericanos. Que,
por otra parte, me ignoran. No voy a conferencias porque no tengo tiempo,
no soy jurado de nada porque no me alcanza la vida. --¿Se identifica con
otras escritoras latinoamericanas como Laura Esquivel o Angeles Mastretta,
por ejemplo?
--A las escritoras casi no las conozco, a veces me llegan sus
libros y los leo. No somos un club como los hombres, no nos tiramos flores
ni nos apoderamos de las páginas literarias de los periódicos. --¿Por qué piensa que
la crítica no la considera?
--Porque basta que un libro se venda para que caiga la crítica y
diga que no tiene ningún valor. Dijeron que yo escribía fácil, que era
sentimental, que eran novelas para mujeres. Han dicho de todo. Ahora hay más
respeto, pero me ha costado veinte años. Otra vez, es subestimar a los
lectores. --Tal vez su literatura
sea mejor ahora...
--Uno escribe lo mejor que puede: deja de cometer algunos errores y
comete otros.
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