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ISABEL ALLENDE, CONTRA TODOS LOS PREJUICIOS
�Cuando una mujer escribe le buscan un mentor�

Vino a presentar su nuevo libro, �Retrato en sepia�, pero también a acompañar a sus padres a declarar en el caso Prats. En esta entrevista, la escritora analiza su obra y vuelve a la carga con un feminismo que, dice, no le impide sentirse sexy.


La escritora dice que alcanza con que un libro sea exitoso para que la crítica se ensañe con él.

Allende está radicada desde hace tiempo en Estados Unidos.
�Vivir allá me hizo escribir con un lenguaje menos barroco.�

 

Por Laura Isola

t.gif (862 bytes) Isabel Allende está en Buenos Aires con el objetivo puntual de presentar Retrato en sepia, su más reciente novela. Pero su apellido produce siempre un efecto que va más allá de lo literario, porque es casi imposible no asociar "Allende" con Chile, y todo lo que eso significa. Acompañada por su madre y su padre, que viene a declarar a la Argentina en el juicio por el asesinato del general Prats, esa misma asociación hace que en la entrevista con Página/12 deba empezarse por la política, para ir derivando hacia la literatura.

  --Teniendo en cuenta las asociaciones que dispara su nombre, ¿cómo concilia la literatura con la política?

  --Creo mi apellido ayudó a que publicaran mi primer libro, porque es cierto que mi apellido se relaciona con Chile, sobre todo en Europa. El ejemplo más claro es que detienen a Pinochet y me llaman día y noche buscando mi opinión. Estoy segura de que no llaman a todos los escritores chilenos para que opinen. En cuanto a cómo concilio literatura y política... hay ciertas cosas que se repiten en todo lo que escribo, que son las cosas que realmente me importan: los problemas de la mujer y todo lo que tenga que ver con el feminismo. Otro es el problema de la justicia, que me conmueve desde muy chica, antes de pensar en ser periodista y mucho menos escritora. Tratando de hablar constantemente de estas cosas, de escribir sobre cómo debiera ser el mundo y de cómo no es. Siempre estoy hablando de las clases sociales, de la justicia, de la igualdad. Mi hijo se ríe de mí y dice que no pasé de los 60, que allí me quedé clavada.    Según mi hijo ni siquiera viví los 80. Soy como una hippie eterna.

  --¿Y usted qué piensa?

  --No creo que los ideales pertenezcan a una época. El deseo de una humanidad más justa es eterno.

  --¿Cómo define su feminismo, que va de defender el accionar de Lorena Bobbit hasta causas un poco más serias?

  --¡Ah, sí! La que le cortó el pito al marido. Habría que haberle cortado la cabeza. Pero lo que yo defiendo es otra cosa: que por el mismo trabajo nos paguen lo mismo, que ante la posibilidad de ascender en una empresa tengamos las mismas posibilidades, que se repartan los quehaceres domésticos, que la maternidad no sea una carga sólo para la mujer y que la paternidad responsable se reparta entre ambos. El derecho a tu propio cuerpo, que ni el Estado ni la religión te impongan tener un hijo porque es tu cuerpo y es una la que se va a fregar el resto de la vida cuidando a ese hijo. Cosas básicas y primarias. Nunca lo planteé como una lucha contra el hombre y, al igual que la lucha social, requiere una etapa necesaria de lucha y luego un camino compartido. Y creo que las mujeres lo estamos logrando, a pesar de que pensé que nunca iba a verlo en mi vida y parecía como mover el Everest. Hoy, millones de mujeres están moviendo el Everest. Creo que esta revolución no tiene vuelta atrás, a pesar de los movimientos fundamentalistas, de la agresión de los hombres, de que el ochenta por ciento de la humanidad no oyó hablar del tema y de que muchas mujeres no quieran llamarse feministas porque la palabra no es sexy. Pero esas mismas mujeres no renunciarían a ninguno de los derechos que tienen y que lograron sus madres y sus abuelas con mucho esfuerzo.

  --¿Usted sí cree que la palabra feminismo es sexy?

  --Yo me considero profundamente femenina. Creo que lo más importante que me pasó en mi vida es tener hijos y perder una. Además, tengo una estupenda relación con mi marido. Mi relación con los hombres fue muy buena: nunca me faltó un hombre o un amante.

  --¿Hay una visión femenina y otra masculina del mundo?

  --Por supuesto. Vivimos en un mundo patriarcal que valora todo lo que corresponde con lo masculino: se valora el control, típicamente masculino. La visión femenina es todo lo contrario: sabemos lo poco que controlamos. Primero que nada, durante mucho tiempo, las mujeres en el momento del parto se enfrentaban a la muerte, tanto de ellas como del niño. Las mujeres entendemos el mundo como caos, como ingobernable. El mundo para las mujeres es proceso sin fin. Y ese desorden inquieta al hombre terriblemente.

  --¿Cómo se gestó Retrato en sepia?

  --La verdad es que no hago planes, cuando empiezo a escribir no tengo idea a dónde voy. Tenía muchas ganas de escribir sobre la fiebre del oro y mientras escribía La hija de la fortuna pensaba que estaba escribiendo una novela de aventuras y amor durante la fiebre del oro. Pero resultó que estaba escribiendo una cosa distinta: era una novela sobre la búsqueda y la conquista de la libertad de una mujer, durante la época victoriana. No tuve que inventar nada porque la fiebre del oro es un marco magnífico. Terminé ese libro y tenía la idea de ambientar el próximo en el siglo XIX en Chile. Una época fascinante en la que el país tuvo cinco guerras, sin contar la masacre de los indígenas. Allí se formó el carácter nacional y todo lo que pasó después, durante la dictadura, se podría haber previsto. Así que este cuento de que nosotros somos tan civilizados y que lo que empezó en 1973 fue un accidente histórico no es cierto. Esto ya había pasado antes.

  --Pero por algo cambió de planes...

  --Muchos lectores de La hija de la fortuna me escribieron para decirme que se habían quedado insatisfechos con el final. Supongo que querían un final feliz y eso no está resuelto en la novela. Entonces me surgió la idea de tomar algunos elementos de este libro y hacer que, aunque sea independiente, tengan relación. Y pensé que la protagonista podría ser una nieta de Elisa y su amante chino, que vuelve a Chile y cuente la historia y la época.

  --¿Cómo trabaja el marco histórico?

  --De la misma manera que lo hice en La casa de los espíritus: sin equivocarme con las fechas. Realicé un cuadro de doble entrada en una pizarra, en el que volqué todos los años en que transcurren las otras dos novelas, La casa de los espíritus y La hija de la fortuna y esta última, Retrato en sepia, y lo que hace cada personaje en cada una. Al hacer eso me di cuenta de que podía convertirla en una novela puente entre La casa de los espíritus y La hija de la fortuna, cosa que no había pensado hace 20 años cuando escribí la primera. Fue pura casualidad.

  --¿Cómo toma las comparaciones que le han hecho con García Márquez?

  --Cuando recién empecé a escribir se comparó mucho La casa de los espíritus con Cien años de soledad y me sentí profundamente halagada. Llevo veinte años escribiendo y ahora la comparación me da rabia. Si después de veinte años lo estuviera copiando a García Márquez, ya me hubieran pillado. No subestimemos al lector, no pensemos que el lector es idiota. Otra cosa que me da rabia es que, cuando una mujer escribe, inmediatamente le buscan un mentor. Así le niegan originalidad y voz propia. No pasa lo mismo con los hombres: a un jovencito de 19 años que escribe sus memorias, los críticos lo encuentran respetable. En cambio, a una mujer de sesenta todavía le están buscando mentor. 

  --¿Qué pasa cuando comparan a otros escritores con usted?

  --Cuando son escritoras jóvenes, me da rabia. Porque no las dejan en paz y no las respetan.

  --La vinculación de su escritura con la de García Márquez fue sobre todo por los procedimientos del realismo mágico...

  --Sí, pero de todas mis novelas sólo tres tienen esos elementos. Hubo una fascinación con el realismo mágico y se le atribuyó a la literatura latinoamericana ese descubrimiento. En realidad, realismo mágico hay en la literatura gótica alemana, en las sagas escandinavas, en la literatura india que se escribió en Londres. Pero, volviendo al tema de la fascinación, eso pasó de moda y hay una saturación, aunque algunos procedimientos se pueden aceptar desde el punto de vista de cierta escritura femenina: cuando uno no controla la realidad puede aceptar que todo es posible.

  --¿También lo cree fuera de lo literario?

  --Creo que esta vida es un largo viaje del espíritu. Percibimos la realidad con sólo cinco sentidos y, si tuviéramos uno más, sería diferente. Por lo tanto, por qué suponer que somos los únicos seres de este universo, por qué no pensar que hay otros seres con otras realidades, por qué arrogarse que nuestra percepción es la única, la mejor y la válida. La arrogancia no tiene límites si creemos que los únicos seres creados somos nosotros: unos seres imperfectos. Lo que me pasa a mí, con respecto a los espíritus, es una apertura.

  --¿Hasta dónde lo cree?

  --Bueno, no creo que se vaya a aparecer el fantasma de mi hija para decirme qué tengo que hacer, ni tampoco creo en que mi abuela convocara a las almas de los muertos. No creo en eso. Pero creo que una persona con inteligencia, imaginación y en silencio puede percibir signos que en el ruido de la sociedad no se perciben. Así como no pienso que se me vaya a aparecer el fantasma de Paula, me comunico con su recuerdo, me imagino qué hubiera podido decirme. Cuando eché sus cenizas en un bosque, estuve segura de que lo que estaba tirando era pura materia, pero hay algo más profundo y eterno de ella que no se iba en esas cenizas.

  --¿Esta convicción se fue gestando durante la agonía de su hija?

  --Sí. Tuve a mi hija un año en coma y a los pocos meses su cuerpo había cambiado tanto que era irreconocible, estaba ida por el daño cerebral, salvo respirar todas sus funciones eran artificiales. Sin embargo, ella estaba allí. Y cuando se murió algo se desprendió: una cosa que no era mente, no era conciencia, era su espíritu. Me pasó cuando nació y tenía un minuto de vida, preguntarme ¿de dónde viene?, ¿cómo es el otro lado?...

  --¿Cómo hizo para juntar el artificio de la literatura con lo desgarrador de la pérdida de su hija, en su libro Paula?

  --Como dice, la literatura es un artificio, pero para mí ese libro fue una catarsis. También, la vida y la memoria son ficción y una escoge qué contar.

  --¿Le sorprende que haya sido su libro más exitoso, que haya excedido lo literario y se ubicara en el ámbito de lo terapéutico?

  --No, porque es el libro más importante que he escrito y que escribiré. En materia de cartas y de lectores es el que tuvo mayor impacto. Seguro que excedió lo literario, porque Paula no debía haberse muerto y porque puso a la porfiria en el tapete. Fue una negligencia que se pudo haber evitado, si a alguien le hubiese importado darle la medicación correcta. Mucha gente que tiene porfiria tiene una vida normal y ella lo sabía y fue al hospital con un medallón que decía de su enfermedad y sus remedios indicados.

  --¿No le produjo conflicto exponerse tanto en ese libro?

  --No, pero pensé que otra gente que aparece en el libro podía sentirse mal. Su padre y su marido recibieron el manuscrito, que fue una manera de pedirles autorización, y ellos me ayudaron. Por ejemplo, su marido me entregó todas las cartas de amor entre ellos.

  --¿Cuál es su formación académica?

  --Nada. Pasé por los años de periodismo y comencé a escribir. No estudié nunca literatura y creo que es otro oficio: una cosa es el estudio de la literatura; otra, escribir.

  --¿Igual considera que la lectura es indispensable para la escritura?

  --Por supuesto. Igual que considero que un atleta debe correr. Cómo se va a desarrollar el músculo si no se lee.

  --¿Sigue escribiendo en el periodismo?

  --De vez en cuando me piden que escriba un artículo, pero me ha pasado que escribí sobre Amazonas: primero fui, hice la experiencia de estar allí y un editor de 19 años, que acababan de contratar, me lo corrigió. ¡Con qué derecho ese mocoso que ni miró en el mapa me corrige! Prefiero escribir ficción: eso no me lo corrige nadie. Nunca un editor me llamaría para decir cuándo voy a publicar una novela o a pedirme una novela de tal cosa. Jamás.

  --¿Cómo se lleva con los círculos literarios?

  --No me llevo. Vivo muy al margen: escribo en castellano en un país que habla inglés. No tengo con quién compartir, no pertenezco a ninguna academia ni círculo en Estados Unidos. 

  --¿No teme a la vulgarmente llamada "pérdida de la lengua"?

  --Aunque vivo entre diccionarios, cuando termino un libro se lo mando a mi mamá para que lo lea. Muchas veces me dice: "¿De dónde sacaste esa palabra? Seguro que la inventó tu marido". (El marido de Isabel Allende es estadounidense.) Igualmente siento que mi lenguaje ha cambiado desde que vivo en Estados Unidos: escribo con frases más cortas, menos barroquismo y más directo.

  --¿Por qué no se relaciona con los círculos latinoamericanos?

  --Vivo muy lejos para hacerlo en círculos latinoamericanos. Que, por otra parte, me ignoran. No voy a conferencias porque no tengo tiempo, no soy jurado de nada porque no me alcanza la vida.

  --¿Se identifica con otras escritoras latinoamericanas como Laura Esquivel o Angeles Mastretta, por ejemplo?

  --A las escritoras casi no las conozco, a veces me llegan sus libros y los leo. No somos un club como los hombres, no nos tiramos flores ni nos apoderamos de las páginas literarias de los periódicos.

  --¿Por qué piensa que la crítica no la considera?

  --Porque basta que un libro se venda para que caiga la crítica y diga que no tiene ningún valor. Dijeron que yo escribía fácil, que era sentimental, que eran novelas para mujeres. Han dicho de todo. Ahora hay más respeto, pero me ha costado veinte años. Otra vez, es subestimar a los lectores.

  --Tal vez su literatura sea mejor ahora...

  --Uno escribe lo mejor que puede: deja de cometer algunos errores y comete otros.

 

 

 

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