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�Yo no estoy del lado de nadie, sino de la música�

Rodolfo Mederos, un clásico de la música porteña, dice que su reciente experiencia con Daniel Barenboim fue positiva, pero que se equivocan quienes piensan que así se toca el tango.
Mederos editó este año la banda de sonido de �Las veredas de Saturno� y un dueto con Colacho Brizuela.
A principios de los setenta, con su grupo Generación 0, revolucionó el mundillo del tango tradicional.
 

Por Cristian Vitale

t.gif (862 bytes) Rodolfo Mederos ha tenido una intensa actividad este año: editó dos  discos �-Las veredas de Saturno y MederosBrizuela--, pero además puso su bandoneón al servicio de una grabación de tangos clásicos por el trío integrado además por el director de orquesta Daniel Barenboim y el contrabajista Héctor Console. Sin embargo, Mederos siente que esta experiencia resultó paradójica. Para el bandoneonista más rockero de la Argentina --recordar sus experiencias de "vanguardia" a principios de los 70 con el grupo Generación 0--, lo que Barenboim paseó por Europa, Estados Unidos y Argentina no fue tango. "Mucha gente se acercó después del concierto despedida en Argentina y me dijo 'qué lindo escuchar los tangos así'. Mi pensamiento inmediato fue 'esta persona jamás en su vida escuchó un tango'". Y enseguida justifica su razonamiento. "Así no se toca el tango. Así lo toca Barenboim que, más allá de haber nacido en Argentina, es un europeo. El haber nacido acá no le da chapa de porteño. Ojo, esto no invalida que pueda sacarse el gusto. Por algo yo me sumé al proyecto. Pero de ahí a decir que así se toca el tango hay una diferencia importante.      Aclaro algo por las dudas: creo que negar los valores artísticos de Barenboim sería una tontería. Eso es indiscutible", le dice a Página/12 en una entrevista en la que, además, habla de su gusto por otros géneros musicales, su condición de docente y su admiración por Astor Piazzolla. 

  --¿Cuál es, entonces, el balance que puede hacer de su trabajo con Barenboim?

  --En lo personal, creo que fue una interacción positiva. Ambos aprendimos algo del otro. En cuanto al resultado, hay bastante para decir. Después del último concierto, leí algunos comentarios en los medios y vi que algunos periodistas habían sido justos en aclarar ciertas cosas que la gente no tiene claras. Acá hay una especie de cholulismo generalizado, una servidumbre imitativa que confunde, que presupone que alguien que viene de Europa siempre es mejor que nosotros. Esto pasa desde 1810: el porteño siempre estuvo más cercano a un francés que a un santiagueño. Entonces, viene un señor que se llama Barenboim y todo el mundo sale comentando que el tango que toca es una maravilla. No es así. Y es lo que aclararon algunos críticos.

  --¿Entonces usted cree que se puede tocar tango sin tener una formación "clásica" de tango?

  --Soy un convencido de que es equivocado pensar que el tango es para los tangueros. No confundamos, el tango lo puede tocar cualquiera... pero no cualquiera puede captar su verdadero espíritu. Yo también puedo tocar un blues, pero evidentemente no puedo pensar que soy un blusero. Cuando experimenté fusiones con otras músicas, los tangueros ortodoxos me dieron vuelta la cara. Curiosamente, hasta el día de hoy sólo me llaman para felicitarme cuando trabajo con tangueros. Piensan que estoy del lado de ellos... Y en realidad yo estoy del lado de la música. Huelo que el mensaje es "qué suerte que estás volviendo con nosotros".

  --¿En su último trabajo se puede hablar de un "regreso a las fuentes"?

  --En un punto, sí. Pero mi música se ha nutrido de muchas músicas, entre ellas el rock. Y esta influencia también se nota. Todas las experiencias alternativas que viví, en algún punto me dieron una manera de pensar que hace que determinada frase la toque entre Ruggero y el rock. Yo escucho Almendra, Brahms o Pugliese con la misma emoción, que es la que luego vuelco en mis canciones.

  --¿Por qué se interesó por un tipo de experimentación que hasta entonces casi no existía en el tango tradicional?

  --Desde muy joven, cuando empecé tocando tango en algunas orquestas de Córdoba, siempre tuve una conducta muy abierta. Pienso que el eclecticismo enriquece y lo hermético no sirve para nada. En aquellas noches, me quedaba después del show para escuchar jazz y descubrir nuevas cosas.

  --¿El jazz lo llevó al rock?

  --Se puede decir que sí. Cuando vine a Buenos Aires nacía el rock nacional y me conecté directamente con el movimiento. Me ayudaba el aspecto: cuando empecé con la orquesta de Osvaldo Pugliese tenía el pelo por la cintura, collares, morral de cuero y sandalias. Era un hippie. Es más, cuando me vio Osvaldo dijo "¿quién es este tipo?". Se quería morir. Entré a su orquesta porque era buen arreglador. Pero yo sentía una enorme necesidad de encontrarme con los rockeros. Por eso, grabar con Spinetta "Laura va", en el primer disco de Almendra, me resultó muy natural.

  --¿Cuánto lo satisface que se lo llegue a comparar con Astor Piazzolla?

  --Me están asociando a un músico que yo respeto mucho. Peor sería que me asociaran a alguien cuya estética no me toca. Pero esas asociaciones generalmente son producto de la ignorancia, es como pensar que Bach y Haydn eran lo mismo sólo porque eran barrocos. Si no tenés un oído adiestrado para percibir las diferencias y los matices, no te das cuenta. Creo que el que nos compara lo hace simplemente porque ambos somos bandoneonistas y tocamos parados. La gente ve la piel del fenómeno, no percibe más adentro. No es descalificador lo que digo, pero hay opiniones que se dicen muy a la ligera.

  --¿De quién se considera "heredero" entonces?

  --Tengo lazos más fuertes con Osvaldo Ruggero.

  --¿Cómo resultó su experiencia como docente en la Escuela Popular de Avellaneda?

  --Enseñar es un poco componer, organizar racionalmente para poder comunicar. Básicamente, la diferencia con lo artístico profesional es que subirse al escenario está más impregnado de elementos psicóticos: uno quiere ser observado por todos. Hay como un narcisismo que está funcionando. Busca que lo aplaudan, que lo acepten. Uno busca una respuesta, una afirmación del público. La docencia es precisamente lo contrario. No hay luces, no hay amplificación, no hay distancia con el receptor, no hay privilegios. La pedagogía es sanadora, compensa el narcisismo que uno tiene cuando sube al escenario.

 

 

 

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