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EL 7 DE NOVIEMBRE DE 1970, EN EL PALAZZO DELLO SPORT
La leyenda de Carlos Monzón nacía treinta años atrás, allá en Roma

Aquel nocaut terrible al campeón mundial de los medianos, Nino Benvenuti, inauguró un reinado de siete años para quien fue, seguramente, el mejor boxeador argentino de todos los tiempos. Tres décadas después, ese derechazo fulminante sigue golpeando la memoria del deporte nacional.

Por Daniel Guiñazú

t.gif (862 bytes)  Si la historia del deporte argentino pudiera sintetizarse en veinte imágenes, veinte fotos cargadas de drama y de gloria, una de ellas, sin duda, sería la de aquella fabulosa trompada de Monzón a Benvenuti en Roma. Ese derechazo levemente cruzado que pegó pleno en la mandíbula del italiano y lo mandó, fulminado, a la lona, mañana cumple 30 años. Era el sábado 7 de noviembre de 1970. Y así como nadie podía imaginárselo a Monzón como capaz de ganarle a Benvenuti, nadie tampoco podía suponer que ese día, también, estaba naciendo algo más que un campeón mundial de los medianos. Ese día Carlos Monzón, hasta entonces un santafesino desgarbado que tenía una escopeta en su puño derecho, comenzaba el camino que lo llevó a ser al final de su carrera, casi siete años más tarde, el más grande boxeador profesional que haya dado el pugilismo argentino.
Era otro tiempo. A principios de los ‘70, mandaban en el boxeo mundial sólo dos entidades: la Asociación Mundial (por entonces la más importante y prestigiosa) y el Consejo, y en consecuencia, los campeones eran menos y más sólidos y los retadores, menos y más creíbles. De la mano de Tito Lectoure, Monzón llegó a la chance con una campaña armada en el Luna Park y con triunfos trascendentes en su record: dos sobre Jorge Fernández (a quien le ganó los títulos argentino y sudamericano de los medianos) y otros sobre duros estadounidenses como Doug Huntley, Charlie Austin, Johnny Brooks, Harold Richardson, Tommy Bethea y Candy Rosa. De sus 80 peleas profesionales, apenas si había perdido 3 (ante Antonio Aguilar, el brasileño Felipe Cambeiro y Alberto Massi) de las que se había desquitado. Sin embargo, nadie creía en Monzón. Y más de uno en el ambiente descontaba que ese flaco antipático que nunca había conseguido llenar la mitad del Luna, iba a ser barrido por el rey italiano Nino Benvenuti, uno de los mejores campeones de la época.
Tanto se desconfiaba de Monzón que ninguna de las radios líderes de entonces quería comprar los derechos para transmitir desde el Palazzo dello Sport. “No tiene sentido, va a ser un papelón, va a perder muy fácil”, repetían a coro, los gerentes de programación de las emisoras. Hasta que apareció en escena un joven relator de 29 años, formado con Luis Elías Sojit y que, como casi todos los de ese tiempo, narraba fútbol y boxeo, preferentemente para radios del interior. Hernán Santos Nicolini sacó plata de donde no la tenía: hipotecó su casa de Rodríguez Peña al 600 y con el dinero en la mano fue, compró los derechos y le propuso una coproducción a Radio Rivadavia.
Jacinto Fernández Cortés, por entonces el máximo ejecutivo de la emisora de Pueyrredón y Arenales, en principio le dijo que no, que la radio ya tenía su pareja de relator y comentarista (Caffarelli y García Blanco) y que no pensaban contratarlo para la ocasión. Pero el entusiasmo, la vocación y el poder de convicción de Nicolini pudieron más, y al final ambos arribaron a un acuerdo raro: Caffarelli y Nicolini relatarían un round cada uno, los impares Caffarelli, los pares Nicolini.
Así, las voces de ambos fueron contándole a la Argentina de qué manera el que no podía ganar fue construyendo su triunfo. Monzón y Amílcar Brusa sabían que Benvenuti no era el mismo de otros años, que se había dedicado más a las farándula y a la buena vida que a los rigores del gimnasio, que ya experimentaba el hastío de una campaña larga y dura, que el título le pesaba demasiado. Y lo pelearon con atrevimiento, sin complejos, de igual a igual.
En la larga, Monzón prevalecía con su izquierda en punta y su derecha recta detrás. En la corta, Monzón demolía con profundos ganchos al cuerpo y ascendentes a la cabeza. Benvenuti quería llegar y no llegaba, quería amarrar y no podía. Monzón le clavaba el hielo de su mirada insensible y tenía todo bajo control.
Sin embargo, al comienzo de la 12ª vuelta, Monzón perdía en las tarjetas lo que estaba ganando en el ring. Pero no hicieron falta esos números tendenciosos. Como antes y como siempre, y a pesar de sus manos doloridas(el médico de la Lazio, por gestión directa de Juan Carlos Lorenzo, se las infiltró antes de la pelea), Monzón lo corrió a Benvenuti, lo perforó con ganchos arriba y abajo, y en un rincón neutral le clavó ese derechazo único, portentoso, que lo hizo caer a Benvenuti como si un rayo lo hubiera atravesado. Conmovido, el italiano se levantó, pero con su mano derecha le hizo saber al árbitro británico Harry Gibbs que se iba de la pelea, que entregaba el título, que Monzón era el nuevo rey indiscutido de los medianos, mientras, a la vera del cuadrilátero, Nicolini bramaba de emoción y de felicidad. Había conseguido lo que tanto ambicionaba: ser el relator del cuarto título mundial que ganaba el boxeo argentino.
Pero en esa tarde increíble algo más habría de suceder: al cierre de la transmisión televisiva por Canal 11, un joven empresario de 38 años se presentó ante la audiencia y sorprendió a todos anunciando que, a partir de ese momento, él era el nuevo propietario de la emisora: Héctor Ricardo García, el dueño de Crónica, Así, Así es Boca y Radio Colonia, terminaba de darle forma al primer multimedio argentino, la misma tarde, harán mañana 30 años, en que Carlos Monzón se ganaba su lugar en el mundo.

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