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De Ushuaia a Alaska (en bici)

Durante 1460 días, Adrián Ayala, un técnico químico bonaerense radicado en Tierra del Fuego, pedaleará para unir ambos extremos de América. Ya pasó por Buenos Aires. Y todo por los efectos colaterales del tequila con sal...

Por Facundo Martínez

t.gif (862 bytes)  Que un tipo se pare frente a otro y le diga que es un viajero suena como un anacronismo. En tiempos ultratecnológicos, de autopistas, aviones supersónicos, submarinos nucleares y miles de computadoras, que alguien diga que sus obligaciones para los próximos cuatro años son andar en bicicleta, bueno... ya saben cómo suena. Casualidad o no, hace poco tiempo encontré a uno de estos tipos. Dijo que se llama Adrián Ayala, que es técnico químico y que, si bien vivió largos años en Florida, partido de Vicente López, desde hacía diez años estaba radicado en Ushuauaia. Parece que un día, al tipo se le ocurrió la loca idea de cruzar el continente en bici. Sí, como suena, de Ushuauaia a Anchorage, Alaska. El viaje durará cuatro años, 1460 días para ser más exactos, “rodando tras los límites de la imaginación”.
Como soy lo suficientemente desconfiado, y más cuando el otro se muestra más desatado, comencé a preguntarle cuáles eran los motivos. Sí, los motivos, porque –convengamos– que a los 33 años a uno no se le ocurren ciertas cosas. ¿Qué es lo que empuja a un viajero a comenzar su travesía? Reconozco, quería que el tipo me diera una respuesta no precisamente romántica. “Yo jodo bastante con eso y puedo decir que esto nació por los efectos colaterales del exceso de tequila con sal. Pero no, empecé con toda esta historia sin saber bien por qué lo hacía. Lo que te puedo decir es que antes de empezar me sometí a un test completo, físico y psicológico, para ver si estaba en condiciones de hacerlo”, me dijo. Inmediatamente, le pregunté por los resultados: “Soy como cualquier persona, común y corriente”, contestó.
Acepté, entonces, escuchar su historia. Para ser más sincero, la acepté por eso del tequila y no tanto por sus certificados físicos y psicológicos, papeles que me mostró, pero que creo que no pueden hablar por él. Porque eso sí, este tipo, Adrián, andará cuatro años en bicicleta, meta y meta pedalear, pero tiene algo así como una obsesión, si de registrar detalles se trata. Sepan que el tipo lleva todo anotado: lo que comió, dónde durmió, si el día fue soleado, si nevó, si hizo frío, si pinchó una rueda y esas cosas.
El tipo ya comenzó el periplo. Lo hizo el 26 de junio pasado, partió desde Ushuauaia y tardó 108 días en pisar estas tierras capitalinas. “Este es sólo el principio de un gran viaje, un pequeño tramo”, me aseguró. Está bien, hasta aquí el hombre cumplió. ¿108 días? Eso es menos del 10 por ciento del total del viaje, es cierto, pero vean lo que Ayala contó acerca de este “pequeño tramo”.
Antes que nada, quiero decirles que para el tipo viajar en bicicleta es la forma más económica de viajar. “Insume menos recursos que un auto o una moto, a lo sumo tenés que comer más, cada dos horas, porque gastás muchas energías. Queso untable, galletitas, barras de cereales, y por la noche, una suculenta cena.” Parece simple, pero, ¿y si te afanan la bici? –uno sabe o se imagina que América es como la Argentina–, le pregunté. “Si me la afanan en el camino, bueno, trabajaré un mes en cualquier lado y me compraré otra para seguir.”
Para el tipo no hay una rutina sino que “siempre hay historias nuevas”. Pero para que esas historias se presenten, todos los días hay que levantar la carpa, ponerse al costado de la ruta, seleccionar la música –prefiere a Hendrix, Pink Floyd, la Mississippi, y un poco de radio– y poner los pies en los pedales.
“Crucé la Patagonia, le vi la cara, y dije: ‘¡Mierda!, es dura, como esculpida en piedra’. Y hay situaciones en las que te cagás en las patas, y yo le tengo miedo a todo. Un día empezó con viento, al mediodía se transformó en una tormenta con ráfagas de 180 kilómetros por hora, era como esas películas en las que se pone un ventilador gigante delante de los actores. Tuve que parar, armar a los tumbos la carpa y me dormí pensando en los pumas que hay en la región.” El hombre anda solo, acompañado por una carta de recomendación firmada por el intendente de Ushuauaia, unos casetes, una cámara de fotos, algunos libros –que lee y regala o reemplaza por otros– y el equipamiento necesario para la supervivencia. Con eso, y su bici, visitó otras municipalidades, instituciones polideportivas, donde pide alojamiento. Pero parece que hay algunas complicaciones. El tipo me contó que en este trayecto durmió en varios cuarteles de Bomberos Voluntarios, en el calabozo de una comisaría, otra vez en una silla, y generalmente en su carpa o en casas de familias. Sólo dos días, me aseguró, tuvo que pernoctar en un hotel.
También me contó que en su aventura no pasó por peligros reales, pero una vez –son sus propias palabras– le pasaron todas juntas. En un trayecto de 140 kilómetros, desde Sierra Grande a San Antonio Oeste, provincia de Río Negro, pinchó varias veces las ruedas, debió hacer muchos kilómetros caminando, y hasta lo atropelló una ambulancia. “Fue un día de terror, pasaron cosas extrañas.”
Ayala, el tipo, el viajero, sonrió durante casi toda nuestra charla. La sonrisa le sale profunda, un poco alocada, porque sabe, porque los ojos de sus escuchas lo sugieren, que lo que está haciendo, bueno... ya saben. Y saben qué dice el tipo, que hace todo esto y que todavía no sabe bien por qué lo hace. “Estoy tratando de aprender. Estoy en estado de experimentación. Y hasta ahora ha dado buenos resultados, pero vamos a ver qué pasa en los otros países. Lo que sé, es que tengo el sentido común explotado al máximo. No me meto en cualquier parte, a cualquier hora.”
Ayala se banca el viaje a los mangazos. Allí y acá visita supermercados, familias y hasta empresas, presenta su carpeta, su carta de recomendación, cuenta su viaje y espera algún sponsor. El promete terminar su hazaña, y a cambio va escribiendo por Internet, en www.chinchimoye.com.ar, los pasos de su recorrido, para que los que colaboran –y los que no, también– vayan siguiendo sus huellas. “La gente no tiene que ayudarme, lo sorprendente es que me ayude”, cuenta el viajero, se ríe, y agrega: “Cuando te ayudan es porque lo ven a uno como un vendedor de sueños. Esto de viajar es algo compartido. ¿A quién no le gustaría hacerlo, animarse y hacerlo?”.
En pocos días, el tipo continuará su viaje. “No me preocupo tanto por llegar. Mi objetivo inmediato es llegar ahora a Uruguay, porque si no llego ahí, difícilmente llegaré a Anchorage. De Uruguay vuelvo a Argentina para recorrer la Mesopotamia, después vendrá Brasil, las Guayanas, Venezuela, Colombia, Centroamérica, también quiero pasar por Cuba, de ahí a México, a Estados Unidos, Canadá y, finalmente, Alaska.”
Otra vez, ante otro tipo, escuché (o leí) que la forma de la Aventura encierra secretos profundos. En esa suspensión, como es la de pedalearle a la vida cuatro años, se encierra un extracto de sentido, ese que por momentos se pierde en la rutina o en el trabajo. “El tema de viajar es algo muy humano, algo que todos compartimos. Muchas veces uno lo puede hacer por las ataduras, hasta que a veces te llega el momento, que es muy difícil de definir, y se da. A mí se me dio”, dijo el tipo, ese que está ahí arriba, en la foto.

 

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