Por
Victoria Ginzberg
El
cachorro labrador recibe a los visitantes moviendo la cola, saltando y
a lengüetazos. Es de Claudia, se llama Auca; ella le puso el
nombre; quiere decir rebelde en mapuche, explica el dueño
de casa, orgulloso. El hombre es Fernando Navarro Roa; Claudia es su sobrina,
hija de su hermano desaparecido. La joven recuperó su identidad
en febrero, en el mismo momento en que sus apropiadores iban presos. Este
caso puso tras las rejas a los represores Juan Antonio Del Cerro (Colores)
y Julio Simón (el Turco Julián), procesados la semana pasada
por el juez federal Gabriel Cavallo, quien usó la figura de genocidio
para referirse al secuestro de Claudia. Fernando trata de explicar cómo
él y su sobrina fueron construyendo un vínculo de
a poco en estos siete meses. Sólo el amor nos va a
poder salvar de esta situación tan terrible que nos ha sucedido
y eso es lo que tenemos para dar, dice el tío.
Fernando conoció a Claudia en el despacho del juez Cavallo, en
el edificio de los tribunales federales de Comodoro Py. Fue muy
fuerte, muy, muy fuerte, intenta describir. Era febrero y una parentela
formada por una veintena de personas esperaba conocer a la hija de José
Poblete y Gertrudis Hlaczik. La joven se estaba enterando en ese instante
de que el teniente coronel y la mujer que la habían criado estaban
presos y que ella tenía otro nombre, otra familia que la había
estado buscando durante 22 años. Y que sus verdaderos padres estaban
desaparecidos.
En el juzgado no había espacio para todos, así que la mayoría
esperó afuera. Entró Buscarita Roa, la abuela, y la tía
Erica. Pero Buscarita pidió que también pasara Fernando,
que aunque lleva el apellido del segundo marido de su madre es hermano
por ambas partes de José. Entré con una nota de una
revista que nos habían hecho y con fotos. Lo único que atiné
a decirle ese día fue que era como si estuvieran Trudy y Pepe ahí.
Es una cosa muy emotiva, no hay palabras. A veces trato de pensar qué
significa ella y hay una frase de Tomás Borge que dice el
amanecer dejó de ser una tentación, creo que eso es
Claudia para nosotros, un amanecer, explica, con los ojos llenos
de lágrimas, y dice que lo más importante ahora es mirar
hacia al futuro.
Claudia fue recuperando con el tiempo algunos datos de su historia. Supo
que su padre era un técnico tornero chileno que vino a Argentina
para recibir atención médica después de un accidente
en el que perdió sus dos piernas. Que conoció a su mamá
en el Instituto de Rehabilitación y que ambos integraron el Frente
de Lisiados Peronistas. Que esa agrupación logró la promulgación
de una ley que obligaba a las empresas a tomar un cuatro por ciento de
empleados discapacitados, que fue la tercera norma derogada por la dictadura.
También rescató su verdadera fecha de nacimiento, que es
en marzo de 1978 y no seis meses después, como creía. Finalmente,
se enteró de que cuando tenía ocho meses fue secuestrada
junto con José y Gertrudis y que los tres fueron llevados al centro
clandestino de detención El Olimpo.
Quisiera ser capaz de más, por mis padres que fueron capaces
de todo, escribió Claudia en una nota para su tío
y para que fuera publicada por este diario (ver aparte). La joven sigue
viviendo en su antigua casa, pero visita a Fernando varias veces por semana.
¿Cómo se entera de la desaparición de su hermano
y su cuñada?
Vino otro de mis hermanos a avisarme. Yo vivía con un compañero
discapacitado en Florencio Varela, donde habíamos empezado a desarrollar
un trabajo. Mi hermano me dijo que los chicos estaban presos; en ese momento
no se tenía conocimiento del lenguaje de la desaparición.
¿Cuándo se dieron cuenta de que eran desaparecidos?
Creo que nos damos cuenta de la dimensión de lo que ha pasado
casi en el `80, a partir de que nos empezamos a juntar con organismos
de derechos humanos. Hasta ahí todos pensábamos que iban
a aparecer en las cárceles.Cuando viene la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos se hace mención a que se los vio en el campo
de detención. Pero era difícil pensar lo que era un desaparecido.
Cuando tomaron conciencia de los que les había pasado a José
y Gertrudis, ¿qué se imaginaban sobre el destino de Claudia?
Aunque nos dimos cuenta de que los chicos no iban a volver, siempre
creímos que a Claudia la tenía un militar. La que más
tenía esa teoría era mi mamá, estaba absolutamente
convencida.
¿Tenían alguna pista?
No más que las que ha habido en general, las que llegan a
Abuelas de Plaza de Mayo a partir de ese trabajo arduo que han hecho.
Por eso me gustaría mandar un mensaje de esperanza y de fortaleza
a todos los que buscan a sus nietos, sobrinos o hermanos. Quiero decirles
que esto es posible y que, como dijo la vicepresidenta de Abuelas (Rosa
Roisinblit) el otro día, la justicia tarda pero llega. Aunque ninguna
situación se parece a otra. Siento que en nuestro caso hemos tenido,
no sé si decirle suerte, pero nos hemos encontrado con una persona
no sé si es correcto decirlo así digna de los
padres que tenía, de gente que creyó en un ideal y que peleó
hasta el final.
¿Cuándo supieron que Colores y el turco Julián
habían participado en los secuestros?
Estando detenida, con una valentía admirable, Gertrudis le
dijo a una compañera que ellos la habían secuestrado. Fue
un mensaje de denuncia desde adentro.
¿Qué sintió cuando supo que los habían
procesado a ambos por genocidio?
Realmente estoy muy feliz. Primero recibí con satisfacción
la noticia de que los habían metido presos. Eso tiene que ver con
que en este país se cuentan por cientos y miles las personas que
tienen ética y moral y que quieren un país mejor. En este
camino me encontré con el equipo del juez Cavallo, con el del Banco
Nacional de Datos Genéticos que preside la doctora Ana María
Di Leonardo. Hoy nos encontramos con una posibilidad histórica,
que es la esperanza. El fallo de procesamiento es muy contundente. Generó
un hecho de jurisprudencia para estos hijos de puta que se burlaban de
la gente. Espero que ahora que están aislados rompan el silencio.
Estoy muy contento de que sea ésta la causa que los termina metiendo
presos a pesar de la Obediencia Debida y el Punto Final, porque ellos
se reían de los discapacitados. Paren que tenemos a todo
Alpi, decían. Ahora se está terminando la impunidad
que tenían.
La
carta de Claudia al tío
Ya sé que es un desastre, básicamente lo que
quiero decir es que no puedo decir nada. No se puede decir lo que
sólo recién me empiezo a animar a sentir. El sentimiento
es fuerte, pero es sólo eso, todavía no es un razonamiento,
no tiene forma en palabras y por más que las busco se mueren
ahí. Más esperanza que la que hay en la confianza
y en compartir no puedo transmitir.
La verdad es que quisiera encontrar las palabras para tantas
cosas. Esto recién empieza y creo que empieza bien. Con todo
la tristeza que hay involucrada igual quiero pensar en la ternura,
la del pasado y en la de ahora; no en la violencia, ni en la del
pasado ni en la de ahora. Quisiera ser capaz de más, por
mis padres que fueron capaces de todo. Dice alguien por ahí
que todo lo que el árbol tiene de florido viene de
lo que tiene sepultado. Una familia es como un árbol,
y con semejantes raíces nuestro árbol tiene un buen
futuro asegurado.
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