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La Afip ahora apunta a contener la evasión informatizándose

El �plan estratégico� que la Jefatura de Gabinete espera lanzar para fin de año tiene por ahora una sola certeza: se destinarán 200 millones de pesos a proveer de nuevo equipamiento a la Afip.

Por Cledis Candelaresi

t.gif (862 bytes)  No hay un solo funcionario en el gobierno nacional que no avale una reestructuración de la Administración Federal de Ingresos Públicos, con el objetivo de evitar que al fisco se le sigan escurriendo miles de millones de pesos anuales. Con este propósito, la Jefatura de Gabinete promete tener listo para fin de año su “plan estratégico”, enmarcado en la reforma del Estado que impulsaba el ex vicepresidente Carlos Alvarez, y que Fernando de la Rúa adoptó como propia. Pero, al menos por ahora, sólo hay certeza acerca de dónde podrían obtenerse los 200 millones de pesos que costaría renovar el staff y el equipamiento informático.
Para este fin, según especulan en la Jefatura, podrían destinarse préstamos ya concedidos por el Banco Mundial pero aún no utilizados. Esta aplicación de fondos haría factible la incorporación de personal altamente calificado –seguramente en un número muy inferior a los dos mil quinientos empleados que acaban de irse– y la compra de software y hardware adaptado a las necesidades del organismo recaudador.
El presupuesto propio difícilmente permitiría atender estas necesidades. Los 900 millones anuales asignados a la DGI y a la Aduana son consumidos, en gran medida, por los 22 mil empleados. El actual titular de Afip, el radical Héctor Rodríguez, se queja de no tener recursos para los vitales viáticos de los inspectores o para publicitar los vencimientos impositivos. “Este año tenemos cero recursos para propaganda, contra los 60 millones que se destinaban a principio de los ‘90”, se lamenta un colaborador del administrador actual.
Para resolver la cuestión, Chrystian Colombo probó una vez más la amplitud que le celebran los legisladores, aun los de signo opuesto. El jefe de Gabinete abrió un ronda de consultas que incluye desde el justicialista presidente del Banco Provincia, Ricardo Gutiérrez, a los técnicos de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas, pasando por Juan Alemann y Domingo Cavallo. Este último parece haber tenido más predicamento que el resto, promoviendo en el Gobierno el debate acerca de privatizar la recaudación impositiva.
Uno de los adeptos a esta idea es el propio Colombo, quien la considera con sumo cuidado, descartando de cuajo una tercerización masiva de la cobranza de impuestos. El jefe de Gabinete es proclive a una privatización selectiva que, a modo de prueba, podría comenzar por el monotributo. En este esquema, la firma privada a la que se le encomiende la tarea podría cobrar una comisión sobre el incremental, es decir, sobre el monto que consiga aumentar, efectivamente, la recaudación.
Pero la fórmula cavallista también gana detractores, entre ellos, el propio Rodríguez, quien sólo cree factible una privatización periférica, por ejemplo, de los juicios que encara la DGI para cobrar a los contribuyentes morosos o de las deudas computadas en una moratoria específica, tal como hizo el gobernador cordobés, José Manuel de la Sota. “Darle a una consultora privada la base íntegra de datos de los contribuyentes resulta disparatado. La empresa la puede utilizar hasta para operar sobre la bolsa”, advierte el diputado justicialista Oscar Lamberto. Más cerca de Colombo, un funcionario aliancista también alza su voz crítica. “Si el Estado resigna su posibilidad de recaudar, ¿para qué está?”
Pero el plan incluye dotar a la Afip de otros instrumentos que la hagan más eficiente, como el tan pregonado cruce de datos con otros organismos públicos para chequear la verdadera envergadura patrimonial de los contribuyentes. El plan de renovación de la Administración podría ir más allá, y promover cambios de política tributaria, potestad de Economía. Técnicos próximos a Colombo estiman grosso modo que empresas y particulares gastan más de 1000 millones de pesos anuales en honorarios de contadores para realizar presentaciones que les permitan eximirse del pago de impuestos. Sin tan sólo una porción de aquel monto fuera destinada a las arcas públicas, el Gobierno podría darse por satisfecho.

 

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