Por
Larry Elliott *
Estados
Unidos odia a los perdedores, y si Al Gore despilfarra hoy la dorada herencia
económica de Bill Clinton perdiendo frente a George W. Bush, pasará
a la historia como el mayor perdedor de todos los tiempos. La tasa de
desempleo es baja, la inflación es baja, los salarios reales están
creciendo, el dólar está fuerte, Silicon Valley transformó
el paisaje industrial global. Dicho en pocas palabras, para Gore debería
ganar por lejos. Si después de los ocho años clintonianos
la Casa Blanca es reconquistada por los republicanos, los analistas podrán
decir que el vice presidente Gore era de madera, le faltaba calor, decía
mentiritas, aparecía como un arrogante sabelotodo, todo lo cual
es cierto. Y hasta pueden inventar una nueva frase seductora: No
es la economía, estúpidos.
La economía no juega a favor de Gore. Después de un período
tan largo de crecimiento, los votantes ya dan por sentado que todo va
a seguir siempre bien. También pueden pensar que la expansión
económica más larga registrada en Estados Unidos se debe
a las políticas de Al Greenspan el titular de lo que sería
el Banco Central norteamericano y no a las de Bill Clinton desde
la Casa Blanca. Por último, la vida bajo los demócratas
estos últimos ocho años no fue exactamente un paseo por
los Campos Elíseos para la clase trabajadora norteamericana.
Un análisis reciente de los resultados de la administración
Clinton publicado por el economista norteamericano Robert Pollin en la
New Left Review concluyó con que no había hecho virtualmente
nada para mejorar los intereses de los sindicatos o, más generalmente,
de los trabajadores. Es verdad que el salario mínimo aumentó,
pero su poder adquisitivo decayó en un 40 por ciento desde fines
de la década de 1960. Es verdad que el salario real ha aumentado
durante el último par de años, pero sólo después
de un período de salarios decrecientes que se extiende hasta dos
décadas atrás. La desigualdad de los sueldos aumentó,
y el crecimiento del salario de los trabajadores comunes está muy
por debajo del que experimentó en las anteriores expansiones económicas.
Si Gore quiere saber por qué tuvo problemas para que el voto partidario
seguro concurriera en masa a las urnas, debe meditar sobre el hecho de
que el salario promedio de los trabajadores que no son jefes está
muy por debajo de lo que tenían bajo Ronald Reagan.
Ni Bush ni Gore se animaron a mencionar el hecho de que el boom de Norteamérica
puede derrumbarse en cualquier momento, aunque ambos deben conocer los
riesgos. No hay dudas de que Estados Unidos fue testigo de un renacimiento
industrial durante la pasada década y media. Aunque el ritmo de
la expansión bajo Clinton no fue tan notable comparado con el de
las décadas de 1950 y 1960, los valores de la Bolsa de comercio
sí enloquecieron. Para dar un ejemplo, el porcentaje de las ganancias
de Xerox llegó a 123 en 1961; el pico más alto de la empresa
de subastas online eBay fue 9571.
En la fase siguiente del ciclo, el boom de la Bolsa de Comercio creó
un efecto de riqueza, que a su vez incentivó el aumento del consumo
y dio a los individuos confianza suficiente para endeudarse y a las empresas
confianza paar invertir en más proyectos marginales. Los inversores
de otras partes del mundo miraban con envidia mientras Wall Street escalaba
alturas vertiginosas. Desesperados por obtener una rodaja, compraron bienes
en Estados Unidos a precios sobreinflados, aumentando así el valor
del dólar y ayudando a disminuir la inflación norteamericana.
Que ésta es una posición extremadamente precaria tendría
que ser inmediatamente evidente. Financiar el consumo con ganancias de
la Bolsa solamente se mantiene mientras la Bolsa sube, y este año
Wall Street se ha movido más para los costados que hacia arriba.
¿Por qué se movió hacia los costados? Es simple.
Hubo una sobreinversión colosal y los inversores más astutos
empezaron a perder fe en la capacidad del sector de alta tecnología
para obtener las ganancias que justificarían los preciosabsurdamente
elevados de sus acciones. En realidad, los inversores verdaderamente astutos
cosecharon sus ganancias hace mucho tiempo.
Como manifiesta Graham Turner, de GFC Economics, hay muchas señales
de que la economía se está desacelerando. La producción
manufacturera está quedando atrás, el gasto de los consumidores
en bienes durables y en automóviles bajó drásticamente
durante 2000 y el mercado de trabajo comenzó a bajar. Con la demanda
bajando pero la capacidad sobreabundante, está sucediendo lo inevitable.
Las inversiones se paran y los precios caen. El precio de las llamadas
telefónicas cae un 6 por ciento por año, las llamadas de
larga distancia cayeron a un porcentaje anual de 14,5 por ciento en los
últimos seis meses. Estas no son buenas noticias para AT&T.
Todo esto sugiere que un aterrizaje difícil es mucho más
posible de lo que muchos optimistas profesionales quisieran que creyéramos.
Si esto sucede, será un adecuado epitafio para los años
de Clinton. Como señala Pollin: El núcleo del programa
de Clinton fue la integración económica global, con mínimas
intervenciones para promover la equidad en los mercados laborales o la
estabilidad en los mercados financieros. Los gestos hacia los que están
económicamente peor han sido ligeros y formales, mientras que los
salarios para la mayoría o bien se paralizaron o decrecieron. Pero
un aumento estratosférico en los precios de las acciones y un boom
del consumo financiado con deuda conforman, como legado, una pesada hipoteca.
Clinton le entregará a su sucesor la pirámide financiera
más precaria del período de posguerra. La de hoy podría
ser una buena elección presidencial, pero que es bueno perder.
*
De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère
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