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OPINION

Nadie al poder

Por James Neilson

A menos que hayan estado jugando con nosotros los consultados por los incansables sondeadores de opinión norteamericanos, durante cuatro años el líder máximo del planeta Tierra bien podría ser un personaje de capacidad intelectual tan limitada que es mejor conocido por sus bloopers -”grecianos” en lugar de “griegos” y muchísimas cosas más por el estilo– que por sus ideas, si es que alguna vez se le ha ocurrido alguna. De producirse, el triunfo de George Bush junior no se debería a la propaganda de igualitarios convencidos de que es malo discriminar contra los lerdos, sino a que, en opinión de los multimillonarios que lo seleccionaron y que han respaldado su campaña, será mejor que un incompetente amable ocupe la Casa Blanca de lo que sería verla en manos de alguien capaz, si bien antipático, como Al Gore.
No es que el vice de Bill Clinton sea un enemigo del orden capitalista, es que podría sentirse tentado a aprovechar el poder de la presidencia en un esfuerzo por adelantarse a las desgracias que provocarían pequeños accidentes como un colapso bursátil seguido por bancarrotas y desocupación masiva, una corrida financiera en escala apocalíptica ocasionada por una decisión por parte de europeos y japoneses de dejar de financiar déficit comerciales gigantescos, una guerra en Medio Oriente, en Kashmir o los estrechos de Taiwan, las consecuencias de cambios climáticos, un ataque terrorista biológico o cibernético. En cambio, a Bush no le interesaría “intervenir” prematuramente en asuntos tan embrollados, acaso porque no le interesa nada.
Aquel viejo principio conservador según el cual mucho poder acarrea muchas responsabilidades es ajeno a la derecha norteamericana. Lo que quiere es aislarse de los demás, trátese de compatriotas pobres o de países exóticos en que hablan dialectos incomprensibles. Confiados en que el gran boom clintoniano continuará por los siglos de los siglos, los republicanos que apoyan a Bush junior apuestan a que aquel piloto automático que se llama el mercado libre seguirá permitiéndoles acumular fortunas cada vez más colosales. ¿Están en lo cierto? Los pesimistas dicen que no, que, como suele suceder cuando la élite de la superpotencia de turno cree que ha llegado la hora de dar la espalda al resto del universo, los años que vienen podrían brindarles algunas sorpresas sumamente desagradables. Si éstos tienen razón y si Bush resulta ser tan bobo como tantos dicen, muchos millones de personas tendrán motivos para lamentar la crasa irresponsabilidad que es la característica más notable de una parte muy significativa de la clase política norteamericana.


 

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