A menos
que hayan estado jugando con nosotros los consultados por los incansables
sondeadores de opinión norteamericanos, durante cuatro años
el líder máximo del planeta Tierra bien podría
ser un personaje de capacidad intelectual tan limitada que es mejor
conocido por sus bloopers -grecianos en lugar de griegos
y muchísimas cosas más por el estilo que por
sus ideas, si es que alguna vez se le ha ocurrido alguna. De producirse,
el triunfo de George Bush junior no se debería a la propaganda
de igualitarios convencidos de que es malo discriminar contra los
lerdos, sino a que, en opinión de los multimillonarios que
lo seleccionaron y que han respaldado su campaña, será
mejor que un incompetente amable ocupe la Casa Blanca de lo que
sería verla en manos de alguien capaz, si bien antipático,
como Al Gore.
No es que el vice de Bill Clinton sea un enemigo del orden capitalista,
es que podría sentirse tentado a aprovechar el poder de la
presidencia en un esfuerzo por adelantarse a las desgracias que
provocarían pequeños accidentes como un colapso bursátil
seguido por bancarrotas y desocupación masiva, una corrida
financiera en escala apocalíptica ocasionada por una decisión
por parte de europeos y japoneses de dejar de financiar déficit
comerciales gigantescos, una guerra en Medio Oriente, en Kashmir
o los estrechos de Taiwan, las consecuencias de cambios climáticos,
un ataque terrorista biológico o cibernético. En cambio,
a Bush no le interesaría intervenir prematuramente
en asuntos tan embrollados, acaso porque no le interesa nada.
Aquel viejo principio conservador según el cual mucho poder
acarrea muchas responsabilidades es ajeno a la derecha norteamericana.
Lo que quiere es aislarse de los demás, trátese de
compatriotas pobres o de países exóticos en que hablan
dialectos incomprensibles. Confiados en que el gran boom clintoniano
continuará por los siglos de los siglos, los republicanos
que apoyan a Bush junior apuestan a que aquel piloto automático
que se llama el mercado libre seguirá permitiéndoles
acumular fortunas cada vez más colosales. ¿Están
en lo cierto? Los pesimistas dicen que no, que, como suele suceder
cuando la élite de la superpotencia de turno cree que ha
llegado la hora de dar la espalda al resto del universo, los años
que vienen podrían brindarles algunas sorpresas sumamente
desagradables. Si éstos tienen razón y si Bush resulta
ser tan bobo como tantos dicen, muchos millones de personas tendrán
motivos para lamentar la crasa irresponsabilidad que es la característica
más notable de una parte muy significativa de la clase política
norteamericana.
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