Por
Julián Gorodischer
La
diva pone la oreja y las defensas se ablandan. Frente a ella, que es tan
inocente, cómo no olvidarse de las cámaras. Algo está
pasando en ese living blanco sillones, paredes, alfombras en blanco
para que los invitados se quiebren. Lo curioso es que nunca lo hicieron
antes: Hola Susana, con más de diez temporadas en el
aire, fue siempre el lugar de las respuestas triviales a tono con las
preguntas guionadas, invariablemente, en un anotador adherido a alguna
de las manos de Susana Giménez. El encanto fue otro: el saludo
efusivo que siempre parece escoger a uno el que llama, el que llega
al estudio y no a los otros. El elogio (el latiguillo divino/a,
el más actual corazón), generando la sensación
de que sólo uno es lo único que importa en esos
cinco minutos, tal vez menos, de la vida de la diva.
De pronto, Palito Ortega se sienta en el diván de Susana y llora.
Se toma la cara con las manos. Baja la cabeza. Admite que está
desesperado. Se defiende. Busca apoyo en una interlocutora
que lo sabe inocente, ajeno por completo a las imputaciones de coimero
que le lanzaron otras voces del Senado. Otra vez, Cecilia Bolocco, el
romance de Menem, se sienta en el diván de Susana y llora. Cuenta
que la invitaron a cenar a la casa del Hermano Eduardo y que todos la
trataron con cariño. Dice que se sintió muy
querida. Se limpia las lágrimas con un pañuelo de
papel. Con el paso del tiempo me voy volviendo cada vez más
sensible, se justifica ante una eventual rival en el living blanco.
Las mujeres se toman de las manos y prolongan el gesto.
En un capítulo más reciente, el presidente Fernando de la
Rúa llegó al diván con parte de su familia, después
de la renuncia de su vice. Seguramente, memorizó sus respuestas
a tono con el efecto todo está muy controlado, pero
ante la mirada de la diva, que no es escrutadora sino todo lo contrario,
de pronto habla de crisis. Se le escapa, y después
lo niega. Pero la confesión está en marcha, y luego será
levantada por noticieros, y programas de archivo como PNP
o Televisión registrada. Algo influyó esa
escena, ese personaje que se le sentó tan cerca para que
en el living blanco (y no en un programa político de opinión,
un ámbito acaso más previsible) el Presidente cometiera
un lapsus, dijera de más, debiera desmentirse un poco más
tarde. Dos psicoanalistas (el médico psiquiatra José Eduardo
Abadi y la psicóloga Cecilia Calloway) observaron, ante la consulta
de Página/12, esta escena novedosa que ahora propone Susana
Giménez. ¿Cómo fue que el living frívolo
se transformó en un consultorio apto para llantos, confesiones
y palabras inesperadas?
¿Qué está pasando con la escena de Susana
Giménez que habilita el quiebre de algunos de sus invitados?
José E. Abadi: Los programas políticos de opinión
remiten a estrategias intelectuales. En cambio, un programa como el de
Giménez crea una ilusión de familiaridad, de intimidad.
La animadora (ella, en este sentido, es paradigmática) no toma
un rol indagador. Recibe en un clima de hospitalidad, no indaga, no es
fiscalizadora, y menos tiene un rol acusador. Se puede llegar a proyectar
en ella una figura que los valora, los quiere, los invitó para
que digan cuán buenos son. Alguien convoca a otro para que lo positivo
se manifieste. Esto provoca un ablandamiento de las defensas y la aparición
de los sentimientos.
Cecilia Calloway: Es una mujer que genera una intimidad inmediata
en el otro. Lo pone, enseguida, en el living de su casa y en pantuflas.
Esta intimidad se percibe como sincera: se muestra, tomando un concepto
lacaniano, como un Otro barrado. Es un ser vulnerable y no intocable,
que no responde al estereotipo de las estrellas de TV.
¿Qué rasgos de Susana la convierten en la confesora
ideal en esta televisión?
C.C.: La ingenuidad que destila hace que cierta actitud paranoica
que todos tenemos en estos tiempos decline. Frente a ella, parece que
hay que deponer las armas porque no va agredir. No parece haber ningún
peligro, de esos que acecharían en una personalidad oscura. Sabemos
que tiene plata y es mucha, pero los gustos que se da, sus lujos (el tapado
de piel de leopardo, la casa en Miami) son sueños afines a la gente
común.
J.E.A.: Ella está despojada de una función incomodadora.
Está revestida en el orden de la verosimilitud de lo teatral
de un halo de ingenua. Desaparecen fantasías persecutorias y miedos:
se crea una alianza entre invitado, presentadora y espectador diferente
de la que ocurriría en un programa de opinión política,
en el cual el espectador estaría juzgando.
¿Cómo se encuadra el llanto de los invitados en un
programa diseñado para estar bien arriba?
J.E.A.: No creo que el llanto sea una artimaña histriónica
preparada. Más allá de que puedan existir condicionamientos,
los políticos no lo regulan. No es un artificio extremado. Pero,
¿por qué el llanto estaría hablando de la verdad?
¿Por qué otorgarle al llanto una cualidad de verdad o pensarlo
como una cuestión superior? Convendría cuestionarlo desde
la lógica.
OPINION
Por Laura Iribarren *
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¿Por
qué ahora?
En Susana Giménez hubo una transformación:
fue convirtiéndose en una periodista confidente.
Ahora deja hablar, no juzga, no ofrece una interpretación
como lo hace la mayoría. Habilita a que el personaje hable
para construir una imagen de complicidad con los destinatarios.
Su imagen pública se ha venido deteriorando, se hizo menos
creíble. Su propia espontaneidad fue cuestionada y ahora
no basta. Cuando la confianza le fue esquiva, decidió asumir
nuevos roles, como el de confidente que es de una distancia muy
próxima con el espectador. Se satisface, entonces, una doble
necesidad: por un lado, la de la conductora que quiere estar cerca
de sus destinatarios y, por otro lado, la de muchos personajes del
ámbito de lo público que quieren acortar la distancia
con esos mismos espectadores. Hay que encuadrar el fenómeno
en una tendencia de todos los programas relacionados con el mundo
del espectáculo a hacer confesar a un personaje acerca de
cuestiones pertenecientes a la esfera de lo privado. Los políticos,
además, necesitan demostrar que lo que dicen es auténtico,
y el llanto los vuelve más creíbles. Es un gesto espontáneo
que surge de una persona conmovida y que está ligado a la
sinceridad.
* Semióloga especializada en medios de la UBA.
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