Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
ESPACIO PUBLICITARIO

“SUSANA GIMENEZ” MODIFICO SU PERFIL HASTA CONVERTIRSE EN UN TALK SHOW DE FAMOSOS
Un living de mentira como confesionario público

 

La diva de los teléfonos conduce un programa cuya producción trabaja para que sus invitados �que van de Cecilia Bolocco a Fernando de la Rúa, pasando por Palito Ortega� digan en cámaras lo que no pensaban decir.

 

Por Julián Gorodischer

t.gif (862 bytes)  La diva pone la oreja y las defensas se ablandan. Frente a ella, que es tan inocente, cómo no olvidarse de las cámaras. Algo está pasando en ese living blanco –sillones, paredes, alfombras en blanco– para que los invitados se quiebren. Lo curioso es que nunca lo hicieron antes: “Hola Susana”, con más de diez temporadas en el aire, fue siempre el lugar de las respuestas triviales a tono con las preguntas guionadas, invariablemente, en un anotador adherido a alguna de las manos de Susana Giménez. El encanto fue otro: el saludo efusivo que siempre parece escoger a uno –el que llama, el que llega al estudio– y no a los otros. El elogio (el latiguillo “divino/a”, el más actual “corazón”), generando la sensación de que sólo uno es “lo único que importa” en esos cinco minutos, tal vez menos, de la vida de la diva.
De pronto, Palito Ortega se sienta en el diván de Susana y llora. Se toma la cara con las manos. Baja la cabeza. Admite que está “desesperado”. Se defiende. Busca apoyo en una interlocutora que lo sabe inocente, ajeno por completo a las imputaciones de coimero que le lanzaron otras voces del Senado. Otra vez, Cecilia Bolocco, el romance de Menem, se sienta en el diván de Susana y llora. Cuenta que la invitaron a cenar a la casa del Hermano Eduardo y que todos la trataron “con cariño”. Dice que se sintió “muy querida”. Se limpia las lágrimas con un pañuelo de papel. “Con el paso del tiempo me voy volviendo cada vez más sensible”, se justifica ante una eventual rival en el living blanco. Las mujeres se toman de las manos y prolongan el gesto.

Uno de los ejemplos del cambio: De La Rúa y familia, después de la renuncia de Carlos Alvarez.

En un capítulo más reciente, el presidente Fernando de la Rúa llegó al diván con parte de su familia, después de la renuncia de su vice. Seguramente, memorizó sus respuestas a tono con el efecto “todo está muy controlado”, pero ante la mirada de la diva, que no es escrutadora sino todo lo contrario, de pronto habla de “crisis”. Se le escapa, y después lo niega. Pero la confesión está en marcha, y luego será levantada por noticieros, y programas de archivo como “PNP” o “Televisión registrada”. Algo influyó –esa escena, ese personaje que se le sentó tan cerca– para que en el living blanco (y no en un programa político de opinión, un ámbito acaso más previsible) el Presidente cometiera un lapsus, dijera de más, debiera desmentirse un poco más tarde. Dos psicoanalistas (el médico psiquiatra José Eduardo Abadi y la psicóloga Cecilia Calloway) observaron, ante la consulta de Página/12, esta escena novedosa que ahora propone “Susana Giménez”. ¿Cómo fue que el living frívolo se transformó en un consultorio apto para llantos, confesiones y palabras inesperadas?
–¿Qué está pasando con la escena de “Susana Giménez” que habilita el quiebre de algunos de sus invitados?
José E. Abadi: –Los programas políticos de opinión remiten a estrategias intelectuales. En cambio, un programa como el de Giménez crea una ilusión de familiaridad, de intimidad. La animadora (ella, en este sentido, es paradigmática) no toma un rol indagador. Recibe en un clima de hospitalidad, no indaga, no es fiscalizadora, y menos tiene un rol acusador. Se puede llegar a proyectar en ella una figura que los valora, los quiere, los invitó para que digan cuán buenos son. Alguien convoca a otro para que lo positivo se manifieste. Esto provoca un ablandamiento de las defensas y la aparición de los sentimientos.
Cecilia Calloway: –Es una mujer que genera una intimidad inmediata en el otro. Lo pone, enseguida, en el living de su casa y en pantuflas. Esta intimidad se percibe como sincera: se muestra, tomando un concepto lacaniano, como un Otro barrado. Es un ser vulnerable y no intocable, que no responde al estereotipo de las “estrellas” de TV.
–¿Qué rasgos de Susana la convierten en la confesora ideal en esta televisión?
C.C.: –La ingenuidad que destila hace que cierta actitud paranoica que todos tenemos en estos tiempos decline. Frente a ella, parece que hay que deponer las armas porque no va agredir. No parece haber ningún peligro, de esos que acecharían en una personalidad oscura. Sabemos que tiene plata y es mucha, pero los gustos que se da, sus lujos (el tapado de piel de leopardo, la casa en Miami) son sueños afines a la “gente común”.
J.E.A.: –Ella está despojada de una función incomodadora. Está revestida –en el orden de la verosimilitud de lo teatral– de un halo de ingenua. Desaparecen fantasías persecutorias y miedos: se crea una alianza entre invitado, presentadora y espectador diferente de la que ocurriría en un programa de opinión política, en el cual el espectador estaría juzgando.
–¿Cómo se encuadra el llanto de los invitados en un programa diseñado para estar “bien arriba”?
J.E.A.: –No creo que el llanto sea una artimaña histriónica preparada. Más allá de que puedan existir condicionamientos, los políticos no lo regulan. No es un artificio extremado. Pero, ¿por qué el llanto estaría hablando de la verdad? ¿Por qué otorgarle al llanto una cualidad de verdad o pensarlo como una cuestión superior? Convendría cuestionarlo desde la lógica.

OPINION
Por Laura Iribarren *

¿Por qué ahora?

En “Susana Giménez” hubo una transformación: fue convirtiéndose en una “periodista confidente”. Ahora deja hablar, no juzga, no ofrece una interpretación como lo hace la mayoría. Habilita a que el personaje hable para construir una imagen de complicidad con los destinatarios. Su imagen pública se ha venido deteriorando, se hizo menos creíble. Su propia espontaneidad fue cuestionada y ahora no basta. Cuando la confianza le fue esquiva, decidió asumir nuevos roles, como el de confidente que es de una distancia muy próxima con el espectador. Se satisface, entonces, una doble necesidad: por un lado, la de la conductora que quiere estar cerca de sus destinatarios y, por otro lado, la de muchos personajes del ámbito de lo público que quieren acortar la distancia con esos mismos espectadores. Hay que encuadrar el fenómeno en una tendencia de todos los programas relacionados con el mundo del espectáculo a hacer confesar a un personaje acerca de cuestiones pertenecientes a la esfera de lo privado. Los políticos, además, necesitan demostrar que lo que dicen es auténtico, y el llanto los vuelve más creíbles. Es un gesto espontáneo que surge de una persona conmovida y que está ligado a la sinceridad.
* Semióloga especializada en medios de la UBA.

 

 

KIOSCO12

PRINCIPAL