Por
Pablo Plotkin
La
caída de una de las dos torres petroleras que decoraban el escenario
graficó bien el final del primer tramo del show. Cristian Aldana
terminaba de cantar Hombre de mierda y todo estaba saliendo
fantástico, y el momento de euforia sirvió para derribar
parte de la escenografía. Como sucedería hasta el final,
la sensación general era que todo funcionaba. Las canciones, las
luces, el decorado industrial/apocalíptico, y hasta esa llovizna
artificial que caía para que los que se apretujaban adelante no
pasaran demasiado calor. El debut de El Otro Yo en Obras no fue un mero
trámite de consagración. La banda pasó haciendo mucho
ruido, arrasando durante dos horas de melodías, furia y energía.
Y ahora es seria candidata a convertirse en el mejor show de rock del
momento en la Argentina.
Se puede rebobinar hasta los últimos años de los 80,
cuando los hermanos Cristian y María Fernanda Aldana empezaban
a tocar en su casa de Temperley. Los discos de The Cure, Cocteau Twins,
la tendencia heavy metal del guitarrista y un espíritu independiente
y trabajador. Es el mismo método de acción el que llevó
a Cristian a repartir por las disquerías las cien copias de la
primera producción Los hijos de Alien, en casete, el
que los empujó a fundar su sello Besótico, y el que hizo
que la primera presentación en Obras fuera un plan bien calculado.
El escenario recreaba una zona fabril algo ruinosa, y la secuencia que
precedió la salida de los músicos sonaba a obra en construcción
post catástrofe nuclear. Una voz marciana alertaba sobre el comienzo
de la explosión (tal como sucede en la apertura de su reciente
álbum en vivo, Contagiándose la energía del otro),
y definitivamente todo explotó con la irrupción de un viejo
tema insignia, E.O.Y..
No fue necesario que el estadio estuviera lleno, ese parámetro
que a veces usa la prensa para medir el éxito de un grupo en la
meca del rock. De hecho, las populares ni siquiera fueron habilitadas,
así que el clima no varió mucho de las habituales presentaciones
en Cemento. Cristian estuvo hecho un torbellino durante toda la noche.
María Fernanda, con esa encantadora perversión infantil,
brilló como intérprete. Ray Fajardo le dio a la batería
como si fuera la última noche, y se adueñó del escenario
con Peligro, donde representa a un Satanás chillón.
Y Ezequiel Araujo, el responsable de la expansión sonora de lo
que antes era un power trío, disparaba samples como con cerbatana,
proyectiles electrónicos al corazón de la estructura punk/noise/pop.
Mientras tanto, el público púber coreaba esas canciones
plenas de sexo y en permanente tensión entre optimismo y nihilismo.
En un arranque de prepotencia rocker, al comienzo del show, el Aldana
mayor había aullado: ¡Esto está creciendo, va
a crecer cada vez más, y nadie lo va a poder parar!. Se lo
tienen merecido.
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