Por
Fabián Lebenglik
Después
de diez años Norberto Gómez vuelve a mostrar los secretos
que guarda en su taller. Ante sus esculturas lo primero que se ve es lo
distintas que resultan en comparación con el resto de la escultura
actual y, simultáneamente, lo igual a sí mismas
y coherentes con su mundo.
Esta muestra es una continuación de aquella que el artista presentó
en la misma galería hace una década. Como si el tiempo no
hubiera pasado, la obra de Gómez la de hace diez años
y la de ahora parece responder a un idealismo subjetivo y encapsulado,
a una clase especial de solipsismo, que maneja coordenadas de tiempo propias.
Aparece como la obra de un artista/inventor, loco y aislado, del siglo
XVIII, que construye cuidadosamente sus extrañas pesadillas.
En esta obra pesa más lo teatral decía el escultor
cuando participó de la muestra itinerante Otro mirar
que se presentó en el Museo Nacional de Bellas Artes hace tres
años. Creo que esas piezas fingen, no son. Hacen que son
obras, son farsantes, simulan ser obras. Incluso en su ubicación
en el tiempo engañan. Una vez un grupo de personas, después
de ver las obras, le preguntó al curador de la muestra si hacía
mucho que había fallecido el autor. Creyeron que estaba muerto
o que era del siglo XIX... Lo que yo estoy haciendo podría explicarse
con el símil de los verbos: empecé a dejar de conjugar,
empecé a hablar con los infinitivos; ni el futuro ni el pasado,
ni el presente, ni el pretérito, directamente el infinitivo.
El mundo propio que asoma en las obras tiene, por supuesto, una estructura
social, una manera de hacer política, una arquitectura particular...,
así como tiene sus hombres/máquina y, fundamentalmente,
sus héroes y sus hechos heroicos.
Falta consignar que el mundo de Gómez es un mundo extrañamente
parecido a éste, el otro mundo, llamado real, que se
intuye simultáneamente como abominable y fascinante.
Norberto Gómez nació en Buenos Aires en 1941, descendiente
de una familia de artesanos españoles; su padre era ebanista y
su tío, luthier. Pasó por la educación artística
formal en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano. A mediados
de la década del sesenta viajó a París, donde trabajó
en el taller de Julio Le Parc. Entre 1970 y 1974, después de otro
viaje a París, dejó la escultura. Y cuando retoma el oficio
no sólo de escultor, sino también de dibujante
comienza también a realizar lo mejor de su obra.
Exhibe individual y colectivamente desde 1967 y su última muestra
personal fue una gran retrospectiva organizada por el Museo de Arte Moderno
de Buenos Aires, en 1995.
En 1976 Gómez ganó el Premio Marcelo De Ridder; en 1981,
el Premio de escultura en la Primera Bienal de Arte de Montevideo, y en
1995 el Premio Marechal, otorgado por el Museo de Arte Moderno de Buenos
Aires.
En 1991, la producción que el artista había hecho en la
década del setenta formó parte del envío argentino
que la galería Ruth Benzacar llevó a la Feria de Arte Contemporáneo
de Madrid (ARCO). Luego presentó sus trabajos por primera vez en
Nueva York.
Desde el arte funerario hasta la estatuaria urbana, históricamente
las sociedades construyen monumentos para perpetuar sucesos y personas
dignos de memoria.
En la Argentina, el monumento funcionó, desde su entronización
durante el ascenso al poder de la generación liberal de 1880, como
estrategia de construcción simbólica de la nación
y el Estado y como correlato artístico para apoyar
la elaboración del parnaso escolar que se viene enseñando
en las escuelas desde entonces. Desde aquel salto modernizador
que dio la generación del ochenta para pasar al siglo XX, hasta
la década peronista del período 1945-1955, se cumplió
un ciclo en donde el volumen escultórico tenía un sesgo
celebratorio, pedagógico, heroico y conmemorativo, de tal modo
que los monumentos públicos fueron dando cuenta de la versión
oficial de la historia.
A modo de revisión de aquella genealogía del monumento,
escultores argentinos como Aldo Paparella y Alberto Heredia parodiaron
y deconstruyeron esa tradición que Norberto Gómez contribuye
a pulverizar.
En la década del setenta Gómez había evocado desde
sus obras las carnes y osamentas torturadas que desentrañaban dramáticamente
la razón criminal y la tortura como políticas de Estado
de la dictadura militar.
En la década del ochenta el escultor había fabricado enormes
armas barrocas en las que contrastaban sus temibles y pesadas apariencias
metálicas, con su hechura real, de cartón pintado. A través
de aquellas armas se podía establecer una secuencia centenaria
desde la Conquista hasta la actualidad para mostrar cómo
una cultura o una clase se desploma sobre otra para someterla y subordinarla.
La maqueta de una de esas armas forma parte de la muestra. Las púas
de esa masa, miradas al detalle, son torres barrocas: es la cultura misma
la que contiene la violencia.
Con los pequeños monumentos que Gómez comenzó a exhibir
a partir de la década del noventa, alteró el código
genético de la estatuaria para producir una nueva lectura de la
historia, que invierte la versión heroica transformándola
en una visión contrahecha.
Las esculturas antes de yeso, ahora de bronce o poliéster
resultan de una voluntaria toma distancia que las empequeñece respecto
de sus modelos monumentales y serios, volviéndolas
tragicómicas, satíricas y picarescas.
En este sentido, la absoluta diferenciación de la obra de Gómez
con la de la escultura contemporánea produce un efecto
de extrañamiento y la vuelve notoriamente anacrónica. La
falta de sincronía entre la obra y su propio presente, según
la cual hay una superposición de sucesivos tiempos históricos
y de objetos provenientes de distintos mundos, es la que logra que junto
con el extrañamiento las obras exhiban un costado familiar y farsesco.
El artista imita el discurso grandilocuente para construir un cambalache
falsamente fastuoso.
Contra la mirada de los héroes de los monumentos, siempre noble
y pétrea, como perdida en el horizonte o en el cielo, los monstruitos
de Gómez proponen la mueca de una máscara repetida y siniestra.
Como en el caso de Pirro aquel general egipcio que vivió
hace 2300 años y que para vencer a los romanos mandó al
muere a todos sus soldados, las victorias de los héroes de
Gómez también son pírricas. Son logros típicamente
argentinos. (Galería Ruth Benzacar, Florida 1000, hasta el 18 de
noviembre.)
3ª
EDICION EN PARQUE AVELLANEDA
Prohibido
no esculpir
El domingo último finalizó el Tercer Concurso Nacional de
Escultura de Parque Avellaneda, en el que participaron quince escultores.
La competencia, al estilo de las que se hacen en el Chaco, comenzó
el 27 de octubre. El jurado, integrado por Leo Vinci, Fabián Galdámez
y César Fioravanti, otorgó el 1er. premio a Gennaro de Tommaso,
el segundo al uruguayo Luis Mensías y el tercero a Ary Cárdenas.
En el marco del concurso se realizaron otras actividades, en relación
con el tema de la edición 2000 del concurso Identidad y Diversidad
Cultural: un debate con invitados de distintas comunidades aborígenes,
una muestra paralela para jóvenes, en la que participaron más
de 50 egresados de las escuelas de Bellas Artes de la Ciudad de Buenos
Aires, talleres abiertos y un ciclo de videos.
Hasta el 17 de noviembre, en el centro de exposiciones La Casona de los
Olivera (del mismo Parque Avellaneda) se presentan fotografías,
esculturas, pinturas, arte textil, videos, dibujos y arte digital de artistas
de origen extranjero que residen en la Argentina, como Magda Frank y Pedro
Roth (Hungría), Pier Cantamesa y Clorindo Testa (Italia), María
de la Paz Encina (Paraguay), Andrés García La Rota (Colombia),
Adrianne Gallinari y Marlene Nascimento (Brasil), Tatiana Parcero (México),
Alix Delabarriere, Cecile Belmont y Anne Marie Jennau (Francia) y Silke
(Austria).
Inauguran
en la semana
Daniel Giannone y Adriana Rush, pinturas, desde ayer, en la galería
Alicia Brandy, Charcas 3149.
Marcelo Pelissier, Vanitas,
pinturas, hoy, en Arternativo, Corrientes 2052, primer piso.
Meyer Vaisman y José
Antonio Hernández-Diez, instalaciones, hoy, en el ICI, Florida
943.
Celina Saubidet, cajas
de luz flotantes, hoy, en Filo, San Martín 950.
Fractman, Japo y Lauría,
hoy, en la Fotogalería del Teatro San Martín, Corrientes
1530.
200 x 200 x 200,
la fiesta, hoy, en el Centro Recoleta.
Badii y los chicos, obras
de alumnos de jardines de infantes inspiradas en las del maestro
Líbero Badii, que se exhiben, desde mañana, en el
Museo Badii, 11 de Septiembre 1990.
Mariana Alexander, fotos,
hoy, en el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930.
Diana Gorsd, Pintura
y memoria, hoy, en el Palais de Glace, Posadas 1725.
Mauro Telletzea, muñecos,
hoy, en Liberarte, Corrientes 1555.
Eduardo Pla, arte digital,
mañana, en el Museo de Bellas Artes, Libertador 1473.
Richard Sturgeon, pinturas,
mañana, en Van Riel, Talcahuano 1257.
Alberto Hilal, Subí
que te llevo, pinturas, mañana, en Giesso-Reich, Cochabamba
370.
Eduardo Iglesias Brickles,
grabados, mañana, en Adriana Indik, Rodríguez Peña
2069.
VIII Bienal de Arte Sacro,
el jueves 9, en el Palais de Glace, Posadas 1725.
Lucio Dorr, el jueves
9, en Galería de Arte del Patio de Esculturas del Centro
Cultural San Martín, Sarmiento 1551.
Der Hairabedian, esculturas,
el 9, en Ojo al País, Centro Borges, Viamonte y San Martín.
Inés Drangosch,
el jueves 9, en Belleza y Felicidad, Acuña de Figueroa 900.
Juan Erlich, fotos, el
9, en la galería de la Plaza de las Américas del Centro
Cultural San Martín, Sarmiento 1551.
Alfredo Prior, pinturas,
el viernes 10 en el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930.
Sensorial mediática,
muestra internacional de artistas multimedia, el viernes 10 de
19 a 2 am, el sábado 11 y el domingo 12 de 13
a 2 am en El Atajo, Acevedo 776. El evento será transmitido
en simultáneo por www.sensorialmediatica.com
Sebastiao Salgado, 350
obras del fotógrafo brasileño, el lunes 13, en la
Fundación Proa, Pedro de Mendoza 1929.
|
|