Por Hilda Cabrera
¿Cómo llevar a la escena de modo poético, y en su faceta doméstica, a una figura que sacudió con sus teorías, periódicamente revisadas y criticadas, el pensamiento y la conducta humana del siglo XX? Este desafío le fue planteado a la directora Laura Yusem por Kive Staiff, titular del San Martín, cuando le propuso el montaje de La boca lastimada, pieza breve de Eugenio Griffero (Destiempo, El príncipe azul), centrada en el médico judío vienés Sigmund Freud, constructor del psicoanálisis. Ante el encargo, Yusem puso en movimiento su creatividad para convertir un sencillo retrato de situación en una pieza de fuste, que el público podrá ver a partir de mañana en la Sala Cunill Cabanellas, actuada por Osvaldo Santoro, Andrea Garrote, Gustavo Menahem y Leonardo Sagesse.
La acción transcurre en junio de 1938 y muestra a un Freud anciano, minado por un cáncer en el paladar. Está a punto de dejar Viena, ocupada por los nazis, y lo espera el exilio en Londres, donde morirá el 23 de setiembre de 1939. Como en la vida real, Freud se niega a partir, pero el permiso llega. En cuanto a la puesta, Yusem optó por estudiar �la situación real e histórica de la familia� de Freud, la relación de éste con su mujer Martha Bernays y su hija Anna (psicoanalista) y el conflicto interior con Julius, el hermano que murió siendo un bebé. Esta tragedia habría generado en el sabio vienés (según su autoanálisis) una mezcla de alivio y culpa. �Lo llamó la culpa del sobreviviente�, apunta Yusem en diálogo con Página/12. La actriz Andrea Garrote (autora además de piezas breves, cuentos y guiones y docente del área teatro en el C.C.Ricardo Rojas) es quien se desdobla frente al público componiendo a Martha y Anna.
�¿Qué significado tiene en su puesta el conflicto con el hermano muerto?
L. Y.: Julius es una condensación de todo lo que Freud deja cuando parte de Viena. Me pareció interesante tomar eso de la infancia de Freud, su sentimiento de alegría y culpa, porque en nuestro país eso es común a una generación, el alivio de los sobrevivientes de las masacres. Me interesó también la tragedia del exilio, que a él lo salva pero no le quita sufrimiento. En 1938 ya se habían exiliado los que podían. Freud se resistía porque estaba enfermo y no quería dejar Viena. Pero cuando a Anna se la lleva la Gestapo, que después la devuelve, se convence. El terror de que le ocurriera algo malo a Anna es permanente en él. Por eso incorporé el personaje del oficial nazi.
�¿Por ese arresto?
L.Y.: No sólo por eso. La Gestapo había hecho varias requisas en la casa (una de ellas el 15 de marzo de 1938) y le había confiscado la imprenta. Quise vincular a ese oficial de las SS con los libros de Freud. En la escena aparece leyendo o buscando papeles, más como una amenaza a los trabajos de Freud que a la familia. Y proyectamos un video que hicimos con Graciela Galán (escenógrafa, vestuarista y encargada de las luces con Gabriel Caputo). En el video mostramos primerísimos planos de los actores, de Osvaldo Santoro, por ejemplo, que hace el papel de Freud, fumando un cigarro. Estas imágenes se producen en simultáneo con las de la escena.
�¿Conocía la obra de Freud?
L.Y.: De mis estudios en la Facultad, hace tiempo. Pero no me propuse saber más sobre su obra sino sobre su biografía, que es fascinante. De todas maneras, lo que aparece en mi puesta no es el sabio sino el hombre que duda, siente rencor y tiene miedo. Es un Freud doméstico.
En cuanto a Andrea Garrote, la línea adoptada para componer a madre e hija �no es la de hacer a una señora de 70 años y a una joven de 30, sino de pensarlas situacionalmente y desde las relaciones de cada una con Freud�, precisa la actriz.
�¿Cómo resuelve ese desdoblamiento?
A.G.: A través de la actitud, que es más vital en Anna. No me interesa una composición convencional. Acentúo algunos rasgos, la voz, pero el acento está en el comportamiento. A Martha se la ve más abandonada y resentida; Anna está asustada y enamorada de su papá. Me gusta este tipo de trabajo, porque Laura es un buen marco de referencia para seguir investigando. Me seduce que en la actuación se pueda poner de manifiesto la �mentira� de la interpretación. Cambiar la voz, el tono, preguntarme y contestarme pero sin hacer burla de esa mentira, sino sostener esa �inexistencia� y crear ilusión. Me gusta �editar� la actuación, producir cortes temporales.
�¿Sobre qué temas le interesa trabajar?
A.G.: Más que con grandes argumentos, me importa trabajar con situaciones, sobre todo familiares, bien delineadas, aunque algo �extrañadas�. Estoy preparando unos guiones para cine sobre la relación entre la familia y el deporte: un corto sobre dos hermanos que juegan al ping pong. Siempre estoy buscando cosas nuevas en el cine, el video y el teatro, donde formamos una compañía con Rafael Spregelburd a la que llamamos El Patrón Vázquez, porque en España nos insistían en que nos pusiéramos un nombre. Este año llevamos a Madrid La modestia (de Spregelburd) y Reconstrucción del hecho, que funcionaron muy bien.
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