La última muestra
Por Enrique Medina |
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La noche llega a la clínica y la enfermera y sobrecogedora morocha le trae la cena al pintor que, ya recuperado, le agradece con un chiste de tono subidito.
Ella ríe al mango pero se controla, conoce la meta del tipo, así que retira los platos y se las pica. El se queda solito.
Descienden las luces, y por ello el silencio aumenta. Imagina ser el personaje de Dalton Trumbo en Johnny agarra su fusil, y espera inútilmente que la enfermera se apiade de él y lo masturbe. Esto fue todo, piensa él, azaroso cliente de la unidad coronaria. Cuando percibe alguna sombra deambulando, busca llamar la atención moviendo los brazos, sin éxito. Inesperadamente aparece la enfermera de turno en tareas de control, verificando la hacienda recibida. El le hace señas y ella se acerca. El le pregunta si hay que dormir, si no hay televisión o algún otro entretenimiento sin saber jugar al ajedrez, que él no es bueno pero si sale con las blancas puede hacer un buen papel. Ella no es para nada infartante, así que lo deja hablar y luego le dice que por la mañana lo pasarán a la sala de egreso, por dos días, antes de darle el alta definitivo, y que sólo ha tenido la mala suerte de que un virus le entrara en el cuerpo causándole un susto y nada más. El le pregunta por dónde se introdujo el atrevido virus, no vaya a ser que haya perdido el invicto sin enterarse. En la media luz de la sala, ella sonríe. El acepta que ella no es para nada infartante, pero se conmueve cuando le apoya la mano en el pecho y le dice que en unos días se olvidará de todo y volverá a creerse inmortal. El se dispone a dormir y a soñar con la morocha morrocotuda que no le ha dado ni cinco de bola. Se apagan las luces de la segunda tanda, y el silencio resalta aún más; apenas si una lamparita azul ilumina desde una lejana esquina. Y es entonces que, en la soledad más absoluta, el respirador artificial del noble anciano, de la cama contigua, yergue su presencia, engreído como el Obelisco de Buenos Aires; ¡qué digo!, como la Torre Eiffel de París. El pintor cierra los ojos. Un ruido se acerca. Es la inquieta y fenomenal morocha rondando. ¿Aún no se ha retirado? No lo puede creer el tipo; emocionado, disimula estar dormido. Ella se acerca, sin llegar, pero haciendo algo indefectible, murmullos. Así que el tipo abre los ojos y, en tinieblas, le ve desentubar y entubar al noble anciano. Le murmura cosas, le habla quedo, lo acaricia. El tipo empieza a entender que ella le dice al noble anciano que no le hará mal, tratará que no le duela, pero el alcohol con el que lo limpia algo arde; ella comprende, pero lo mismo tiene que hacer el trabajo porque es beneficioso para él, que se comporte bien, eso es, muy bien, así es, ahora debajo del brazo, te limpio para que te sientas bien recibiendo a las visitas mañana, todo va a salir bien, ya vas a ver, te vas a curar, vas a volver con tu familia, irás a la plaza a disfrutar del sol, te sentarás a la mesa como siempre, tus nietos te volverán a decir abuelo, ya, ya termino, calmate, ahora por aquí, también estos rincones, no te retraigas, dejá que meta mis dedos, tengo que hacerlo, sé que te molesta, pero es por tu bien, sos guapo y fuerte, eso me gusta, te veo mucho mejor que ayer, no te agites, cuando te saquen estos tubos vas a poder hablarme, yo igual te entiendo, sí, lo sé, no tenés que agradecer nada, hago mi trabajo, tranquilo, no te agites, que se te caen los brazos y después viene el doctor y me reta a mí, eso, muy bien, acá la mano, ves que trato de no hacerte doler, aguantá un poquito, estoy terminando, ya, ya, quietito, sé bueno...
El cuerpo del noble anciano no se detiene. Para que ella sepa que él quiere agradecerle, intenta tocarla, para eso se le caen los brazos a los costados de la cama, porque intenta transmitir órdenes que los músculos confunden y lo ridiculizan; quiere abrir los ojos, aunque sea apenas, para hacer un guiño amistoso al menos, y ser una persona educada, porque yo fui un señor antes de ser esta materia, este saco vacío de nada que estás viendo, fui un caballero, un hombre con poder, decisión, responsable, un hombre inteligente, capaz, elegante y conquistador, buena gente, creo, oal menos es lo que quisiera haber sido, uno nunca sabe realmente cuál es el verdadero valor de las cosas mientras vive, tan ansioso y desesperado se lucha en esta jaula más salvaje que las junglas del infierno, uno vive creyendo que puede manejar la existencia, el tiempo y el espacio, y por eso uno es arrogante, engreído, pretencioso y, como dice el tango, estafador. No necesariamente en lo económico, que no es tan grave según cómo se mire. Lo que duele hasta el infinito es la estafa humana, la que tiene que ver con la promesa que uno se hace a sí mismo y no cumple. Soy anciano, pero no necio, sé que muchas veces actué mal y no me arrepiento. Así estaban dadas las cosas. Ni Cristo fue perfecto, ¿qué habrá hecho en los años que la Biblia ignora...? ¿Y por qué los ignora la Biblia...? No lo traigo a cuento para justificarme, apenas si intento el remordimiento. Tampoco creo en dios. Y me falta. No desdeñaría la posibilidad de ser creyente, ahora. Ahora, entubado como estoy, sirviendo de experimento para los que estudian, y sirviendo de consuelo para mis parientes. Creeme, ahora que voy a morir, no quiero creer en dios por cobardía, para ver si consigo un beneficio extra. No quiero agradecerle a quien corresponda haberme dado salud, ojos que miraron, piernas que caminaron, manos que trabajaron y acariciaron. Muero bien. Aunque con dolores, a pesar de las inyecciones para calmarme que aplicás en mis venas, cada vez más difíciles de hallar. Confieso que fui arrogante, y creí que la vida estaba en deuda conmigo, que ella debía estar a mi servicio. En algún momento consideré logrado el objetivo. Pero después de alcanzado, la victoria no fue tan celestial como la había imaginado. La meta fueron las mujeres y el sexo dominó mi vida. Después de innumerables fracasos aún estoy soñando con el encuentro ideal. ¿Es un delirio, una muestra de insania mental, un despropósito, falta de realismo, necedad extrema, aguda insuficiencia coronaria, y por eso estoy aquí...?
La enfermera finaliza su tarea y se retira, abandonándolo, solo en su monólogo.
REP
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