Por Raúl Kollmann
�Con (Carlos) Corach esto de Estados Unidos no pasaba. Con él de ministro del Interior, a las 10 de la noche te tenían un número, un porcentaje y a otra cosa mariposa. O, si estaba Adelina (Dalesio de Viola), te cortaban la luz y punto.� La humorada circulaba anoche en el Congreso nacional y, en realidad, apuntó a un razonamiento casi nostálgico: en el paraíso de la tecnología, también la pifian las bocas de urna, fallan los escrutinios provisorios, nadie sabe cómo hacer un recuento definitivo, un candidato que no compite por la gobernación de Tucumán sino por la presidencia de Estados Unidos felicita al otro por su triunfo, pero a la mañana los resultados parecen indicar lo contrario y �la frutilla del postre� pasan ¡48 horas! sin que se sepa quién es el ganador. A partir de estos paralelismos casi chistosos, especialistas argentinos le buscan explicaciones a lo ocurrido en el Gran Hermano del Norte.
Por de pronto hay una coincidencia: �Allá no hay posibilidad de fraude masivo �explica Liliana Gurdulich de Correa, organizadora de las elecciones durante la última etapa de la era de Carlos Menem�. Cada estado tiene su escrutinio y sus métodos de recuento electrónico. El que suma votos en Nueva York no tiene nada que ver con el que lo hace en California. O sea que no hay un gran centro de organización electoral�.
Esto se verifica en una serie de diferencias. Hay estados que tienen urnas electrónicas y otros en los que la mayoría de los ciudadanos vota por correo. En la parte logística actúan jueces electorales, universidades, organizaciones no gubernamentales, todas distintas entre sí y en distintos estados.
Enrique Zuleta Puceiro, titular de Sofrés OPSM y también organizador de elecciones, sostiene que �el sistema norteamericano es blanco o negro. El que gana, se lleva todos los delegados al colegio electoral, el que pierde no lleva ninguno. O sea que ni siquiera es necesario saber con precisión �como aquí� la proporción de votos para uno o para otro. Sólo hay que saber quién ganó. Para eso no cuentan los votos. A nadie se le ocurriría ponerse a contar las boletas en un centro donde llegan todas las urnas de un estado. Lo que hacen es tomar mesas testigo, ya estudiadas durante años y años, sacan el resultado en esas mesas y el resultado de la muestra se da como válido. Nadie lo cuestiona. El gran problema es cuando la elección se convierte en un infierno como esta vez: 1500 votos de diferencia en la Florida sobre un total de 5 millones de votantes. Ninguna muestra puede funcionar. Hay que contar los votos y ellos no saben cómo hacerlo ni están preparados para eso. Por supuesto, ahora meterán un aluvión de gente a ver cómo arreglan el escrutinio�.
El caso de la gobernación tucumana se repitió, calcado, en Estados Unidos. Las bocas de urna daban a ganador a Ricardo Bussi a la noche, su competidor justicialista lo felicitó y admitió su derrota, pero a la mañana las cosas habían cambiado. Allá, Gore felicitó a Bush por su victoria y al rato lo llamó otra vez para retirar la felicitación: �Los medios estaban todos con Gore y eso los llevó a parcializar la información �insiste Zuleta Puceiro�. En elecciones parejas, las bocas de urna son inseguras, sobre todo porque el electorado se ha vuelto más independiente y muchas veces le miente al encuestador. Le da vergüenza admitir que votó por un candidato y a la salida del lugar de votación, le dice al encuestador que votó por otro�.
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