Por Martin Kettle *
Desde Washington
La revolución republicana de Newt Gingrich, que en 1994 tomó por asalto el Capitolio, retuvo el martes el Senado y la Cámara de Representantes por un pelo, ganándole a un desafío demócrata muy financiado y bien organizado. En la elección presidencial más ajustada en años, los votantes norteamericanos entregaron resultados finamente equilibrados, pero dejaron a los republicanos con mínimas mayorías en ambas cámaras.
El resultado fue un fuerte golpe para los demócratas, que tuvieron como objetivo recapturar la Cámara después de seis años, y que ahora deben abocarse a usar su minoría para bloquear el Senado en las próximos batallas legislativas. En el Senado, con las bancas republicanas en Michigan y Washington todavía sin definir, los demócratas tenían esperanzas de lograr una división 50-50 en el cuerpo de 100 escaños, donde los republicanos tenían una mayoría de 54-46 antes de la elección. Las victorias de los demócratas no serían suficientes para darle control del Senado al partido, al margen del resultado en la batalla por la Casa Blanca. Si George W. Bush llega a ser presidente, entonces el vicepresidente Dick tendría el voto decisivo en caso de un empate 50-50. Si Al Gore llega a la presidencia, entonces Joe Lieberman tendría que dejar la banca de Connecticut en el Senado (a la que fue reelecto el martes). Y esto le permitiría al gobernador republicano de Connecticut, John Rowland, nombrar a un republicano para reemplazarlo. Y así los republicanos tendrían la mayoría. Si esto sucede, la insistencia de Lieberman en seguir postulándose para el Senado mientras también se postulaba para la vicepresidencia estará en la cumbre de una larga lista de curiosidades de la elección norteamericana más ajustada de los tiempos modernos.
Mientras el triunfo de Hillary Clinton en una banca demócrata en Nueva York captó casi toda la publicidad nacional y mundial, también en otros estados la elección provocó más dramatismo que los habituales. La historia se hizo en New Jersey, donde el candidato demócrata Jon Corzine, un ex presidente de Goldman Sachs, derrotó por un escaso margen al republicano Bob Franks después de romper todos los records de gastos para una carrera por el Senado. Corzine gastó 60 millones de su propio dinero para ganar la banca. Los demócratas también ganaron en Delaware, donde el gobernador Tom Carper desalojó al titular, el veterano republicano William Roth, presidente del Comité de Finanzas del Senado, y en Florida, donde Bill Nelson derrotó a Bill McCollum, uno de los fiscales del impeachment de Bill Clinton. Otra victoria demócrata fue en Minnesota, donde el senador Rod Grams fue derrotado por Mark Dayton.
También hubo victorias para los republicanos. En Virginia, el ex gobernador, George Allen, tuvo éxito donde Oliver North fracasó hace seis años, derrotando al titular demócrata Chuck Robb. En Nevada, donde el demócrata se había jubilado, el republicano John Ensign les ganó cómodamente a sus rivales.
Cuando faltaba decidir dos bancas de las 435 de la Cámara de Representantes, los republicanos llevaban una ventaja de 221 sobre 220, y dos independientes también habían ganado la reelección. Los demócratas parecían ganadores probables de las dos bancas, aunque algunos recuentos parecían imponerse antes de que se declararan los totales finales. �Creo que estamos en buena forma. Puede ser una mayoría ajustada, pero será una mayoría�, dijo Hastert ayer. La victoria demócrata más significativa fue la del congresista republicano James Rogan en el área de Pasadena, en el sur de California. Rogan, otro fiscal del impeachement de Clinton, fue desalojado por Adam Schiff. Los demócratas también obtuvieron otra banca republicana de California cuando Mike Honda venció en el distrito de Santa Clara, dejado vacante por el congresista moderado republicano Tom Campbell, que por su parte perdió al desafiar en el Senado a la reelectasenadora Dianne Feinstein. Una tercera victoria fue en Nueva York, donde la banca que previamente ocupaba Rick Lazio, el derrotado candidato republicano para el Senado, fue para el demócrata Steve Israel. Hubo otras victorias en Utah y Arizona. Los republicanos obtuvieron bancas en Virginia, Minnesota y Connecticut, para mantener intacta la mayoría del partido.
opinion
Por Dick Morris* |
Democracia en peligro
En Estados Unidos vivimos en democracia. Tal vez. Sería un atropello absoluto que George W. Bush se convierta en presidente si �como sugieren las tendencias actuales� pierde el voto popular por 250.000 votos. El Colegio Electoral es un anacronismo que los americanos hemos tolerado porque nunca se metió en el camino; desde 1888 reflejó fielmente el voto popular. Pero si los actuales resultados electorales se mantienen, Bush ganaría la presidencia aun cuando hubo más gente que votó por Al Gore. Esto no es democrático. En el Reino Unido, un partido puede ganar la mayoría del voto popular pero fracasar en ganar la mayoría de las bancas del Parlamento. Incluso es posible que quien queda segundo llegue a formar gobierno. Pero el Reino Unido tiene un sistema parlamentario en que el Parlamento es la autoridad soberana.
Las actuales estimaciones de que el margen de diferencia de Al Gore es de 250.000 votos son difícilmente intrascendentes. Después de todo, el margen de John F. Kennedy sobre Richard Nixon en 1960 fue de sólo 100.000 votos. Desestimar una diferencia de esta magnitud sería un gran daño para la democracia. Habrá quienes digan que las elecciones de Estados Unidos se realizan bajo el sistema de Colegio Electoral y que éste debería respetarse aun si contradice a la democracia de una forma tan evidente. Pero el sistema constitucional en Estados Unidos no obliga a los electores a votar del modo en que fueron instruidos.
El Colegio Electoral fue establecido por la Constitución en una época en que era difícil contabilizar el voto popular de una nación tan grande en un período razonable de tiempo. Técnicamente, los electores del colegio tienen discreción para votar como quieren. Normalmente, durante la época de las luchas por los derechos civiles, los electores demócratas sureños se resistían a votar por el candidato a presidente de su partido y se rebelaban, dando sus votos al candidato presidencial de terceros partidos racistas, como George Wallace.
Habrá gran presión sobre los electores para que hagan a un lado sus instrucciones y su partido y voten para convertir a Al Gore en presidente si se mantiene su liderazgo en el voto popular. Es inconcebible que los Estados Unidos de América tengan un presidente que perdió el voto de la gente por un margen significativo. En 1876 y 1888, los candidatos que ganaron el voto popular (Samuel Tilden y Grover Cleveland) quedaron fuera de la Casa Blanca. En aquellos lejanos y simples tiempos, una decisión así no era extraordinaria. Pero en la época moderna, cuando contabilizar las preferencias de 100 millones de votantes repartidos a lo largo de miles de kilómetros no presenta ninguna dificultad técnica, hay una clara necesidad de que la voluntad del pueblo sea escuchada y respaldada.
Con toda seguridad, los votantes que constituyen el núcleo de apoyo a Gore no aceptarán el robo de una elección basado en un tecnicismo sin protestar. Y no deberían dejar de hacerlo. Tampoco sería extraño que haya manifestaciones callejeras. Estados Unidos descendería al reino de las repúblicas bananeras. A menos que el recuento de votos nos evite este destino, la democracia en América podría ir a juicio.
* Jefe de campaña para la reelección de Bill Clinton en 1996. |
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