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el Kiosco de Página/12

Elogio de los idiotas
Por Mempo Giardinelli

Según los viejos y nunca bien ponderados Diccionarios Larousse, el vocablo �idiota� define sencillamente al �imbécil y falto de entendimiento�. Idiotez: �falta de desarrollo mental; falta de inteligencia, estupidez�.
Por lo tanto, idiotas vienen a ser esos tipos que, por ejemplo, besan la mano de los que les pegan. Los que sonríen cuando sufren, por caso. Los que cuando son engañados se muestran felices. O los que cuando todo se viene abajo sonríen para las fotos. 
Los idiotas son legión en este mundo, pero sobre todo en estas pampas: adoran sentarse a la mesa de los poderosos, creyendo por un segundo que han sido aceptados al banquete. Se fascinan con la ilusión del poder porque los poderosos verdaderos les dan la mano un instante. O se la ponen en la espalda. O se la meten debajo de la cintura. Los idiotas siempre sonríen.
Una clasificación (provisoria) permitiría dividir a los idiotas en: idiotas estructurales; idiotas cretinos; idiotas funcionales o de ocasión; y los que por idiotas se volvieron hijos de puta.
a) Idiotas estructurales son los irremediablemente idiotas, como los que se pasan la vida intentando llegar al poder y cuando llegan no saben qué hacer. Estos idiotas estructurales sonríen ante todo aplauso o fogonean la crisis diciendo que están preparados para gobernar, cuando no amenazan con que volverán en el 2003 (idiotez maligna, devenida metástasis). Dentro de esta misma categoría hay que anotar a los que debieran legislar sobre la idiotez general, los que organizan y forman parte de �comisiones investigadoras� y por supuesto los que siempre recomiendan confiar en que �la Justicia resolverá�.
b) La subvariedad de idiotas cretinos se integra con los que adoran las declaraciones y discursos oportunistas, hablan de �proyecto nacional� y se alarman por �la exclusión social� que ellos mismos contribuyeron a instalar durante los diez años que se pasaron succionando calcetines y forros. También son idiotas cretinos los que �recuerdan� que �antes vivíamos mejor�, que �esto no pasaba� o que �había más respeto�, pero olvidan que en ese �antes� este país fue una carnicería y no había ni la desocupación ni el desencanto que hay ahora. Estos idiotas siempre se olvidan de los crímenes porque la criminalidad les convenía y suelen procurar el bienestar de los asesinos (cuando se les da un ministerio, pueden ser peligrosísimos). 
En esta misma categoría de idiotas cretinos (que, obvio, es la más rica en especímenes) caben, por caso, los sindicalistas que hacen negocios y acomodan a familiares y bataclanas; los empresarios que apoyaron los discursos y políticas que destruyeron la industria nacional pero todavía votan a los destructores cuando son candidatos a algo; y los que nunca se opusieron a la entrega del patrimonio nacional porque estaban distraídos o creyeron que no les afectaba directamente. También son idiotas cretinos los que hicieron la vista gorda ante la corrupción generalizada; los que creen que no ser corrupto es ser �boludo�; los que se corrompen un cachito porque �si todos lo hacen por qué no lo voy a hacer yo� y, en general, los propagandistas de la �viveza criolla� y los apólogos del �ser nacional� que no vieron cómo la nación se fue diluyendo como arena en puño abierto. Y es claro que son idiotas cretinos los que cuando ven la cloaca en que se ha convertido la política lo único que se les ocurre es echar de menos a los dictadores.
c) En cuanto a los idiotas funcionales o de ocasión, suelen ser aparentemente inocuos, aunque es su funcionalidad lo que los hace peligrosos. Son los que repiten clisés sin pensar y sin saber lo que dicen; los que siempre aplauden al que está arriba; los que reclaman que �alguien venga a poner orden�; los que añoran y anhelan �mano dura�.También pueden ser definidos como idiotas superlativos o paroxísticos porque �realmente� nunca saben lo que dicen, pero suelen ser los más estentóreos. Anidan en taxis, remises, colectivos, countries, sindicatos, burocracias de toda índole y una de sus peores costumbres es la de buscar siempre un lugarcito a la sombra de un presupuesto. En esta vasta �y desde luego gris� categoría, están los millones que siguen votando y sosteniendo a todos los anteriores. Son los que no quieren meterse y mejor dejan hacer. Los que callan y otorgan y los que repiten todo tipo de idioteces, claro está. E incluso los que abandonan el barco sin procurar mantenerlo a flote, o reman inútilmente mientras se hunde. Por supuesto, aquí caben los que siempre aprobaron y aprueban a los que �roban pero hacen�. E incluso los periodistas que no saben para quiénes trabajan o no les importa y los intelectuales que en lugar de contribuir a sosegar la confusión y el caos, agitan confusa y caóticamente.
d) Finalmente, los idiotas que por tales devinieron lo que el vulgo llama �hijos de puta� son los que desguazaron el Estado y anularon todos los controles; los que aplaudieron la Convertibilidad y ahora no saben qué hacer con ella, aunque harán cualquier cosa para defender sus quintitas. Son los que se desviven por complacer a �los mercados� mientras los mercados les rompen el trasero. Los que siempre odiaron los �trapos rojos�, los torquemadas vernáculos, los racistas y los nazis, los fanáticos de cualquier religión y los eternos lambiscones de botas e insignias. Son los que aplauden el pragmatismo y abandonan principios e ideales para sumarse a la rebatiña. Son los que organizan �planes sociales� mientras se anula al Estado. Los que llaman �racionalizar� y �ser competitivos� al cierre de fábricas. Los que dicen que del gasto público somos responsables los que trabajamos y pagamos impuestos. Los que recortan a los maestros y a los investigadores del Conicet. Los que se aumentan el sueldo mientras se rebajan los de todos.
El problema con la idiotez radica en la falta de pensamiento propio. La absurda pobreza material y anímica imperante en nuestro país hace que sean demasiados los argentinos que hoy no pueden ni pensar. Entonces creen. Sarmiento acertaba cuando decía: �El que solamente cree, no piensa�. 
Le sobró razón a Borges cuando sentenció que la estupidez se había vuelto popular. Pero ya no causa ninguna gracia. Más bien da bronca. Quizá sea, nomás, la hora de pensar.


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