Por Eduardo Fabregat
Ni los casamientos mediáticos ni los concursos de cantantes volverán a ser lo mismo: ayer por la tarde, luego de una larga internación por un cáncer de próstata, murió el conductor televisivo Roberto Galán. El inventor de dos programas históricos de la TV argentina, �Yo me quiero casar... ¿y usted?� y �Si lo sabe cante� llevaba varias semanas en una silenciosa agonía, acompañado sólo por familiares directos, entre ellos su sexta esposa. Sin temor al lugar común, puede decirse que con él se va un buen pedazo de la historia televisiva del país. Sus restos son velados desde anoche en el salón Montevideo de la Legislatura de la Ciudad y serán inhumados hoy en un cementerio privado de Pilar.
Fue un personaje irrepetible, signado desde temprano por lo femenino: nacido en 1917, cuando tenía cuatro años murió su madre y fue abandonado por su padre y creció con su abuela, unas tías y su hermana mayor. A lo largo de su carrera fue visto con infinidad de mujeres y se le atribuyeron romances con personajes célebres (llegando incluso a stars como Marlene Dietrich), sobre los que prefirió guardar un silencio misterioso. Con una imagen que fluctuaba entre el caballero bien atildado y el cafishio de clase, Galán fue, ante todo, un visionario: luego de su experiencia radial y de sus años de amistad con Juan Domingo Perón, en 1963 debutó en Canal 9 con �Remates musicales�, pero su primer gran hit llegó cinco años después, cuando �Si lo sabe cante� instauró un formato que mantuvo hasta su última temporada en América, a comienzos de este año. La escena de los cantores aficionados buscando sus minutos de fama bajo la irónica mirada del conductor �que nunca le esquivó el bulto a una buena broma sobre el participante� se convirtió en un clásico, e incluso fue primer escenario de artistas como Piero, María Graña y, según decía Galán, Charly García.
Pero si a algunos les basta con ponerle la firma a un invento, Galán pudo ufanarse de haber patentado dos. �Yo me quiero casar...� fue otro éxito que, a pesar de sus ausencias, logró sobrevivir a todo cambio formal o tecnológico de la TV. Ostentó una marca de rating impresionante cuando el casamiento de dos enanos llegó a más de 60 puntos y popularizó una frase que todo argentino de más de 30 identifica enseguida: �¡Se ha formado una pareja!�. Hincha de San Lorenzo, coleccionista de caballos en miniatura, fanático de Don Segundo Sombra, Gardel y Duke Ellington, abstemio y no fumador, Galán fue también un conservador que se negó a casar a gays o dejar que los participantes/cantores entonaran �Estoy saliendo con un chabón�. Tras el levantamiento de �Si lo sabe...� se recluyó en su casa de Palermo y un country de Del Viso junto a su última mujer. Y, fiel a su estilo, a medida que avanzaba la enfermedad comenzó a evitar las cámaras. En una de aquellas noches de disfrute, había fundado junto a un grupo de amigos el Club de los divinos, que en su estatuto prohibía �tener el mal gusto de morirse�. A veces el mal gusto es inevitable.
opinion
Por Moria Casán |
Un personaje irremplazable
Qué enorme tristeza! Creo que esta muerte provoca un pesar sincero. Porque era un ser muy querido por la gente, y porque tenía un enorme respeto de sus colegas, tanto los que lo vieron trabajar en televisión como por los que tuvimos la posibilidad de conocerlo. Parecía encarnar la eterna juventud. Por la pinta y por su espíritu jovial. Daba gusto en el trato, era muy galante. Cuando yo lo cruzaba en los pasillos de un canal, y en los últimos años solía pasarnos en América donde yo hacía �Amor y Moria�, me llenaba de halagos. Y era toda una sorpresa porque una no está acostumbrada a recibir piropos de un caballero victoriano. Era, claramente, un hombre de mucho mundo, con estilo, seductor. Aunque el refrán dice nadie es imprescindible, en el recuerdo de la gente, Roberto Galán será irremplazable. |
UN RELATO DE SUS AÑOS LOCOS, EN SU PROPIA VOZ
�Yo le presenté a Eva al general Perón�
�Mi familia quería que fuese militar o ingeniero, pero yo desde niño quería ser locutor. Mi primer trabajo fue para un programa que iba en Radio Porteña, �La hora ferroviaria�, antes de los 18 años. Después, hice carrera, trabajé en Belgrano, donde ganaba un gran sueldo, y entré de lleno en la fascinante vida nocturna de Buenos Aires. Conocí a ídolos como Canaro, Fresedo, Troilo, Tita Merello, Libertad Lamarque, Luis Sandrini. Tuve mi mesa reservada en los mejores cabarets, viví a mil. Una vez, cuando ya la juventud había quedado atrás, se me ocurrió hacer gremialismo y la historia terminó con un paro de locutores. Me echaron. Me fui en barco a Europa y terminé en París. Nada me importaba demasiado.�
�En París sobreviví como puede, garroneando en la embajada y vendiendo viejas películas argentinas. Tenía mi pinta, claro. Me di el gusto de alternar con figuras como Josephine Baker, Lena Horne, Rita Hayworth, Maurice Chevallier, George Raft. Me volví porque extrañaba mucho... y porque había tocando fondo, económicamente.�
�Al poco tiempo de retornar, y trabajando en Radio Splendid, me enamoré perdidamente de una bailarina, a la que le ofrecían trabajar en Brasil. Su nombre artístico era Amparito Reyes y era hermana de la esposa de Hugo del Carril. Pasamos allá unos meses maravillosos, pero después... terminé solo en Copacabana. Compré un night club, pero lo fundí. De allí, salté a Venezuela, trabajando para una guía de la industria como vendedor. Terminé como amigo del presidente del país, Marcos Pérez Jiménez, y dueño de una agencia de publicidad y un supermercado.�
�En Venezuela intimé con el hombre que cambiaría de un plumazo toda mi vida, Juan Domingo Perón. Mi abuela fue la mujer de mi vida, la calle mi universidad, y Perón el gran hombre. En realidad, yo lo conocía de antes, pero fue allí, estando los dos fuera, que iniciamos una amistad para mí indestructible. Yo nunca había sido peronista hasta entonces.�
�Antes de eso, yo había presentado a Perón y Evita. La situación era así: Eva y yo, cuando a ella no la conocía nadie, estábamos en un acto en el Luna Park, una beneficencia para los afectados por el terremoto de San Juan. Ella quería que yo la subiese al escenario, para recitar unas poesías. Costaba encontrarle un hueco. Ella me tironeaba del pantalón, desde abajo del escenario. De repente, aparece el coronel Perón. En un rapto de genialidad, se me ocurrió matar dos pájaros de un tiro y le propuse a Eva formar parte de un comité de recepción de Perón. Grande fue mi sorpresa al verlos, al rato juntos, charlando animadamente. Cuando el tiempo me mostró cómo había terminado esa historia de amor, me sentí orgulloso de haber sido yo quien los puso frente a frente.�
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