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el Kiosco de Página/12

LOS DE COGOTE DURO
Por Osvaldo Bayer

El problema parece pequeño frente a esta caja de cartón en medio del fuego que es la economía argentina. O frente a la corrupción general que ha llegado a los cuerpos representativos después de carcomer la Justicia, la profesión política y las comisarías. Permítame el lector referirme nuevamente al caso La Tablada que ocupa desde hace varias semanas la temática de mis notas. Pero ese caso es ejemplar para definir el oportunismo, la burocracia, la viveza, el lenguaje del poder argentino. Estuvimos el jueves en la Casa de Gobierno, nos recibieron el ministro del Interior, doctor Storani; la subsecretaria Nilda Garré y la subsecretaria de Derechos Humanos, Diana Conti.
De este lado, intelectuales que tienen el problema ético de no poder aceptar que mientras los asesinos de uniforme y los ladrones públicos y coimeros estén todos libres, el grupo incursor de La Tablada, de filiación izquierdista, esté preso desde hace once años en las peores cárceles y se les niegue el derecho que les otorgan las leyes y los convenios internacionales sobre derechos humanos. Para que se cumplan las normas a las que se han obligado internacionalmente las autoridades argentinas se hallan en huelga de hambre. Pero la burocracia de funcionarios se encoge de hombros. No se deja conmover por la posible muerte de los que reclaman sus derechos. Radicales y peronistas están en otra cosa.
Los argumentos que en la entrevista del jueves escuchamos de los representantes gubernamentales fueron de la calidad de: “la opinión pública está en contra de los agresores de La Tablada” (subsecretaria Diana Conti); “la opinión pública está diez a uno en contra de los atacantes” (ministro Storani); “no puede haber indulto porque por fin tenemos que comenzar con la normalidad democrática en nuestro país y no dejar crímenes impunes” (subsecretaria Nilda Garré). Las dos señoras son del Frepaso, el ministro Storani, radical, votante en su oportunidad de las leyes de punto final y obediencia debida que dejó en libertad a todos los torturadores y brutales asesinos militares.
No es argumento válido legalmente eso de que “la opinión pública” está en contra; esto no tiene nada que ver con el cumplimiento de los tratados sobre derechos humanos. Con ese argumento demagógico podríamos decir que Bussi, Patti y Rico que fueron electos por “la opinión pública” son ya dueños del Derecho, y que el “Führer” siempre tenía razón porque lo aclamaban de pie, a cielo abierto y con el brazo levantado. (El mismo siniestro y sarcástico simbolismo de los que levantaron el brazo para votar obediencia debida y punto final. Eso sí, contra la voluntad popular y todas las normas legales que se habían discutido en el mundo después de Auschwitz, que los diputados de Alfonsín pasaron por alto, y las ignoraron a pesar de que los hombres de buena voluntad les habían hecho llegar todos los antecedentes.)
Pero, claro, ahora sí, en el caso La Tablada, ya no son uniformados sino civiles a los cuales hay que hacerles sentir “la democracia” como dice la frepasista Nilda Garré. Y justamente democracia tiene que ser todo lo contrario a lo que están haciendo De la Rúa y los suyos en el caso La Tablada. Democracia es cumplir los tratados internacionales firmados, especialmente, muy especialmente aquellos que tratan de derechos humanos.
La subsecretaria de Derechos Humanos, Conti, basó todos sus argumentos contrarios a los presos de La Tablada en la huelga de hambre de éstos. Son nada más que pretextos que nos avergonzaron a los presentes: no es la huelga de hambre el centro de la discusión sino la obligación del Gobierno de manifestarse sobre el camino legal tal cual lo obligan las leyes. Hacer culpables del caos económico del país a los piqueteros es lo mismo que acusar a los huelguistas de hambre del miedo a la ley de radicales y peronistas. En este caso, las víctimas de la falta de cumplimiento de sus deberes por el gobierno de De la Rúa aparecen como culpables cuando en realidad ahora son las víctimas del vertebral miedo burocrático a la democracia. Pero claro, la demagogia es fácil. (La culpa de la crisis en nuestros hospitales la tienen los bolivianos. Al aborto no hay que legalizarlo “porque las negras saben cómo cuidarse, pero no lo hacen para joder a los hombres”, como me dijo un taxista que se persignaba cada vez que pasaba frente a una iglesia.) (Monseñor Laguna se emocionó hasta las lágrimas cuando renunció el Chacho, pero no nos acompaña para pedir por los presos que están por morir, como tan justamente nos enseñó el bondadoso Jesús.)
Cuando me estaba refiriendo a la masacre de La Tablada, llevada a cabo por el general desaparecedor Arrillaga con tanques, bombas de fósforos y cañonazos a diestra y siniestra –masacre ordenada por Alfonsín, Jaunarena, Becerra y Nosiglia–, el ministro Storani me preguntó: “Pero, ¿a cuántos mataron los miembros del MTP?”. Le contesté que en el juicio no se comprobó eso que sostenía porque no se hicieron las autopsias correspondientes de los muertos para saber el calibre de las balas y a quiénes pertenecían esas balas, pero que, en este momento, su pregunta no tenía nada que ver con lo que se discutía: la ley antidemocrática de Alfonsín de Defensa de la Democracia, que eliminaba la segunda instancia; y las normas internacionales de derechos humanos que había que cumplir. Fue una discusión en el vacío. La única vez que el ministro Storani alzó la voz fue: “No habrá indultos”. La pregunta cabe: ¿por qué no habrá indultos si es una facultad presidencial dentro de la democracia? Claro, en este caso no, indultos en la democracia argentina valen sólo para los siniestros Videla, Massera, Camps, Menéndez. Los grandes criminales nazis terminaron en el suicidio o en la horca. Nuestros grandes criminales desayunan tranquilamente con sus familias en sus residencias. Pero se nos habla en forma engolada sobre la democracia. “Hay que hacer cumplir las leyes si queremos una democracia”, nos espetó Nilda Garré.
Como concesión dadivosa, el ministro Storani nos mandó a casa con la promesa de que él tramitaría una audiencia para que nos reciba el presidente De la Rúa. Pero el presidente De la Rúa ya una vez no recibió a los intelectuales, haciéndolos juntar orines en la sala de espera, y ahora, hace diez días ni siquiera ha contestado a nuestro pedido de audiencia. Los hombres de cogote duro tienen aprehensión de recibir a intelectuales. En cambio, sí, recibió a Martínez de Hoz, hombre que bien hilvana aquella historia de desapariciones con esta economía que nos hace marcar el paso desde aquella época.
Salimos a la Plaza de Mayo. Nada había cambiado. El cielo estaba sin azules, sólo el gris de la medianía. Pero no sé por qué recordé que en 1902 esa plaza se había llenado de voces obreras que gritaban: “Verdad, dignidad, libertad”. Y seguí andando hacia adelante.


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