Por Fernando Cibeira
Desde Mar del Plata
Terminados
los discursos y luego de detalladas las medidas, el Gobierno confiaba
en haber hecho el gesto de autoridad que le venían
reclamando frente a la grave crisis financiera. El presidente Fernando
de la Rúa se presentó anoche frente a los empresarios más
importantes del país reunidos en el coloquio de IDEA pidiendo terminar
con la histeria adolescente en la que nos hemos metido, refiriéndose
a los últimos movimientos del mercado y rumores de cambios de ministros.
En más de una ocasión, el Presidente aceptó que el
país atraviesa una dura tormenta financiera. No
estoy aquí para abrir el paraguas, sino para que pare de llover,
lanzó, antes de detallar lo que llamó su modelo.
La frutilla que coronó la fuerte puesta en escena con que la Rosada
supone terminarán las turbulencias de los últimos días,
fue un cable que leyó el ministro de Economía, José
Luis Machinea, en el que el Fondo Monetario expresaba su apoyo a las medidas
que un rato antes De la Rúa adelantó por la tele.
Si se mide la repercusión exclusivamente por los aplausos, habría
que decidir que la presentación de De la Rúa no fue ningún
suceso. Nunca fue interrumpido con alguna erupción de alegría
por parte de los empresarios mientras duró su discurso. Cuando
terminó, tuvo la cantidad de aplausos estrictamente correcta y
nada más. En ese rubro, Machinea tuvo un poco más de suerte.
Dos veces fue aplaudido, pero más que nada por las mesas que estaban
más adelante, en donde se ubicaron los políticos.
La apuesta del Gobierno fue fuerte y se notó en la cantidad de
presencias, que superaron las estimaciones previas. Entre otros, estuvieron
el jefe de Gabinete, Chrystian Colombo, más los ministros Adalberto
Rodríguez Giavarini, Patricia Bullrich y Hugo Juri. También
hubo una delegación legislativa importante encabezada por el presidente
de la Cámara de Diputados, Rafael Pascual, el jefe del bloque de
la Alianza, Darío Alessandro, el senador Pedro Del Piero y los
diputados Horacio Pernasetti, Jesús Rodríguez, Marcelo Stubrin,
Raúl Baglini y Juan Pablo Cafiero. No fue todo. Al Presidente lo
acompañaron su mujer Inés, sus hijos Antonio y Aíto
y hasta su yerno Juan Petracchi.
El copamiento del auditorio del Hotel Sheraton arrojó buenos resultados
según pudieron percibir los hombres del oficialismo. En general,
los empresarios quedaron contentos. Igual, ellos siempre piden más,
analizaba uno de los diputados que compartían las mesas ubicadas
frente al escenario con varios de los empresarios más poderosos
de la Argentina. De la Rúa se ubicó en el centro de la mesa
mayor, flanqueado por las autoridades del coloquio, Fernando Ponasso y
Jorge Aguado. También estuvo el gobernador Carlos Ruckauf, quien
consiguió que IDEA lo sentara en esa mesa ayer y no el día
inaugural, como estaba previsto en el programa original. Ruckauf había
amenazado con una inmediata respuesta mediática a las medidas de
De la Rúa, pero luego prefirió pensarlo un poco más
y probablemente hable hoy.
A diferencia del miércoles cuando abrió el coloquio, esta
vez Ponasso se limitó a leer lo que habían sido las conclusiones
de las tres jornadas de panelistas y no hizo ninguna mención a
la falta de liderazgo político, que tanto había venido preocupando
a los políticos.
Pero fue De la Rúa, en un tono más sincero que lo habitual,
quien se encargó de detallar las críticas que sabe favoritas
de los hombres de negocios cuando hablan en privado. Para los que
dicen que no hago lo que en verdad siento, para los que dicen que soy
un Presidente al que le falta fuerza, para los que dicen que estoy atado
a una Alianza que no me deja gobernar, enumeró. Dijo que
los problemas de confianza le hacen perder al país unos cuantos
millones al día y que nos comportamos en una juvenilia
política. Terminados los discursos, las mozas recién
empezaron a pasar con enormes bandejas trayendo el primer plato, ya cerca
de las 11 de la noche. Los diputados, apenas un poco más relajados
de los que estaban en la mesa principal, se animaban a hacer una primera
evaluación. Entramos en el camino hacia un capitalismo moderno,
haciendo las reformas que faltaban y terminando con algunos sistemas que
todavía eran mitad privados y mitad estatales, reflexionaba
el frepasista Alessandro, a quien el Presidente mencionó en el
discurso cuando se refirió a la fortaleza de la Alianza. Por
lo menos marcó un camino, vamos hacia allá, indicaba
otro legislador haciendo un gesto con la mano. Era lo que hacía
falta, agregó.
Claro que todos reconocían que más allá de las palabras
y de las primeras percepciones, lo que realmente importaba era que el
FMI hubiera adelantado su respaldo, aunque no lo suficientemente rápido
como para que Machinea hiciera un anuncio concreto. La plata está,
tranquilizaba un diputado. Con eso zafamos seguro, se esperanzaba.
OPINION
Por Mario Wainfeld
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La sonoridad del silencio
Un viejo proverbio reza que uno es esclavo de sus palabras y dueño
de sus silencios. Cualquier psicólogo podría explicar
que esa supuesta sabiduría conformista es, bien mirada, una
patológica necedad. Los silencios esclavizan, enferman y
dañan mucho más de lo que se verbaliza, comparte,
asume. Los silencios, en suma, dicen. En materia de comunicación,
los silencios son tan relevantes como lo que se menciona. Y en materia
política, ni qué decir. La Argentina tiene una pesada
tradición vinculada a de eso no se habla.
Ayer, el Presidente dedicó buena parte de la jornada a armar
dos discursos, que le insumieron en total bastante más de
una hora. Se supone que uno se destinó a la gente del común
y otro a la comunidad de negocios. En ambos mensajes intentó
dejar probado su liderazgo. Eligió un estilo coloquial en
su spot para la gente y un tono más enfático
en el Sheraton Hotel de Mar del Plata. Hizo uso y abuso de la primera
persona del singular con el fin ostensible de probar que es dueño
de la situación y de las decisiones.
El Presidente no hizo una mención siquiera incidental a lo
sucedido durante el día de ayer en Salta. No juzgó
necesario dedicar unas palabras a la muerte de un desocupado a manos
de la policía provincial y a una pueblada que fue cabal testimonio
de broncas y dolores populares acumulados. La chispa estalló
en un pueblo fantasma, General Mosconi, cuyo nombre alude a otra
Argentina que en tiempos no tan remotos los partidos populares,
incluido el radicalismo, valoraban.
Muchas reflexiones y asociaciones podría disparar la muerte
de un argentino y la bronca de muchos desamparados, pero De la Rúa
optó por abolirlas de sus discursos. Ese silencio dice mucho.
Es, acaso, una señal tan fuerte como los guiños que
proliferaron en las dos odas a los mercados que entonó el
Primer Mandatario.
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