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“EDIPO REY”,POR EL TEATRO NACIONAL GRIEGO
Una tragedia eterna

La austera versión del director Vassilis Papavassiliou, que termina hoy, garantiza dos horas despojadas de adornos escénicos y desbordes. La tradición se impone a la interpretación.

Antes de arrancarse los ojos,
Edipo “está ciego, pero cree ver”.

La línea neutra adoptada para esta versión es pura sugerencia.

Por Hilda Cabrera

t.gif (862 bytes)  “Parodia de la tragedia dentro de la tragedia”, llama el director y traductor Vassilis Papavassiliou esta puesta suya de Edipo Rey, que luego de una breve gira nacional llegó al escenario del Teatro Cervantes (donde se la podrá ver todavía hoy) sin los lujos que rodearon su presentación en julio de este año en la inauguración del Coliseo de Roma, pero con las sobrias galas características del Teatro Nacional de Grecia. La línea neutra adoptada para esta versión (la misma que se ofreció en Italia) es parte de una estética que apunta a la sugerencia. Esto se advierte en la contención actoral y en la limpieza de los diálogos, que avanzan sin tregua sobre asuntos conflictivos, como el deseo y el incesto, el poder y el crimen. Cuidadosos de su tradición, los artistas griegos no sujetan este trabajo a interpretaciones demasiado alejadas de las artes escénicas. Ni siquiera ingresan a este micromundo las reflexiones más popularizadas de Sigmund Freud sobre Edipo, como aquella de “La interpretación de los sueños”, donde el médico vienés escribe: “Si el destino de Edipo nos conmueve es porque podría haber sido el nuestro... El rey que ha matado a su padre y tomado a su madre en matrimonio no es sino la realización de nuestros sueños infantiles”.
Es así que, asumida la asepsia, el elenco garantiza dos horas de representación despojadas de consideraciones extra, adornos escénicos (puesto que lo único llamativo son unos maniquíes pintados de blanco) y desbordes interpretativos. Esta estrategia se mantiene tanto en los parlamentos ceremoniosos como en aquellas secuencias que muestran a los protagonistas quebrados por una fragilidad extrema.
En conjunción con ese ascetismo (que no impregna totalmente a algunos personajes secundarios), resulta un hallazgo la armonización de texto y música, sobre todo cuando ésta es entonada por las voces en vivo de los intérpretes. Desconcierta en cambio el convencional trazo melodramático impreso a una de las secuencias finales, protagonizada por Creonte, Edipo y sus hijas, donde, por añadidura, aquello que se dice (patético, por otra parte) no va más allá de una declaración exterior. Tampoco el despojamiento impuesto por Papavassiliou es siempre el mejor recurso, sobre todo cuando aplana el real carácter de personajes clave, como el del resentido Creonte (hermano de Yocasta, madre de Edipo). Es a este personaje a quien Sófocles (496-406 a.C.) ridiculiza en su tragedia Antígona, adosándole un lenguaje discursivo o ironizando sobre él a través del adivino Tiresias (“el ciego de la vista, pero no de la mente”). Es también Creonte aquel a quien Edipo, ya conocida la verdad sobre su origen y desterrado de Tebas, define en Edipo en Colono (también de Sófocles) como mentiroso y retórico: “Tienes buena lengua, pero no conozco ningún hombre justo que pueda hablar bien sobre cualquier cosa”.
La ceguera de Tiresias permite en Edipo Rey, “tragedia de la verdad” y drama de intriga al que era afecto Sófocles, establecer paralelos entre el ungido rey de Tebas y su rencoroso tío, puesto que, al igual que Creonte, Edipo es el que antes de arrancarse los ojos “está ciego, pero cree ver”. Sólo que, a diferencia de su contrincante (y cerca ya de la revelación que lo hará “nacer y morir al mismo tiempo”), necesita imperiosamente dudar de los oráculos (en esto lo acompaña Yocasta, madre y amante) y desairar a los dioses, lo que no podrá hacer jamás, puesto que está vencido aun antes de librar batalla contra el destino. Es así que, aunque lúcido al momento de vencer a la Esfinge que asolaba a Tebas, Edipo actúa con torpeza cuando debe afrontar sus más oscuras emociones. Esta circunstancia no genera tensión psíquica en el montaje de Papavassiliou. Su puesta avanza por otros carriles, generando un muy medido desplazamiento de conflictos “universales”, de temas que resisten el paso de los siglos y demuestran la real existencia de actitudes y frases viables en todo tiempo y lugar.

 

 

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