Por Hilda Cabrera
Parodia de la tragedia dentro de la tragedia, llama el
director y traductor Vassilis Papavassiliou esta puesta suya de Edipo
Rey, que luego de una breve gira nacional llegó al escenario del
Teatro Cervantes (donde se la podrá ver todavía hoy) sin
los lujos que rodearon su presentación en julio de este año
en la inauguración del Coliseo de Roma, pero con las sobrias galas
características del Teatro Nacional de Grecia. La línea
neutra adoptada para esta versión (la misma que se ofreció
en Italia) es parte de una estética que apunta a la sugerencia.
Esto se advierte en la contención actoral y en la limpieza de los
diálogos, que avanzan sin tregua sobre asuntos conflictivos, como
el deseo y el incesto, el poder y el crimen. Cuidadosos de su tradición,
los artistas griegos no sujetan este trabajo a interpretaciones demasiado
alejadas de las artes escénicas. Ni siquiera ingresan a este micromundo
las reflexiones más popularizadas de Sigmund Freud sobre Edipo,
como aquella de La interpretación de los sueños,
donde el médico vienés escribe: Si el destino de Edipo
nos conmueve es porque podría haber sido el nuestro... El rey que
ha matado a su padre y tomado a su madre en matrimonio no es sino la realización
de nuestros sueños infantiles.
Es así que, asumida la asepsia, el elenco garantiza dos horas de
representación despojadas de consideraciones extra, adornos escénicos
(puesto que lo único llamativo son unos maniquíes pintados
de blanco) y desbordes interpretativos. Esta estrategia se mantiene tanto
en los parlamentos ceremoniosos como en aquellas secuencias que muestran
a los protagonistas quebrados por una fragilidad extrema.
En conjunción con ese ascetismo (que no impregna totalmente a algunos
personajes secundarios), resulta un hallazgo la armonización de
texto y música, sobre todo cuando ésta es entonada por las
voces en vivo de los intérpretes. Desconcierta en cambio el convencional
trazo melodramático impreso a una de las secuencias finales, protagonizada
por Creonte, Edipo y sus hijas, donde, por añadidura, aquello que
se dice (patético, por otra parte) no va más allá
de una declaración exterior. Tampoco el despojamiento impuesto
por Papavassiliou es siempre el mejor recurso, sobre todo cuando aplana
el real carácter de personajes clave, como el del resentido Creonte
(hermano de Yocasta, madre de Edipo). Es a este personaje a quien Sófocles
(496-406 a.C.) ridiculiza en su tragedia Antígona, adosándole
un lenguaje discursivo o ironizando sobre él a través del
adivino Tiresias (el ciego de la vista, pero no de la mente).
Es también Creonte aquel a quien Edipo, ya conocida la verdad sobre
su origen y desterrado de Tebas, define en Edipo en Colono (también
de Sófocles) como mentiroso y retórico: Tienes buena
lengua, pero no conozco ningún hombre justo que pueda hablar bien
sobre cualquier cosa.
La ceguera de Tiresias permite en Edipo Rey, tragedia de la verdad
y drama de intriga al que era afecto Sófocles, establecer paralelos
entre el ungido rey de Tebas y su rencoroso tío, puesto que, al
igual que Creonte, Edipo es el que antes de arrancarse los ojos está
ciego, pero cree ver. Sólo que, a diferencia de su contrincante
(y cerca ya de la revelación que lo hará nacer y morir
al mismo tiempo), necesita imperiosamente dudar de los oráculos
(en esto lo acompaña Yocasta, madre y amante) y desairar a los
dioses, lo que no podrá hacer jamás, puesto que está
vencido aun antes de librar batalla contra el destino. Es así que,
aunque lúcido al momento de vencer a la Esfinge que asolaba a Tebas,
Edipo actúa con torpeza cuando debe afrontar sus más oscuras
emociones. Esta circunstancia no genera tensión psíquica
en el montaje de Papavassiliou. Su puesta avanza por otros carriles, generando
un muy medido desplazamiento de conflictos universales, de
temas que resisten el paso de los siglos y demuestran la real existencia
de actitudes y frases viables en todo tiempo y lugar.
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