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OPINION
Por Mario Wainfeld

Cuando la crónica es un panfleto

¿Cuántas veces se mencionó la palabra “abismo” (u otras similares) en las agitadas reuniones de una semana que no será fácilmente olvidable?
¿Cuánta plata ganará –para mejor en forma algo inesperada– el sector financiero que se va quedando con toda la torta del sistema jubilatorio argentino?
¿Qué posibilidad tienen los millones de argentinos “condenados” a aportar parte de sus módicos ingresos a empresas privadas de encontrar -al fin del camino, dentro de diez, quince o veinte años– que han sido timados en su condición de aportantes, que han sido el jamón del sandwich?
Esas preguntas tienen, el lector ya lo sabe, una respuesta común.

Nada

¿Cuántas palabras dedicó el presidente Fernando de la Rúa a disculparse o explicarse con los millones de mujeres a las que de un plumazo prorrogó su vida laboral?
¿Cuántas a mencionar la muerte de Verón, involuntario portador de claras simbologías: provinciano, desocupado, habitante de un pueblo fantasma, piquetero, víctima de una de tantas policías bravas?
¿Cuántas a pedirle a su pueblo, el que lo votó hace poco más de un año, templanza para soportar aún más privaciones y estrecheces?
¿Cuántas a anunciar alguna nueva medida que –así nomás fuera en la febril imaginación de los economistas que lo rodean– signifique una mejora en los salarios o en los niveles de empleo?
La respuesta común también es ostensible.

Blanco y negro

¿Qué son estas líneas? ¿Una columna política o un panfleto? Tal vez ocurra que la realidad se ha vuelto panfletaria. La Argentina parece dejarse contar de un modo que parecería maniqueo si los protagonistas no lo fueran.
El viernes, sin ir más lejos. Amaneció con una remake salteña del santiagazo, réplica al asesinato de un laburante. Por la tarde y por la noche la primera línea del Gobierno se dedicó a armar con la urgencia que sigue siendo la marca en el orillo de estas pampas, un rosario de decisiones. Alguna anécdota da la pista del nivel de improvisación que prevaleció. El ministro de Economía, José Luis Machinea, partió a Mar del Plata sin que el paquete estuviera cerrado y sin su discurso escrito. Cuando llegó a Mar del Plata sus boys le transmitieron por teléfono una modesta reseña de lo que estaba por predicar.
El Gobierno en patota rindió pleitesía al cónclave de IDEA, artificioso nombre que designa a un encuentro donde hay más poder y lobby que pensamientos y que se celebra en un hotel cinco estrellas.
Ni en las mesas, ni en los discursos presidenciales hubo una mención a Verón, su muerte, sus circunstancias, la tragedia que la precedió.
Ni el Presidente ni ninguno de sus ministros, ni ninguno de los parlamentarios del gobierno popular que corrieron en tropel el Sheraton estuvo en su entierro. A la hora de poner el cuerpo –aunque se predique lo contrario– el valor de un piquetero asesinado para los gobernantes es similar al que le otorgaba el mercado.
Miles de compatriotas piden trabajo, ocupando las rutas. Nótese: trabajo y no subsidios al desempleo ni comida. Recuérdese: trabajo por 100 o 200 dólares al mes. Solicitan el privilegio de ser explotados y el Presidente sólo les habla (sólo les teme) a los mercados. En ese marco el panfleto no es una opción literaria sino apenas el modo ineludible de hacer la crónica.

Las últimas trincheras

Otra lógica de panfleto que prima en estas pampas es cómo los oficialismos tienden a parecerse a poco de empezar a andar. La explicación del Gobierno para medidas que son continuación cabal del menemismo es un argumento que es calco cabal de los que esgrimía el menemismo. El camino emprendido, aducen, no es –apenas– el mejor sino el único posible.
Sin embargo, no le faltó creatividad ni sorpresa a la decisión de premiar a los mercados con un negocio financiero fenomenal nefregándose del futuro de los jubilados. Tampoco le faltó improvisación. Se urdió, se decidió y se instrumentará entre gallos y medianoche. La decisión que afectará a millones de argentinos fue concebida y parida sólo en términos de achicar el déficit y dar un bocado suculento a las entidades financieras que tenían tomado por el cuello al Gobierno. El otro lado del mostrador, el de los trabajadores, no estuvo en la conversación ni en las previsiones y será, quién lo duda, el pato de la nueva boda entre un gobierno de origen popular y los mercados.
Le cupo ayer al diputado frepasista Darío Alessandro repetir ante los micrófonos los argumentos autoexculpatorios del oficialismo. El paquete del viernes no fue un ajuste, explicó el virtual jefe del socio minoritario de la Alianza, a la salida de la reunión en Olivos que se relata en la página 4. Según Alessandro, las medidas no fueron tan crueles como se imaginaba. Al fin y al cabo no habrá “despidos masivos” del sector público ni se privatizará el Banco de la Nación. Esas trincheras, que definen a una línea de defensa muy menguada, son empero corribles y nada garantiza qué pasará dentro de tres o cuatro meses cuando los insaciables mercados (la palabra “insaciables” se repitió en la Rosada acaso tanto como “abismo”) hayan digerido el suculento bocado que se le entregó el viernes.

Tras la proeza de Menem

Tratando de decodificar el panfleto en términos de análisis: la Alianza acaba de terminar de rescindir su contrato electoral. Por errores, peleas internas, incapacidad de sus cuadros, falta de madurez de sus dos máximos líderes, debilidad ante el poder económico ya no es la coalición que era. Su “Carta a los argentinos” ha pasado a ser un sarcasmo como lo fuera para el menemismo la revolución productiva o el salariazo. El Presidente, al fin, ha resuelto definir su liderazgo en un día pleno de simbolismos hablándole sólo a los mercados y olvidando a los ciudadanos.
Romper el contrato electoral no implica un fracaso político inmediato. Carlos Menem lo hizo y consiguió perpetuarse por años y ser reelecto. Logró mantener unido a su partido y renovar el mandato popular. Se juzguen como se juzguen los resultados de su gestión, en materia de consensos por años le fue bomba.
Es prematuro intuir qué le pasará al gobierno de De la Rúa en la etapa que acaba de emprender. Pero es notorio que su armado político es mucho más vulnerable que el del peronismo.
Parece difícil exagerar la debilidad política del oficialismo. Carlos “Chacho” Alvarez acentúa su distanciamiento del Gobierno y fue un dato ostensible su ausencia en estos días esenciales. La posibilidad de que sus seguidores en el Gobierno, con Alessandro a la cabeza, queden pedaleando en el aire es cada vez más cercana. También es intuible una creciente resistencia al nuevo golpe de timón económico de Machinea en varios legisladores frepasistas. Y no será tarea sencilla conseguir que el peronismo avale así como así un programa que desconoce las necesidades más premiosas de la mayoría de las provincias.
El futuro es siempre un enigma, pero todo sugiere que son muy pocas las chances que le asisten a De la Rúa para reproducir la hazaña política que logró su precursor. Acaso, in extremis, deba acudir al mismo compañero de ruta. Entre otros muchos datos que agobian al Presidente vale computar una encuesta nacional de una consultora que le reporta desde hace años, que aterrizó sobre su escritorio en estos días. Su imagen positiva no supera el 30 por ciento, menos de la mitad que hace un semestre. Y un 40 por ciento de los ciudadanos está dispuesto a que Cavallo se sume al Gobierno.

Tablada, prioridad mil

Esas mismas encuestas que el Gobierno mira con fruición y creciente malestar sugieren que la situación de los presos por el copamiento del cuartel de La Tablada “no interesa a la gente”. Así se lo hicieron saber varios funcionarios de Interior liderados por el ministro Federico Storani a los intelectuales y artistas que fueron a pedirle que el Gobierno dictara leyes a que está obligado por la Constitución vigente y que les permitirían a los condenados el “beneficio” de la doble instancia.
Los funcionarios compartieron con sus invitados los datos de las susodichas encuestas, los trataron bastante mal y seguirán tomándose sus tiempos. Tiempos que corren contra una huelga de hambre que realizan los condenados y que los funcionarios reputan una presión intolerable.
Entre los concurrentes a esa reunión estaban dos periodistas de este diario, Osvaldo Bayer y Miguel Bonasso, que comentaron ayer sus impresiones y opiniones. Ambos son hombres de bien, viejos militantes de causas nobles y escritores de notable garra. Sus palabras plenas de autoridad y de fundada bronca son inmejorables. A ellas debe remitirse el lector fiel de este diario.
Sólo cabe agregar acá que a un gobierno que salió corriendo hasta la improvisación para dar satisfacción a la cólera de los mercados debería, si anhela todavía conservar un mínimo de congruencia, hacerse cargo del reclamo de justicia. Un reclamo que un puñado de seres humanos que ya han cumplido añares de condena por sus delitos sostiene con sus cuerpos y frente al cual el poder político, tan pendiente de los berrinches de los mercados, sólo prodiga desidia y desdén.


 

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