Cuando la crónica
es un panfleto
¿Cuántas
veces se mencionó la palabra abismo (u otras
similares) en las agitadas reuniones de una semana que no será
fácilmente olvidable?
¿Cuánta
plata ganará para mejor en forma algo inesperada
el sector financiero que se va quedando con toda la torta del sistema
jubilatorio argentino?
¿Qué posibilidad
tienen los millones de argentinos condenados a aportar
parte de sus módicos ingresos a empresas privadas de encontrar
-al fin del camino, dentro de diez, quince o veinte años
que han sido timados en su condición de aportantes, que han
sido el jamón del sandwich?
Esas preguntas tienen, el lector ya lo sabe, una respuesta común.
Nada
¿Cuántas
palabras dedicó el presidente Fernando de la Rúa a
disculparse o explicarse con los millones de mujeres a las que de
un plumazo prorrogó su vida laboral?
¿Cuántas
a mencionar la muerte de Verón, involuntario portador de
claras simbologías: provinciano, desocupado, habitante de
un pueblo fantasma, piquetero, víctima de una de tantas policías
bravas?
¿Cuántas
a pedirle a su pueblo, el que lo votó hace poco más
de un año, templanza para soportar aún más
privaciones y estrecheces?
¿Cuántas
a anunciar alguna nueva medida que así nomás
fuera en la febril imaginación de los economistas que lo
rodean signifique una mejora en los salarios o en los niveles
de empleo?
La respuesta común también es ostensible.
Blanco y negro
¿Qué son estas líneas? ¿Una
columna política o un panfleto? Tal vez ocurra que la realidad
se ha vuelto panfletaria. La Argentina parece dejarse contar de
un modo que parecería maniqueo si los protagonistas no lo
fueran.
El viernes, sin ir más lejos. Amaneció con una remake
salteña del santiagazo, réplica al asesinato de un
laburante. Por la tarde y por la noche la primera línea del
Gobierno se dedicó a armar con la urgencia que sigue siendo
la marca en el orillo de estas pampas, un rosario de decisiones.
Alguna anécdota da la pista del nivel de improvisación
que prevaleció. El ministro de Economía, José
Luis Machinea, partió a Mar del Plata sin que el paquete
estuviera cerrado y sin su discurso escrito. Cuando llegó
a Mar del Plata sus boys le transmitieron por teléfono una
modesta reseña de lo que estaba por predicar.
El Gobierno en patota rindió pleitesía al cónclave
de IDEA, artificioso nombre que designa a un encuentro donde hay
más poder y lobby que pensamientos y que se celebra en un
hotel cinco estrellas.
Ni en las mesas, ni en los discursos presidenciales hubo una mención
a Verón, su muerte, sus circunstancias, la tragedia que la
precedió.
Ni el Presidente ni ninguno de sus ministros, ni ninguno de los
parlamentarios del gobierno popular que corrieron en tropel el Sheraton
estuvo en su entierro. A la hora de poner el cuerpo aunque
se predique lo contrario el valor de un piquetero asesinado
para los gobernantes es similar al que le otorgaba el mercado.
Miles de compatriotas piden trabajo, ocupando las rutas. Nótese:
trabajo y no subsidios al desempleo ni comida. Recuérdese:
trabajo por 100 o 200 dólares al mes. Solicitan el privilegio
de ser explotados y el Presidente sólo les habla (sólo
les teme) a los mercados. En ese marco el panfleto no es una opción
literaria sino apenas el modo ineludible de hacer la crónica.
Las últimas
trincheras
Otra lógica de panfleto que prima en estas pampas es cómo
los oficialismos tienden a parecerse a poco de empezar a andar.
La explicación del Gobierno para medidas que son continuación
cabal del menemismo es un argumento que es calco cabal de los que
esgrimía el menemismo. El camino emprendido, aducen, no es
apenas el mejor sino el único posible.
Sin embargo, no le faltó creatividad ni sorpresa a la decisión
de premiar a los mercados con un negocio financiero fenomenal nefregándose
del futuro de los jubilados. Tampoco le faltó improvisación.
Se urdió, se decidió y se instrumentará entre
gallos y medianoche. La decisión que afectará a millones
de argentinos fue concebida y parida sólo en términos
de achicar el déficit y dar un bocado suculento a las entidades
financieras que tenían tomado por el cuello al Gobierno.
El otro lado del mostrador, el de los trabajadores, no estuvo en
la conversación ni en las previsiones y será, quién
lo duda, el pato de la nueva boda entre un gobierno de origen popular
y los mercados.
Le cupo ayer al diputado frepasista Darío Alessandro repetir
ante los micrófonos los argumentos autoexculpatorios del
oficialismo. El paquete del viernes no fue un ajuste, explicó
el virtual jefe del socio minoritario de la Alianza, a la salida
de la reunión en Olivos que se relata en la página
4. Según Alessandro, las medidas no fueron tan crueles como
se imaginaba. Al fin y al cabo no habrá despidos masivos
del sector público ni se privatizará el Banco de la
Nación. Esas trincheras, que definen a una línea de
defensa muy menguada, son empero corribles y nada garantiza qué
pasará dentro de tres o cuatro meses cuando los insaciables
mercados (la palabra insaciables se repitió en
la Rosada acaso tanto como abismo) hayan digerido el
suculento bocado que se le entregó el viernes.
Tras la proeza de
Menem
Tratando de decodificar el panfleto en términos de análisis:
la Alianza acaba de terminar de rescindir su contrato electoral.
Por errores, peleas internas, incapacidad de sus cuadros, falta
de madurez de sus dos máximos líderes, debilidad ante
el poder económico ya no es la coalición que era.
Su Carta a los argentinos ha pasado a ser un sarcasmo
como lo fuera para el menemismo la revolución productiva
o el salariazo. El Presidente, al fin, ha resuelto definir su liderazgo
en un día pleno de simbolismos hablándole sólo
a los mercados y olvidando a los ciudadanos.
Romper el contrato electoral no implica un fracaso político
inmediato. Carlos Menem lo hizo y consiguió perpetuarse por
años y ser reelecto. Logró mantener unido a su partido
y renovar el mandato popular. Se juzguen como se juzguen los resultados
de su gestión, en materia de consensos por años le
fue bomba.
Es prematuro intuir qué le pasará al gobierno de De
la Rúa en la etapa que acaba de emprender. Pero es notorio
que su armado político es mucho más vulnerable que
el del peronismo.
Parece difícil exagerar la debilidad política del
oficialismo. Carlos Chacho Alvarez acentúa su
distanciamiento del Gobierno y fue un dato ostensible su ausencia
en estos días esenciales. La posibilidad de que sus seguidores
en el Gobierno, con Alessandro a la cabeza, queden pedaleando en
el aire es cada vez más cercana. También es intuible
una creciente resistencia al nuevo golpe de timón económico
de Machinea en varios legisladores frepasistas. Y no será
tarea sencilla conseguir que el peronismo avale así como
así un programa que desconoce las necesidades más
premiosas de la mayoría de las provincias.
El futuro es siempre un enigma, pero todo sugiere que son muy pocas
las chances que le asisten a De la Rúa para reproducir la
hazaña política que logró su precursor. Acaso,
in extremis, deba acudir al mismo compañero de ruta. Entre
otros muchos datos que agobian al Presidente vale computar una encuesta
nacional de una consultora que le reporta desde hace años,
que aterrizó sobre su escritorio en estos días. Su
imagen positiva no supera el 30 por ciento, menos de la mitad que
hace un semestre. Y un 40 por ciento de los ciudadanos está
dispuesto a que Cavallo se sume al Gobierno.
Tablada, prioridad
mil
Esas mismas encuestas que el Gobierno mira con fruición
y creciente malestar sugieren que la situación de los presos
por el copamiento del cuartel de La Tablada no interesa a
la gente. Así se lo hicieron saber varios funcionarios
de Interior liderados por el ministro Federico Storani a los intelectuales
y artistas que fueron a pedirle que el Gobierno dictara leyes a
que está obligado por la Constitución vigente y que
les permitirían a los condenados el beneficio
de la doble instancia.
Los funcionarios compartieron con sus invitados los datos de las
susodichas encuestas, los trataron bastante mal y seguirán
tomándose sus tiempos. Tiempos que corren contra una huelga
de hambre que realizan los condenados y que los funcionarios reputan
una presión intolerable.
Entre los concurrentes a esa reunión estaban dos periodistas
de este diario, Osvaldo Bayer y Miguel Bonasso, que comentaron ayer
sus impresiones y opiniones. Ambos son hombres de bien, viejos militantes
de causas nobles y escritores de notable garra. Sus palabras plenas
de autoridad y de fundada bronca son inmejorables. A ellas debe
remitirse el lector fiel de este diario.
Sólo cabe agregar acá que a un gobierno que salió
corriendo hasta la improvisación para dar satisfacción
a la cólera de los mercados debería, si anhela todavía
conservar un mínimo de congruencia, hacerse cargo del reclamo
de justicia. Un reclamo que un puñado de seres humanos que
ya han cumplido añares de condena por sus delitos sostiene
con sus cuerpos y frente al cual el poder político, tan pendiente
de los berrinches de los mercados, sólo prodiga desidia y
desdén.
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