Por W. U.
Esta crisis no es sólo
un problema estadístico. Ante todo es un problema humano. Tiene
nombres, apellidos, espíritus y rostros. Y lamentablemente a los
excluidos ya los contamos por centenares de miles. Acostumbrarnos a vivir
en un mundo de excluidos y sin equidad social es una grave falta moral
que deteriora la dignidad del hombre y compromete la armonía y
la paz social. El párrafo es parte del crudo análisis
que los obispos católicos argentinos dieron a conocer ayer, al
término de su asamblea general, después de una semana de
debates en la cual el tema central fue la cuestión social. Los
obispos no se contentaron con el diagnóstico, sino que establecieron
firmemente su posición respecto de la coyuntura: No podemos
resignarnos a aceptar pasivamente la tiranía de lo económico
que se ha instalado en todas partes. La tarea no debe reducirse a que
las cuentas cierren para tranquilizar los mercados. No es suficiente hacer
bien los deberes hacia afuera, dijeron.
En tono calmo, pero con gesto adusto, los arzobispos Estanislao Karlic
(presidente), Eduardo Mirás y Jorge Bergoglio (vicepresidentes),
acompañados por el secretario general, el obispo Guillermo Rodríguez
Melgarejo, fueron comunicando los párrafos de un documento redactado
en un estilo comprensible para la mayoría de la gente, que retoma
muchos de los interrogantes que hoy se hace gran parte de los argentinos
y que, sin entrar en campos técnicos, intenta responder desde
el hombre y desde la moral, tal como ellos mismos lo expresaron
en conferencia de prensa.
El texto, de apenas tres carillas de extensión y titulado Afrontar
con grandeza nuestra situación actual, avanza en el diagnóstico
de la situación sin eludir el contexto general de crisis (la
falta de trabajo y la polarización tan acentuada y escandalosa
entre pobres y ricos no es sólo un problema argentino), los
obispos hacen un llamado a asumir la responsabilidad de la crisis para
buscar soluciones: Creemos que no es tiempo de evasiones, ni voluntarismos,
ni fatalismos. Nuestra crisis es también nuestra. Todos, en distinto
grado, somos responsables de lo que nos pasa.
A partir de un diagnóstico que reconoce la debilidad del
Estado y su dificultad para ser actor principal en la resolución
de los problemas sociales y la desconfianza en la mediación de
los políticos, los obispos sostienen que eso mismo ha permitido
el resurgimiento de una amplia red social, sensible a los problemas
de los distintos sectores y preocupada por dar respuesta solidaria a los
más pobres. Según la apreciación episcopal,
en este nivel existen reservas de todo tipo, principalmente morales, que
permiten garantizar la construcción de alternativas. Esta
red se dice en el documento representa, con mayor transparencia,
lo sectorial y local: el barrio, la región, el pueblo, la parroquia,
el municipio. Muchos opinan que para renovar las democracias es necesario
atender a este fenómeno, articulándose con la sociedad política.
Según los obispos argentinos, pueden surgir de allí
dirigentes aptos, más sensibles al bien común y capacitados
para la renovación de nuestras instituciones.
Los miembros de la jerarquía católica saben que sus afirmaciones,
fuertemente críticas del modelo neoliberal, pueden tener respuestas
igualmente categóricas de parte de los economistas afiliados a
esa postura, quienes en otros momentos han tratado de invalidar las opiniones
episcopales con el argumento de que los obispos no pueden hablar
de lo que no saben. El arzobispo Mirás salió al cruce
de esa objeción: Estamos reconociendo las necesidades que
tiene el hombre argentino: hay más desocupados que antes, hay una
exclusión total que numéricamente es fenomenal, como jamás
lo hubiéramos soñado nosotros hace unos años. ¿Y
por qué no vamos a hablar de esto? Que los catedráticos
en economía propongan planes, pero que sean sensatos. Si los planes
son simplemente para engrosar los bolsillos de los que ya tienen mucho
o para multiplicar los intereses de los grandes capitales, nosotros les
decimos: ese camino no esmoral. No les decimos que no es un camino económico.
Les decimos que eso no es moral, porque hacer eso sería caminar
sobre el hambre del pueblo.
Frente a la crisis los obispos no se cierran a la posibilidad de encontrar
instancias de colaboración con el Estado en el campo social. La
posibilidad existe dijo Bergoglio, pero sin mezclar la hacienda.
El quehacer político les corresponde a los hombres de la política.
A la Iglesia le corresponde su quehacer pastoral, que incluye la promoción
humana. Pero el mismo Bergoglio advierte haciéndose eco de
sus pares: No creo que sea viable un camino en el cual desde las
concepciones economicistas salvajes se fabrican los pobres para que la
Iglesia después los atienda. Ese no es un camino de solución.
Lo que dice el documento
Las consecuencias
de la crisis: exclusión social y brecha creciente entre ricos
y pobres, inseguridad, corrupción, violencia familiar y social,
serias falencias en la educación y en la salud pública,
aspectos negativos de la globalización y tiranía de
los mercados.
La corrupción
está instalada en casi todos los ámbitos de nuestra
vida, tiene protagonistas resistentes al cambio y que impiden la
purificación necesaria de las instituciones. El pueblo tiene
la sensación de que la corrupción y la impunidad permanecen
con gente aferrada a sus cargos y se lamenta por la impotencia para
cambiar esta realidad.
¿Cómo
lograr que en la democracia primen los valores? ¿Cómo
hacer para que los partidos políticos, conscientes de su
importancia, se pongan al servicio del pueblo en lugar de atender
su propia clientela? ¿Cómo hacer para que los empresarios
recobren la confianza y asuman su responsabilidad de invertir en
el país y generar fuentes de trabajo? ¿Cómo
crear condiciones para que retornen al país los capitales
argentinos llevados al exterior? ¿Cómo hacer para
que los sindicatos, tan necesarios en la defensa de los derechos
de los trabajadores, en lugar de estar preocupados por espacios
de poder, hagan primar el bien de sus asociados? ¿Cómo
lograr que los formadores de opinión que crean el ánimo
cotidiano del pueblo busquen, más allá de su rédito
ocasional, ser testigos de la verdad y el bien?
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OPINION
Por Washington Uranga
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Reclamo de justicia
En su documento los obispos católicos argentinos se hicieron
cargo, con mayor concreción que otras veces y tanto en los
temas como en el lenguaje, de gran parte de las preocupaciones de
la gente común respecto de la crisis. Sin perder la mesura
y el equilibrio en los términos, el texto episcopal es sumamente
categórico en su condena al capitalismo salvaje
y a la tiranía del mercado, a quienes hace responsables
de la deuda social de la Argentina actual.
A juicio de la jerarquía católica, la deuda social,
convertida en prioridad fundamental de nuestro quehacer,
debe transformarse en razón de Estado que impulse
al compromiso de todos los argentinos por encima de cualquier interés
sectorial. El texto episcopal señala a ciertos sectores de
la dirigencia como los principales responsables de la crisis. No
hay alusiones explícitas al Gobierno, pero no es difícil
deducir cuáles de las críticas implican a los actuales
responsables de la gestión. Pero los obispos insisten en
la responsabilidad y en el compromiso de todos los sectores para
buscar alternativas, reivindicando de manera particular el valor
de la política y de los políticos en el marco de la
democracia. Pero no cualquier democracia. La democracia política
tiene que ser democracia social, tiene que ser democracia económica,
dijo Mirás ante los periodistas.
Los obispos saben que sus palabras pueden ser llevadas por el viento
y, como en otras oportunidades, los reclamos, caer en el vacío.
Dicen que insistirán. Según Karlic, la Iglesia no
quiere proponer su doctrina social apenas como una ilustración,
sino como un compromiso para ir creando docencia para
el compromiso y no sólo para el conocimiento. Y el
propio presidente del Episcopado revela su estrategia, cuando después
de asumir que la palabra que nosotros decimos no es la única
que se dice por la justicia, pide que se sumen otras voces
en favor de este reclamo de justicia, de trabajo y de esperanza.
La Iglesia está dispuesta a compartir la responsabilidad
de superar la crisis. Quiere colaborar en esa tarea y los obispos
parten de la base de que, además de reclamar justicia y hacer
promoción social, su tarea es también consolar y sembrar
esperanza. Pero la dirigencia eclesiástica no está
dispuesta, por ningún motivo, a convertir a la Iglesia en
una institución asistencialista que recoge a las víctimas
de un modelo al que critica precisamente porque es fuente de exclusión.
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