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ANTES DE SUS SHOWS AQUI, MANU CHAO REVISA PASADO, PRESENTE Y FUTURO
“Yo me considero un buen artesano”

El ex líder de Mano Negra está a punto de concretar sus primeros shows en Buenos Aires desde la histórica visita de 1992. Después de su concierto en Montevideo, el músico francoespañol analizó en profundidad su extraña situación de superestrella latina que no sigue las reglas del mercado.
En vivo, el francoespañol errante más querido en Latinoamérica. Actúa en Córdoba el miércoles, y en Bs. As. viernes, sábado y martes.

Por Esteban Pintos
Desde Montevideo, Uruguay

El eco de sus inolvidables shows en Argentina, en Mendoza y Rosario en mayo de este año todavía resuena. “Por la carretera”, resuena. Y sigue teniendo sentido aquí, en la capital uruguaya que siempre parece lo que debería ser Buenos Aires sin neurosis. Calles anchas, automovilistas que no tocan bocina, gente con el termo bajo el brazo y en bicicleta, conversaciones de fútbol en los bares, personas educadas y amables. En este contexto Manu Chao está como en casa. Se ha enganchado con todo aquel que se le acercó, tal como su leyenda de francoespañol loco y buena onda lo indica. En vivo, su banda Radio Bemba hechizó a la pequeña multitud de uruguayos y argentinos que viajaron para verlos, en el apacible paisaje del Velódromo Municipal. El mismo impacto que produjo en sus shows argentinos del invierno.
Ahora, en la tranquilidad de su habitación del hotel en que se hospeda, con la famosa rambla de Montevideo enfrente, Manuel habla mezclando inflexiones y palabras del inglés, el español y el francés. Se hace entender, por supuesto. Dice que no tiene problemas en que no salgan más discos suyos, que si quiere se puede ir a pescar y a pasear en barco con su novia y sus amigos. Que sigue porque la “vibra” que encuentra en ciudades como ésta es única. Que nunca ha vivido lo que vivió este año, recorriendo Latinoamérica. “En las ciudades por donde pasamos no tuvimos tiempo de conocer ni un décimo. En cada lugar hemos pillado apenas un momentito. La gira no nos ahogó, tuvimos tiempos de conocer muchísima gente, tomar muchísimos contactos y de vivir momentitos cortos, cálidos e intensos”, le dice a Página/12 un rato después de su show en la ciudad del candombe y Jaime Roos, de Peñarol y Nacional. Después llegará el turno de Buenos Aires, en su primer show formal tras la inolvidable performance de Mano Negra en 1992. Y Manu, volviendo sobre la banda que dejó una huella inocultable en el rock latino 2000, afirma: “Las canciones de Mano Negra forman parte de mi folklore interior. Las puedo deformar o retomar en cualquier parte que quiera, pero siempre estarán conmigo”.
–Volvió a tocar en Latinoamérica este año y ya concretó dos giras. ¿Qué es lo que más recuerda de estos momentos?
–Son miles. Esa vibra... Una clase fuerte de sentimiento, no sé cómo explicarlo. A nosotros nos carga y también sentimos que cargamos a la gente, colaborando. Hay como un circuito eléctrico. A mí nunca me pasó lo que está pasando ahora. Nunca llegó a ser tan emotivo. Ya no es rock, es emoción. Y es ternura. La gente nos da muchísima ternura. Vamos a las ciudades para conocer las ciudades y a la gente de ahí, no para hacer un concierto. Hemos montado una gira para dar una vuelta por Latinoamérica... La razón profunda es más darse un roll que enseñar un show o algo. Para eso estamos todas las tardes tocando en Barcelona, en el muelle, al aire libre, con la gente que se para y que se va. Somos felices así.
–Se puede inferir que falta poco para que se quede a vivir aquí...
–No importa tanto, vengo a menudo. Digamos que... Bueno, ha cambiado algo en mi vida, así que desde hace un año tengo un piso. Ahora tengo un poco la base en Barcelona, que viene bien porque permite organizarse y montar giras. Si no, era todo un poco descontrolado. Yo tengo mi manera de trabajar, aparte de la música que siempre hago, era un poco olé, olé (risas). Tengo un estudio fijo, con lo que cuando vuelvo a casa no me paso dos días metiendo cables, puedo hacer rec enseguida. Me viene bien tener esa base. Tampoco estoy mucho ahí... Pero la gente que trabaja conmigo me encuentra más fácilmente, no tienen tantos problemas para dar conmigo.
–Siendo una estrella del rock, usted mantiene una definida actitud frente al negocio de la música. ¿Cuál es su explicación para manejarse casi sin estructura organizativa, ni managers, el circo que rodea a un músico masivo?
–La libertad que tengo ahora, es como nunca. A nivel del comercio y todo eso, no pueden conmigo. Por una razón muy clara: mi carrera, para mí, está detrás de mí. Ya acabé mi carrera musical. Clandestino fue el cierre, no el principio de una carrera solista. Fue como una limpieza personal... Ahora sigo porque este disco generó una cosa tan interesante que vale la pena seguir. Pero mi libertad es que, si no hay ese nivel de intensidad que estamos teniendo, c’est fini. Tiene que ser todo muy fuerte para que sigamos. Que sintamos realmente que servimos para algo, que nos llena. Y ojo que nunca hacemos calendario más allá de dos meses, para no entrar en una rutina hasta de emoción. Navegar a corto plazo nos permite movernos más cómodamente. Es mi fuerza para estar totalmente libre, porque me importa un carajo.
–¿Y nadie le sugiere “esto sería conveniente para entrar en tal mercado” o cosas por el estilo?
–Me lo dicen, pero no les hago caso. No me importa sacar otro disco, me es igual. Lo que me importa es grabarlos, o escribir canciones. Pero luego sacarlo al comercio... Estoy escribiendo siempre. Ahora se para un poco, pueden pasar unos meses sin escribir una canción. Pero no me preocupa. A veces se cierra el grifo y no tiene que ser ningún dolor. Si se me cierra el grifo y nunca más se abre, tampoco me importa. Escribí muchas canciones y si no escribo más, pues... Iré a darme una vuelta en barco, a pescar, hay mil cosas que hacer.
–Entonces, ¿cuál es su método para grabar un disco en estudios?
–El mismo que con los shows. Nunca encerrarse mucho tiempo, siempre fresquitos. Cuando nos encerramos estamos autistas totales y mongólicos completos. Pero nunca más de tres semanitas, después salimos. Y nos damos cita dos meses después. Eso es como experiencia de viejo vato, de la Mano... Mano Negra, en cierto modo, murió de tanta gira. De estar a veces dos años sin pisar casa. Todo muy bien y una onda de puta madre, pero en un momento nadie tenía vida privada. A mí no me importaba, me gustaba, pero tuve que respetar a los otros músicos y dejar la puerta abierta para respirar otro aire. Olía a encerrado.
–¿Hay que esperar un nuevo disco suyo para el 2001?
–Habrá. Si la compañía no nos toca demasiado los cojones, si nos permiten sacarlo como queremos, que no abusen. Pero tengo una muy buena relación con mi compañía, estoy en la misma desde hace diez años y hasta ahora tuve la suerte de que nunca nadie me dijo lo que tenía que hacer ni me han impuesto nada. Sigo así, con más fuerza. Si no hago lo que me apetece, paro. Tengo esa política clara de la huelga general, si hay un problema con la compañía no estamos discutiendo ese pequeño problema, no hacemos nada. O se arregla este problemita, o stop todo. Y el disco, pues no va a salir, a mí qué me importa. Paso en casa con mis cuatro amigos o me voy a la playa con mi novia. No tienen agarre conmigo.
–Habiendo pasado un buen tiempo desde la edición de Clandestino, ¿cómo lo ve y siente hoy?
–Es un disco popular, totalmente. En muchos países creció solito, de manera fabulosa. Clandestino fue número 2 en Italia, pero en ninguna radio lo pasaban, fue un hit de bares y tiendas. La gente empezó a llamar a las radios quejándose de que no oían nunca las canciones que oían en la calle. Y las radios empezaron a poner las canciones. Hay lugares en que funcionó así. Pasó en Alemania, también... Es muy curioso, yo le doy gracias a la vida por la vida de ese disco.
–El rock latino ingresó en Estados Unidos con fuerza. ¿Qué opina de ese fenómeno, en el que se incluyen bandas argentinas y mexicanas mayormente?
–Es un error. Desde el ‘90 declaramos que nuestro challenge era hacer una carrera internacional sin pasar por Estados Unidos. Y la estamos haciendo. La fiebre latina iba a llegar de todas formas. El panorama estaba tan reseco, conservador y antiguo, que empezaron a fijarse en el mercado latino cuando se dieron cuenta de que el anglosajón ya estaba de baja. Tampoco gritemos victoria. Ellos van donde hay dinero y están promoviendo en Estados Unidos porque sacan plata y punto. Y hay mucho latino. Me acuerdo cuando llegamos con Mano Negra, la primera vez, fue un choque frontal con la compañía. Llegamos y tuvimos el primer problema por el single: sacaron el single en inglés, “King Kong Five”. Y nosotros les dijimos pues, ¿sois gilipollas o qué? Nos dijeron que nadie cantaba en español, que no sabían trabajar el mercado latino. Y cortamos toda relación. Considerábamos tonto sacar una canción en inglés. Queríamos que el single fuera “Mala vida” y no quisieron. Para nosotros Estados Unidos está en el último puesto de las prioridades. Sabemos que iremos igual: Estados Unidos es amplio, yo quiero ir a tocar a Nueva York. Es una ciudad que me va, me encanta estar allí. Pero ir a perderme por Cincinatti, no... Para mí siempre las giras por Estados Unidos fueron peligrosas, nos marchitábamos, empezaba a haber problemas entre nosotros. Faltaba emoción. Y llegábamos a Tijuana y parecía que nos echaban agua. Como Inglaterra, tampoco vamos mucho, hace 11 años que no vamos. Y se puede sin ellos, trabajamos bien sin pasar por ese lugar que parece tan obligatorio.
–Además de canciones para contar todo lo que vive, ¿no ha pensado en volcar esas experiencias en un formato literario?
–Nunca me planteo bien cómo transcribir todo lo que vivo. Lo asimilo y me sale disparado en canciones. Me considero un buen artesano para escribir canciones, mejor que guitarrista y cantante. Pero la canción es una paginita. Siempre me alucinó pensar cómo un tío podía escribir 250 páginas sin perder el hilo... Y se me abrió muy fuerte el grifo cuando estábamos mezclando Clandestino, empecé a darle fuerte y salieron cinco cuentos. Y empecé a contar cuentos en los bares, bastante asociado con el aguardiente... (risas). Empezó mucho por Galicia, en el campo, con los marineros. En Galicia siempre hay niebla y no se ve nada; la gente improvisa mucho con la cabeza. Y cada vez que lo cuentas en un bar, el cuento crece. Escribí un guión de cine, “Calavera no llora”, que viene de Madrid y es sobre un puente sobre el viaducto de Segovia. La gente se va a suicidar, es como una muestra de instinto gregario. Yo vivía debajo y cada 15 días venía la ambulancia. Ahora pusieron vidrios. Y me recordó un puente que tenía la misma mala leche, en Suiza, en Lausanne. Había un tío que se dedicaba a rescatar a los que se iban a tirar. Vivía día y noche para convencerlos de que había esperanza. Siempre me ha flasheado ese tío.

 

 

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