Por Esteban Pintos
Desde Montevideo, Uruguay
El eco de sus inolvidables shows
en Argentina, en Mendoza y Rosario en mayo de este año todavía
resuena. Por la carretera, resuena. Y sigue teniendo sentido
aquí, en la capital uruguaya que siempre parece lo que debería
ser Buenos Aires sin neurosis. Calles anchas, automovilistas que no tocan
bocina, gente con el termo bajo el brazo y en bicicleta, conversaciones
de fútbol en los bares, personas educadas y amables. En este contexto
Manu Chao está como en casa. Se ha enganchado con todo aquel que
se le acercó, tal como su leyenda de francoespañol loco
y buena onda lo indica. En vivo, su banda Radio Bemba hechizó a
la pequeña multitud de uruguayos y argentinos que viajaron para
verlos, en el apacible paisaje del Velódromo Municipal. El mismo
impacto que produjo en sus shows argentinos del invierno.
Ahora, en la tranquilidad de su habitación del hotel en que se
hospeda, con la famosa rambla de Montevideo enfrente, Manuel habla mezclando
inflexiones y palabras del inglés, el español y el francés.
Se hace entender, por supuesto. Dice que no tiene problemas en que no
salgan más discos suyos, que si quiere se puede ir a pescar y a
pasear en barco con su novia y sus amigos. Que sigue porque la vibra
que encuentra en ciudades como ésta es única. Que nunca
ha vivido lo que vivió este año, recorriendo Latinoamérica.
En las ciudades por donde pasamos no tuvimos tiempo de conocer ni
un décimo. En cada lugar hemos pillado apenas un momentito. La
gira no nos ahogó, tuvimos tiempos de conocer muchísima
gente, tomar muchísimos contactos y de vivir momentitos cortos,
cálidos e intensos, le dice a Página/12 un rato después
de su show en la ciudad del candombe y Jaime Roos, de Peñarol y
Nacional. Después llegará el turno de Buenos Aires, en su
primer show formal tras la inolvidable performance de Mano Negra en 1992.
Y Manu, volviendo sobre la banda que dejó una huella inocultable
en el rock latino 2000, afirma: Las canciones de Mano Negra forman
parte de mi folklore interior. Las puedo deformar o retomar en cualquier
parte que quiera, pero siempre estarán conmigo.
Volvió a tocar en Latinoamérica este año y
ya concretó dos giras. ¿Qué es lo que más
recuerda de estos momentos?
Son miles. Esa vibra... Una clase fuerte de sentimiento, no sé
cómo explicarlo. A nosotros nos carga y también sentimos
que cargamos a la gente, colaborando. Hay como un circuito eléctrico.
A mí nunca me pasó lo que está pasando ahora. Nunca
llegó a ser tan emotivo. Ya no es rock, es emoción. Y es
ternura. La gente nos da muchísima ternura. Vamos a las ciudades
para conocer las ciudades y a la gente de ahí, no para hacer un
concierto. Hemos montado una gira para dar una vuelta por Latinoamérica...
La razón profunda es más darse un roll que enseñar
un show o algo. Para eso estamos todas las tardes tocando en Barcelona,
en el muelle, al aire libre, con la gente que se para y que se va. Somos
felices así.
Se puede inferir que falta poco para que se quede a vivir aquí...
No importa tanto, vengo a menudo. Digamos que... Bueno, ha cambiado
algo en mi vida, así que desde hace un año tengo un piso.
Ahora tengo un poco la base en Barcelona, que viene bien porque permite
organizarse y montar giras. Si no, era todo un poco descontrolado. Yo
tengo mi manera de trabajar, aparte de la música que siempre hago,
era un poco olé, olé (risas). Tengo un estudio fijo, con
lo que cuando vuelvo a casa no me paso dos días metiendo cables,
puedo hacer rec enseguida. Me viene bien tener esa base. Tampoco estoy
mucho ahí... Pero la gente que trabaja conmigo me encuentra más
fácilmente, no tienen tantos problemas para dar conmigo.
Siendo una estrella del rock, usted mantiene una definida actitud
frente al negocio de la música. ¿Cuál es su explicación
para manejarse casi sin estructura organizativa, ni managers, el circo
que rodea a un músico masivo?
La libertad que tengo ahora, es como nunca. A nivel del comercio
y todo eso, no pueden conmigo. Por una razón muy clara: mi carrera,
para mí, está detrás de mí. Ya acabé
mi carrera musical. Clandestino fue el cierre, no el principio de una
carrera solista. Fue como una limpieza personal... Ahora sigo porque este
disco generó una cosa tan interesante que vale la pena seguir.
Pero mi libertad es que, si no hay ese nivel de intensidad que estamos
teniendo, cest fini. Tiene que ser todo muy fuerte para que sigamos.
Que sintamos realmente que servimos para algo, que nos llena. Y ojo que
nunca hacemos calendario más allá de dos meses, para no
entrar en una rutina hasta de emoción. Navegar a corto plazo nos
permite movernos más cómodamente. Es mi fuerza para estar
totalmente libre, porque me importa un carajo.
¿Y nadie le sugiere esto sería conveniente para
entrar en tal mercado o cosas por el estilo?
Me lo dicen, pero no les hago caso. No me importa sacar otro disco,
me es igual. Lo que me importa es grabarlos, o escribir canciones. Pero
luego sacarlo al comercio... Estoy escribiendo siempre. Ahora se para
un poco, pueden pasar unos meses sin escribir una canción. Pero
no me preocupa. A veces se cierra el grifo y no tiene que ser ningún
dolor. Si se me cierra el grifo y nunca más se abre, tampoco me
importa. Escribí muchas canciones y si no escribo más, pues...
Iré a darme una vuelta en barco, a pescar, hay mil cosas que hacer.
Entonces, ¿cuál es su método para grabar un
disco en estudios?
El mismo que con los shows. Nunca encerrarse mucho tiempo, siempre
fresquitos. Cuando nos encerramos estamos autistas totales y mongólicos
completos. Pero nunca más de tres semanitas, después salimos.
Y nos damos cita dos meses después. Eso es como experiencia de
viejo vato, de la Mano... Mano Negra, en cierto modo, murió de
tanta gira. De estar a veces dos años sin pisar casa. Todo muy
bien y una onda de puta madre, pero en un momento nadie tenía vida
privada. A mí no me importaba, me gustaba, pero tuve que respetar
a los otros músicos y dejar la puerta abierta para respirar otro
aire. Olía a encerrado.
¿Hay que esperar un nuevo disco suyo para el 2001?
Habrá. Si la compañía no nos toca demasiado
los cojones, si nos permiten sacarlo como queremos, que no abusen. Pero
tengo una muy buena relación con mi compañía, estoy
en la misma desde hace diez años y hasta ahora tuve la suerte de
que nunca nadie me dijo lo que tenía que hacer ni me han impuesto
nada. Sigo así, con más fuerza. Si no hago lo que me apetece,
paro. Tengo esa política clara de la huelga general, si hay un
problema con la compañía no estamos discutiendo ese pequeño
problema, no hacemos nada. O se arregla este problemita, o stop todo.
Y el disco, pues no va a salir, a mí qué me importa. Paso
en casa con mis cuatro amigos o me voy a la playa con mi novia. No tienen
agarre conmigo.
Habiendo pasado un buen tiempo desde la edición de Clandestino,
¿cómo lo ve y siente hoy?
Es un disco popular, totalmente. En muchos países creció
solito, de manera fabulosa. Clandestino fue número 2 en Italia,
pero en ninguna radio lo pasaban, fue un hit de bares y tiendas. La gente
empezó a llamar a las radios quejándose de que no oían
nunca las canciones que oían en la calle. Y las radios empezaron
a poner las canciones. Hay lugares en que funcionó así.
Pasó en Alemania, también... Es muy curioso, yo le doy gracias
a la vida por la vida de ese disco.
El rock latino ingresó en Estados Unidos con fuerza. ¿Qué
opina de ese fenómeno, en el que se incluyen bandas argentinas
y mexicanas mayormente?
Es un error. Desde el 90 declaramos que nuestro challenge
era hacer una carrera internacional sin pasar por Estados Unidos. Y la
estamos haciendo. La fiebre latina iba a llegar de todas formas. El panorama
estaba tan reseco, conservador y antiguo, que empezaron a fijarse en el
mercado latino cuando se dieron cuenta de que el anglosajón ya
estaba de baja. Tampoco gritemos victoria. Ellos van donde hay dinero
y están promoviendo en Estados Unidos porque sacan plata y punto.
Y hay mucho latino. Me acuerdo cuando llegamos con Mano Negra, la primera
vez, fue un choque frontal con la compañía. Llegamos y tuvimos
el primer problema por el single: sacaron el single en inglés,
King Kong Five. Y nosotros les dijimos pues, ¿sois
gilipollas o qué? Nos dijeron que nadie cantaba en español,
que no sabían trabajar el mercado latino. Y cortamos toda relación.
Considerábamos tonto sacar una canción en inglés.
Queríamos que el single fuera Mala vida y no quisieron.
Para nosotros Estados Unidos está en el último puesto de
las prioridades. Sabemos que iremos igual: Estados Unidos es amplio, yo
quiero ir a tocar a Nueva York. Es una ciudad que me va, me encanta estar
allí. Pero ir a perderme por Cincinatti, no... Para mí siempre
las giras por Estados Unidos fueron peligrosas, nos marchitábamos,
empezaba a haber problemas entre nosotros. Faltaba emoción. Y llegábamos
a Tijuana y parecía que nos echaban agua. Como Inglaterra, tampoco
vamos mucho, hace 11 años que no vamos. Y se puede sin ellos, trabajamos
bien sin pasar por ese lugar que parece tan obligatorio.
Además de canciones para contar todo lo que vive, ¿no
ha pensado en volcar esas experiencias en un formato literario?
Nunca me planteo bien cómo transcribir todo lo que vivo.
Lo asimilo y me sale disparado en canciones. Me considero un buen artesano
para escribir canciones, mejor que guitarrista y cantante. Pero la canción
es una paginita. Siempre me alucinó pensar cómo un tío
podía escribir 250 páginas sin perder el hilo... Y se me
abrió muy fuerte el grifo cuando estábamos mezclando Clandestino,
empecé a darle fuerte y salieron cinco cuentos. Y empecé
a contar cuentos en los bares, bastante asociado con el aguardiente...
(risas). Empezó mucho por Galicia, en el campo, con los marineros.
En Galicia siempre hay niebla y no se ve nada; la gente improvisa mucho
con la cabeza. Y cada vez que lo cuentas en un bar, el cuento crece. Escribí
un guión de cine, Calavera no llora, que viene de Madrid
y es sobre un puente sobre el viaducto de Segovia. La gente se va a suicidar,
es como una muestra de instinto gregario. Yo vivía debajo y cada
15 días venía la ambulancia. Ahora pusieron vidrios. Y me
recordó un puente que tenía la misma mala leche, en Suiza,
en Lausanne. Había un tío que se dedicaba a rescatar a los
que se iban a tirar. Vivía día y noche para convencerlos
de que había esperanza. Siempre me ha flasheado ese tío.
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