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LA LESION NO LO DEJO DE RODILLAS
Ronaldo, agregado cultural

Mientras espera recuperarse para volver a jugar al fútbol, el astro brasileño, recluido en Río de Janeiro, despliega una intensa actividad relacionada con las artes y el mecenazgo. Acompañado siempre por su mujer Milene y su pequeño Ronald, el atacante del Inter dedica sus energías a prepararse para la reaparición, mientras apoya obras de teatro independiente y sus asesores de imagen tratan de cambiarla.

Ronaldo, con su esposa Milene y el pequeño Ronald. Sólo faltan los asesores.

Por Eric Nepomuceno *
Desde Río de Janeiro

A partir del mediodía del miércoles 11 de julio, cuando irrumpió en los salones del Museu de Bellas Artes de Río de Janeiro durante la inauguración de la muestra Esplendores de España para saludar al rey Juan Carlos I, Ronaldo ingresó en el admirable nuevo mundo de las artes y la cultura. A la salida de la ceremonia, comentó, con ingenua sinceridad, que estaba encantado. Nunca, hasta aquel momento, había puesto sus pies de oro en el principal museo de Río. Fue el invitado brasileño de honor a la apertura de la gran muestra que reúne obras de El Greco a Velázquez, pintores que, para decirlo de alguna forma, él escasamente conocía.
Al día siguiente, toda la prensa estampó la foto del rey Juan Carlos I sonriendo mientras jugueteaba con el pequeño Ronald. Porque el jugador no fue solo al museo; además de asesores, llevó de la mano a su joven y guapa esposa, Milene, a una silenciosa niñera y a su hijo de tres meses.
Luego de aquel estreno en gran estilo, Ronaldo viene frecuentando obras de teatro, espectáculos de ballet, conciertos de música popular brasileña y recitales de poesía. Aparece en la prensa al lado de estrellas de televisión, de cantantes, compositores y grandes actores de cine y teatro. Además se transformó en un breve y fugaz, aunque generoso, mecenas; distribuyó alrededor de 175 mil dólares como patrocinio a dos obras de teatro y a un espectáculo de ballet moderno. Pasó a ser asediado por todas las compañías de Río y tuvo que advertir discretamente que la caja estaba cerrada. Ello no impide que siga frecuentando restaurantes y direcciones que son reductos de artistas e intelectuales, ni que vea todo el teatro y el ballet que se presenta a su alcance.

Ronaldo ya no quiere que lo consideren un payaso. Va a museos, al teatro y a espectáculos de ballet. Pero sueña con volver a jugar.

A veces se ve metido en situaciones raras. Después del anuncio de que el jugador habría decidido contribuir al montaje de la obra teatral La controversia, de Jean-Claude Carrière, hubo una rápida conferencia de prensa. No se le ocurrió a nadie preguntarle a Ronaldo qué le parecía la obra de Carrière, o su opinión sobre algunos de los guiones que escribió para Luis Buñuel. En todo caso, le preguntaron cómo se sentía en el rol de mecenas. “Bien... no sé..., a ver”, contestó Ronaldo. Luego se dio la vuelta hacia un asesor y preguntó afligido: “¿Qué quiere decir mecenas?”. Cruel, la emisora de televisión llevó al aire la pregunta y el desconcierto del jugador.
Pero en la fiesta de cumpleaños del compositor Caetano Veloso, Ronaldo, siempre acompañado por Milene, compartió la misma atmósfera con un batallón de estrellas, mujeres exuberantes, artistas excéntricos e iconos como el compositor Chico Buarque y el cineasta Pedro Almodóvar, y salió bien del empeño. Cauto, prefirió quedarse en un rincón de uno de los salones del inmenso apartamento sobre la playa de Ipanema. Sentadas lado a lado en un sofá se quedaron Milene y la inseparable niñera con el pequeño Ronald dormido en sus brazos, entre nubes de tabaco, el ruido de mucha música, el vocerío y la risa de la gente. El admirable mundo nuevo tiene sus inconvenientes, pero el pequeño Ronald no parecía molesto.
Ronaldo saludó a todos los que se le acercaron. Estuvo tímido, pero simpático. Tan pronto como pudo, optó por aislarse para charlar con Chico Buarque sobre un tema común: el fútbol. Chico tiene una cancha particular y un equipo de músicos y artistas. Juega regularmente tres veces a la semana. En ese intercambio de escenarios, el compositor frecuenta los dos, pero Ronaldo, al menos por ahora, solamente uno.
Hace casi 11 meses que está ausente de las canchas. En todo ese tiempo tuvo una única aparición, en la fatídica tarde del domingo 12 de abril, en la final de la Copa de Italia disputada entre la Lazio y el Inter de Milán. Fueron poquísimos minutos de juego: Ronaldo entró a los 15’ del segundo tiempo, intentó una de sus alucinantes carreras sobre el portugués Couto, defensa de la Lazio que, al verse superado, cometió falta. Pasados seis minutos, Ronaldo volvió a la carga: fijó su puntería sobre el mismo Couto, se largó en una nueva y enloquecida carrera, su cuerpo se meció suavemente de un lado al otro, dejando al portugués a la zaga, y súbitamente se desplomó. Fue una caída sin piedad ni remedio, como si en lugar de un muchacho de 23 años y 1,82 metro, se tratara de un edificio derrumbándose. Nadie lo había tocado, no hubo ninguna jugada sucia; los tendones de la rodilla derecha se rompieron. Y eso fue todo.
A los 24 años, está transformado en una máquina de hacer dólares, una empresa capaz de generar ingresos calculados en 16 millones de dólares por año (unos 3 mil millones de pesetas). Se pasea por Río alternando un Volkswagen Beetle, que en Brasil vale 30 mil dólares; un BMW XS, de unos 80 mil y mantiene en el garaje de su mansión una Ferrari que le costó 300 mil dólares y serios rasguños en su imagen pública: le acusaron de derrochar dinero en un país de pobres. Intentó venderlo, pero fue en vano. Casi no lo usa.
Ahora que una lesión le deja tiempo para conocer la ciudad, Ronaldo es una especie de niño deslumbrado por el paisaje, la gente y las estrellas que frecuentan las calles de la zona sur: deslumbrado y, claro está, con fama y dinero suficientes para hacer lo que le dé la gana. Frecuentar los sitios que quiera y hacerse invitar a todos los escenarios que desee, excepto el césped bien cuidado de una cancha de fútbol.
Por eso es, a la vez, un niño entristecido. “Estoy fuera de mi ambiente”, reconoce Ronaldo. “Y eso es triste, pero así son las cosas...” Su rutina diaria es dura. “No estoy de vacaciones. Trabajo mucho en la fisioterapia todos los días”, aclara. El sale de su inmenso apartamento frente al mar en la Barra de Tijuca –el barrio de los nuevos ricos y de algunos nuevos multimillonarios de la ciudad– y se dirige a una academia de gimnasia, y de 9 a 12 hace fisioterapia con su rodilla. Regresa a las 3 y sigue haciendo duros ejercicios hasta las seis y media. Nada al menos un kilómetro por día. Está ocho kilos por encima de su peso normal, pero llegó a estar 11. Cada mes es examinado por el doctor Saillant, quien lo operó en dos oportunidades de la misma rodilla.
Ronaldo no oculta a nadie que todo lo que quiere es volver a jugar. Dice tener la certeza absoluta de que lo va a lograr. Su principal argumento, además de la eficacia de los médicos que lo cuidan y de poder disponer de todos los recursos imaginables, es que sólo tiene 24 años y actualmente los jugadores tienen una vida profesional útil hasta por lo menos los 36. “Estaré jugando mientras jugar sea un placer para mí”, asegura con voz firme. Y reitera que se siente lejos de su ambiente natural y que nada puede reemplazar esa nostalgia.
Confiesa que habla mientras duerme. Suele decir: “¡Pateá, pateá!”, como si estuviese en una cancha, y luego se despierta. No aventura plazos, pero deja escapar que espera volver a los encuentros en marzo del año que viene.

La patética imagen del domingo 12 de abril: la última rotura.

Tiene plena conciencia de su popularidad, pero no hace pose de ídolo. Se mueve con naturalidad, como si eso de ser una figura tremendamente popular y reconocible por millones de personas en todo el mundo fuese algo que logró asimilar, hasta el punto de referirse a sí mismo con frases como “un ídolo tiene que preservar su imagen”.
Y desde hace algunos meses, esa imagen no sólo viene siendo preservada sino también cuidadosamente lapidada. Además de los apoderados que tratan de sus contratos y velan por un patrimonio calculado en unos 100 millones de dólares, Ronaldo contrató a un asesor de imagen, Rodrigo Paiva, un joven talentoso y bien relacionado, periodista deportivo arrancado del diario Jornal do Brasil. Gracias a ese asesor, ya no es inevitable imaginar a Ronaldo como un muchacho millonario cuya única diversión es pasarse horas y horas manejando un videojuego al lado de una joven y bella rubia en un inmenso piso de Milán, tal como ocurría en los tiempos de su noviazgo con la modelo Susana Werner. Ahora se lo puede imaginar asistiendo a una película de Bertolucci, una obra teatral de Carrière o al nuevo espectáculo de Marisa Monte. Algo es algo. Para el público, el jugador, aunque sin jugar, mantuvo intacto su rol de ídolo. Es el simpático muchacho que alcanzó la gloria de los cielos y ahora padece los fuegos del infierno. La mayoría de los brasileños lo trata con solidaria y cariñosa simpatía, aun aquellos que no creen que él realmente pueda volver a ser lo que era.
Mientras tanto, Ronaldo se dedica con seriedad a sus compromisos, de la misma forma que se empeña en los programas sociales que se dirigen a la niñez, donando cantidades significativas a proyectos educacionales y deportivos para niños de las amplias regiones carentes –eufemismo para la pobreza crónica– de los suburbios de Río.
Cada mes que pasa, sólo del Inter de Milán ingresan en su cuenta 500 mil dólares. Si se suma a eso lo que le paga Nike y sus otros contratos de publicidad, el total llega a más del doble. Ronaldo gana 30 dólares por minuto, es decir, 1800 dólares por hora, 44 mil por día, 1,3 millón por mes. Para cualquiera sería muchísimo dinero. Al muchacho que a los 13 años vio al padre borrachín abandonar el hogar, y luego acompañó la dura batalla de la madre para que no faltara comida a los tres hijos –dos chicos y una chica–, le parecerá aún más.
No hay referencia explícita, pero en el mundillo futbolero de Río se asegura que, de ese total, los dos apoderados del jugador –Alexandre Martins y Reinaldo Pitta– se quedan casi con la mitad. En contrapartida, además de cuidar todos sus contratos y vigilar las inversiones de dinero de Ronaldo, procuran que no tenga que preocuparse absolutamente por nada. Todos sus deseos, desde la desafortunada Ferrari roja hasta la casa comprada para Sonia, su madre, se cumplen sin que Ronaldo tenga jamás que preocuparse por vulgaridades como verificar el saldo de su cuenta en el banco. Para su apartamento de Barra de Tijuca, por ejemplo, eligió una mesa de billar cubierta de fieltro rojo, en vez del tradicional verde. Pidió también una mesa redonda para el comedor. Dejó todo el resto a cargo de una decoradora especialmente contratada. No se preocupó de pequeñeces como el precio de cada cosa. Hace algunas semanas, Ronaldo compró otro apartamento, esta vez en Leblon, barrio donde viven muchos artistas e intelectuales.
En el fondo, sin embargo, Ronaldo deja traslucir que ningún cambio de imagen será suficiente para borrar los cimientos que lo acompañan desde el principio de su carrera. La de Ronaldo es la imagen del muchacho bueno, de la sonrisa llena y de actitudes que, en el fondo, quedaron impregnadas en la memoria de todos los que siguen su trayectoria.
Hace poco tiempo, una revista semanal brasileña recordó una de las historias de Ronaldo en tiempos del Barcelona y que ilustra bien lo que nutre esa memoria. Contó que después de un partido, y por primera vez, a petición de Ronaldo hizo una excepción, y un aficionado pudo entrar en el vestuario. Al salir, el visitante –un muchacho de 16 años– estaba visiblemente emocionado. Dijo haber palpado la cabeza rapada de Ronaldo, su ídolo, el mejor jugador de todos los tiempos. Era un muchacho ciego, que nunca había visto un partido, pero que sabía perfectamente quién era el mejor. Puro hechizo.
Poca –poquísima– gente en Brasil sabe que Ronaldo dona frecuentemente sumas de dinero a hospitales y centros de recuperación de niños enfermos. Y que hace varias y discretas visitas a esos niños. Lo que sí se sabe, y se comenta hasta la última gota, es que Ronaldo vive un drama personal perverso y trata de mantenerse a flote en medio de la tormenta feroz, desde la nunca bien explicada convulsión que sufrió horas antes de la final contra Francia en el Mundial 1998. Ronaldo parece haberse dejado envolver por una bruma espesa. Ni siquiera la alegría expresada cuando el nacimiento de su hijo Ronald parece haber sido suficiente para disipar esa pesada niebla.
A veces es como si los tiempos de Barcelona –la desenfrenada ronaldomanía, los ronaldoadictos, la ficción que lo seguía a todas partes y lo obligaba a un promedio de 30 autógrafos diarios– se hubiesen transformado en una imagen parada en el aire, sin posibilidad de repetición. Para él, sin embargo, ése es un fantasma que no existe. Insiste en que volverá a jugar. Y avisa que su sueño es jubilarse jugando en el Flamengo, el mismo club donde no pudo iniciar su carrera porque no tenía dinero para pagar los pasajes del autobús.
Tiempos en que había un mundo esperando a ser descubierto y a ser deslumbrado por un muchacho que merecería de Pelé, el más grande de los dioses de la pelota, el siguiente comentario: “Es un atleta excelente, veloz y habilidoso. Me siento feliz cuando me comparan con él”. La verdad es que siempre se dio a la inversa: la gente preguntaba si Ronaldo sería un nuevo Rey Pelé. Dice el dicho que quien fue rey jamás pierde la majestad. Pelé lo fue, y se mantiene majestuoso en su elogio generoso al héroe herido. Ronaldo, pese a su generosidad, todavía no ha llegado a ser el nuevo rey del fútbol, pero al menos cree poder volver a intentarlo.
Mientras, circula por Río en un coche que recorre caminos y paisajes que antes fueron sueños distantes. Tan distantes como lo son ahora las canchas prometidas para marzo del año 2001.
* De El País de Madrid, especial para Líbero

 

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