Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

el Kiosco de Página/12

A Jacobo le
hubiera encantado

Por Martín Granovsky

Una de las mejores radiografías de la dictadura la escribió Jacobo Timerman en Preso sin nombre, celda sin número. Cuenta el momento en que descubrió la mirilla abierta, apoyó la cabeza en el metal frío de la celda y pudo dialogar sin palabras con el ojo de otro cautivo. Hasta pudo llorar, dice, recuperando la posibilidad humana de llorar con otro. Preso sin nombre... es un gran libro. Timerman era tan vitalmente periodista que hasta buscaba mostrar lo que veía, y explicar y meterse en la cabeza del otro para desentrañar su lógica, aunque el otro fuese su torturador y él la víctima.
Jacobo editó su relato primero en los Estados Unidos, en inglés y en castellano, y después alguien pirateó la versión española, que así llegó a Buenos Aires. En los años de plomo, el libro solo circuló de mano en mano, en fotocopias o en alguna edición precaria, y se sumó a la temprana Carta a la Junta Militar de Rodolfo Walsh, de 1977, o a la carpeta de tapas celestes que contenía el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre las barbaridades de los militares argentinos.
Héctor, su hijo mayor, combinó con los Divinsky que editaran por primera vez una edición completa en la Argentina, con los maravillosos textos que escribieron Arthur Miller y Ariel Dorfman cuando Timerman murió, hace un año. Leído 20 años después de su escritura, Preso sin nombre... sigue siendo el libro sugerente de un judío angustiado, un secuestrado en pánico, un intelectual que supo como nadie partir la cabeza a sus interlocutores –a sus lectores– y estimular siempre ideas nuevas, muchas veces en contra el propio Timerman. El libro es, hoy, cualquier cosa menos una pieza de arqueología, como quedó claro el último jueves en la presentación.
Mariano Grondona, uno de los panelistas, describió a Timerman como “el mejor periodista de mi generación” (Grondona tiene 68, Timerman tendría 77), un “líder periodístico”, un tipo que tenía como ideología la libertad, una de las personas más argentinas que conoció. También un partidario, como él, dijo, de los militares azules que en 1962 querían elecciones, y un personaje típico de una época donde “nadie era claramente democrático ni claramente antidemocrático”. Dijo Grondona: “Eramos golpistas objetivos”. Después completó su reelaboración de las Vidas paralelas comentando que Timerman había observado matices y dejado en claro que en el gobierno militar “había dos líneas, una más moderada, la de Videla, y otra feroz, la de Suárez Mason y Massera”. Grondona dijo que “Videla no queda eximido de ninguna responsabilidad, pero eso no quita que hubiera dos líneas”.
Mucha gente en la sala se puso muy seria. Vistas desde la mesa, había muchas caras irritadas entre un auditorio heterogéneo que abarcaba a Rodolfo Terragno y Darío Lopérfido (Fernando de la Rúa había mandado una carta), Alfredo Bravo, Julio Ramos, Daniel Goldman, Alfredo Leuco, los Kirchner, Antonio Salonia, Héctor Recalde, Arnaldo Bocco, Herman Schiller, Marcos Aguinis, Sylvina Walger, Julia Constenla, Rogelio García Lupo e Isidoro Gilbert, Miguel de Godoy, Marta Oyhanarte, el coronel Juan Cesio, Facundo Suárez Lastra y Horacio Verbitsky.
Me sentí tan incómodo como muchos de ellos pero me pareció que no debía contestarle a Grondona. Por un lado, Héctor me había presentado diciendo que en la tradición judía los hijos menores tienen la responsabilidad de ocuparse de los padres y que yo fui el último hijo periodístico de Jacobo. Debía concentrarme en hablar sin llorar. Pero además tuve la convicción de que estábamos en la presentación de un libro de Timerman, de hecho en un acto de homenaje a Timerman, y no teníamos por qué ser el auditorio embelesado de otro soliloquio más de Mariano Grondona –soliloquio, eso sí, con público– y su reescritura permanente de la historia. De todas sus reescrituras, me quedo con una de 1983, cuando dijo: “Los liberales argentinos nos preocupamos mucho de la flotación del tipo de cambio y muy poco de la flotación de los cadáveres en el río”. Mucha gente se preguntó entonces, y se pregunta aún, si Grondona fue y es sincero. Es una pregunta de indudable interés humano. Pero en términos políticos eso es lo menos importante. Interesa más que Grondona, como el representante más intuitivo de lo que por comodidad podría llamarse establishment, daba por agotado el ciclo de los golpes militares. Y ése es un dato valiosísimo.
Pensando con criterio político, es cierto que había líneas dentro de la dictadura. También las SS y las SA estaban enfrentadas, y la Wermacht y la Gestapo. El problema no fue en ese entonces verificar la existencia de líneas –lo hicieron el Vaticano, la embajada de los Estados Unidos y el Partido Comunista–, sino magnificarlas o malinterpretarlas. Y, sobre todo, jugar para una de ellas en lugar de aprovecharlas solo para explotar sus contradicciones y obtener más información, y salvar más vidas, el único objetivo moralmente válido de aquellos años. Así fue que su familia y la presión internacional salvaron a Jacobo Timerman. El resto era –es– creer que un burócrata de la muerte como Jorge Videla es distinto de un legionario de la muerte como Emilio Massera, que un mediocre disciplinado es superior a un histriónico personalista, cuando los dos matan.
Lo dijo muy bien, y todos se lo agradecimos, Luis Moreno Ocampo, otro de los presentadores del libro:
–Videla y Luciano Benjamín Menéndez eran asesinos. La única diferencia es que uno era hipócrita y el otro no.
Grondona le contestó que él igual pensaba que había moderados y feroces, y dentro de la respuesta mencionó lateralmente a Verbitsky, que entonces emergió de atrás de una columna:
–Lo que pasa es que vos eras amigo de Viola y no de Menéndez –dijo.
–Ay, Horacio, Horacio –repuso Grondona–. Parece mentira que tantos años después no tengas un poco de ecuanimidad.
Después, Verbitsky le explicó que no se puede ser ecuánime cuando el sufrimiento que provocó la dictadura fue tan profundo.
Y, la verdad, el jueves no se realizaba un seminario sobre los gobiernos militares en la Argentina sino la presentación de uno de los libros que mejor denunciaron los crímenes de la dictadura a partir de la experiencia de una de sus víctimas. Sin panfleto, describiendo y ayudando a pensar, pero sin otra vacilación que la perplejidad de un secuestrado a quien interrogaban por los detalles del plan sionista de capturar la Patagonia.
–Cuando a mi madre le preguntaban por qué aguantaba a mi padre, siempre contestaba igual: “Con Jacobo nadie se aburre” –bromeó Héctor mientras Grondona dejaba el panel por adelantado para ir a su programa.
Al final, Cipe Lincovsky leyó partes del libro y dijo que una vez ella y Timerman habían cantado a dúo canciones en ydish con tanto entusiasmo que Jacobo dijo:
–Ahora podemos ir a Broadway. Ya me imagino los carteles: “Jacobo Timerman y Cipe Lincovsky”.
–¡Pero Jacobo! ¿Vos primero? ¡Yo soy la actriz!
–Y yo soy Jacobo Timerman.
Cipe cerró la presentación de Preso sin nombre, celda sin número cantando una canción de cuna en ydish. Terminó entre susurros, shhhh, con el índice en los labios, shhhh, bien despacito.
A Jacobo le hubiera encantado.


REP

 

PRINCIPAL