En medio
de sus muchas ocupaciones y preocupaciones, seguramente Fernando
de la Rúa tendrá al menos un motivo de satisfacción:
el todopoderoso Bill Clinton ha tenido la generosidad de concederle
un llamado telefónico, accediendo a los ruegos que el canciller
argentino hizo ante funcionarios estadounidenses de segundo nivel.
El Gobierno puede exhibir esto como una victoria en su propósito
de demostrar que Argentina es un país integrado
al mundo, consciente de sus obligaciones y, por lo tanto, merecedor
de la inversión internacional. Dirán también
que hemos aportado un nuevo granito de arena para mejorar nuestra
cotización internacional medida en riesgo-país.
Los argentinos, que a lo largo de los años hemos sido expertos
en la cotización del dólar, después en índices
de inflación y tasas de interés, y luego en cotizaciones
de acciones, ahora tenemos que aprender a medir nuestro propio riesgo-país.
Y así como antes tuvimos que ajustar nuestras conductas para
no generar efectos contrarios a nuestra moneda, o para no disparar
más los índices de inflación o no alterar
a los mercados, ahora tenemos que cuidarnos de no perjudicar nuestro
riesgo-país.
En todos los casos existe un común denominador: hay un otro
sin rostro, llamado genéricamente cotizaciones, valores,
inversores o, simplemente, mercado, ante quien subordinamos nuestros
actos y rendimos cuenta como comunidad, como sociedad. De este amo
sin rostro pero omnipresente aceptamos castigos y algunos premios.
A veces, nuestras buenas acciones se ven recompensadas
por un gesto del papá bueno, y Bill tiene la
deferencia de distraer unos minutos de sus propios problemas internos
para, haciendo uso de su condición de gendarme universal
de los intereses del mercado, tomar el teléfono y darle a
Fernando una palmadita en la espalda como reconocimiento por hacer
bien los deberes. Ni los cortes de ruta, ni la indignación
popular, ni la violencia que genera el hambre, ni la desnutrición,
ni las víctimas del modelo y ni siquiera la muerte motivaron
antes ni los ruegos del canciller para lograr una llamada de Clinton
y tampoco habrían generado el más mínimo gesto
del presidente norteamericano. Porque el hambre, la desocupación,
la miseria, la violencia y la muerte no forman parte de las variables
que componen el índice del riesgo-país.
Sólo importa cómo les irá a los inversores,
que son los únicos ciudadanos en el reino del
mercado.
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