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OPINION

Todo por el riesgo-país

Por Washington Uranga

En medio de sus muchas ocupaciones y preocupaciones, seguramente Fernando de la Rúa tendrá al menos un motivo de satisfacción: el todopoderoso Bill Clinton ha tenido la generosidad de concederle un llamado telefónico, accediendo a los ruegos que el canciller argentino hizo ante funcionarios estadounidenses de segundo nivel. El Gobierno puede exhibir esto como una victoria en su propósito de demostrar que Argentina es un país “integrado” al mundo, consciente de sus obligaciones y, por lo tanto, merecedor de la inversión internacional. Dirán también que hemos aportado un nuevo granito de arena para mejorar nuestra cotización internacional medida en “riesgo-país”. Los argentinos, que a lo largo de los años hemos sido “expertos” en la cotización del dólar, después en índices de inflación y tasas de interés, y luego en cotizaciones de acciones, ahora tenemos que aprender a medir nuestro propio “riesgo-país”. Y así como antes tuvimos que ajustar nuestras conductas para no generar efectos contrarios a nuestra moneda, o para no disparar más los índices de inflación o no “alterar” a los mercados, ahora tenemos que cuidarnos de no perjudicar nuestro “riesgo-país”.
En todos los casos existe un común denominador: hay un otro sin rostro, llamado genéricamente cotizaciones, valores, inversores o, simplemente, mercado, ante quien subordinamos nuestros actos y rendimos cuenta como comunidad, como sociedad. De este amo sin rostro pero omnipresente aceptamos castigos y algunos premios. A veces, nuestras “buenas acciones” se ven recompensadas por un gesto del “papá bueno”, y Bill tiene la deferencia de distraer unos minutos de sus propios problemas internos para, haciendo uso de su condición de gendarme universal de los intereses del mercado, tomar el teléfono y darle a Fernando una palmadita en la espalda como reconocimiento por hacer bien los deberes. Ni los cortes de ruta, ni la indignación popular, ni la violencia que genera el hambre, ni la desnutrición, ni las víctimas del modelo y ni siquiera la muerte motivaron antes ni los ruegos del canciller para lograr una llamada de Clinton y tampoco habrían generado el más mínimo gesto del presidente norteamericano. Porque el hambre, la desocupación, la miseria, la violencia y la muerte no forman parte de las variables que componen el índice del “riesgo-país”. Sólo importa cómo les irá a los inversores, que son los únicos “ciudadanos” en el reino del mercado.


 

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