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OPINION

Monica al poder

Por Claudio Uriarte

Una cierta atmósfera de levedad e irresponsabilidad planea sobre la disputa demócrata-republicana por la presidencia de Estados Unidos. El insólito empate electoral del martes 7 ha derivado en una comedia de enredos que degrada al sistema político: primero es Al Gore el que amenaza ir a los tribunales; luego es George W. Bush quien lo hace; cualquier principio básico es rápidamente sacrificado según cómo evolucione el recuento de votos de Florida; los defensores del sistema de representación indirecta del Colegio Electoral se vuelven sus críticos de toda la vida cuando no los favorece, y viceversa. En este sentido, la liviandad con que los dos partidos están tratando a la institución política más poderosa del planeta es la amplificación desmesurada del escándalo de Bill Clinton por sus flirteos con Monica Lewinsky, en que un presidente no vaciló en mentir bajo juramento aún cuando era ultraprobable que la mentira fuera descubierta, y una rencorosa oposición republicana se precipitó a su propio suicidio político a través de una absurda moción legislativa para destituir al presidente.
Lewinsky y Bush-Gore tienen por lo menos una cosa en común: son posibles, entre otras razones, porque la Guerra Fría ya no existe más. William Safire, comentarista republicano y ex speechwriter de Richard Nixon, citaba en estos días las memorias de su antiguo jefe, en que éste afirma que nunca tuvo la menor sombra de duda de que la angostísima victoria de John F. Kennedy en 1960 fue resultado de un fraude, pero que él decidió no apelar los resultados para no descomponer el sistema político norteamericano frente a la superpotencia enemiga. Y se piense lo que se piense de la acusación de fraude, es indudable que el alto disciplinamiento de la Guerra Fría volvía impensable una frivolización de la presidencia como la que exhiben las contemporáneas sitcoms de Monica y la guerra civil en el estado de Florida.
Cuanto más se prolongue esta última, más desprestigiados quedarán el sistema político, los dos partidos y los dos candidatos, uno de los cuales será el próximo presidente norteamericano. Y las secuelas de la pesadilla ya están entre nosotros, a través de los pedidos de recuentos de votos en otros estados –como Wisconsin y Iowa– donde la victoria de Gore se produjo por márgenes menores. De no detenerse esta guerra de guerrillas de la política, se puede llegar a descomponer casi toda la elección. Y como el nuevo presidente debe asumir recién el 20 de enero, hay tiempo de sobra para hacerlo.


 

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