Ante cada
nuevo espasmo de la crisis, el gobierno centroizquierdista
de la Alianza reacciona corriendo algunos kilómetros más
hacia la derecha del espectro económico. Amenazado por las
jaurías salivantes del Mercado, quiere un refugio totalmente
seguro y entiende que el único lugar en que estará
a salvo se halla en la zona gélida regida por los neoliberales
más imaginativos. Sin embargo, ya se ha adentrado tanto en
este territorio inhóspito sin encontrar lo que está
buscando que muy pronto se verá frente a un problema inédito:
¿Cómo seguir rumbeando hacia la derecha cuando ya
se ha privatizado virtualmente todo? ¿Qué hará
cuando el Mercado, luego de haber masticado y digerido todas las
jubilaciones del país y la recaudación de impuestos,
sienta hambre y se ponga a mostrarles los dientes?
Aún le quedan algunas opciones. Podría intentar vender
algunas provincias pintorescas: habrá multimillonarios europeos,
nipones o norteamericanos a los cuales les encantaría convertirse
en dueños exclusivos de Tierra del Fuego o Neuquén.
O, haciendo caso omiso de prejuicios nacionalistas trasnochados,
podría ofrecer el Ministerio de Economía al mejor
postor para que haga del país un laboratorio para teorías
avanzadas. Otra alternativa acaso menos drástica consistiría
en oficializar la esclavitud, eliminando así la necesidad
de una nueva reforma laboral. O podría elegir la dolarización
acompañada por un decreto según el cual la Casa Rosada
será trasladada a Miami. Por cierto, tendrá que pensar
en algo contundente si aún quiere asestar aquel choque
de confianza que según los expertos en la materia serviría
para que la economía recuperara el brío perdido.
El Mercado es poderoso en todas partes, pero parecería que
sólo aquí es capaz de obligar al Gobierno a obedecer
hasta sus caprichos más estrafalarios. ¿Por qué?
Porque aquí el mal llamado sector público siempre
ha estado al servicio de una clase política cuyos miembros
perciben y gastan más por barba que sus homólogos
de los Estados Unidos pero que, como el Gobierno mismo acaba de
confirmar, ni siquiera está en condiciones de recaudar impuestos
es decir, de llevar a cabo lo que desde los días de
los faraones es la tarea básica de todo régimen político,
razón por la cual le ha sido necesario recurrir a métodos
propios del Imperio Romano o de la Mafia siciliana. Como tantos
han estado señalando, el problema no es económico
sino político, lo cual hace pensar que no habrá ninguna
solución mientras no se concreten reformas que
resulten ser por lo menos tan profundas como las planteadas por
Carlos Chacho Alvarez y otros.
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