Una ley
de la política de Estado dice que los gobernantes deben aprovechar
los primeros cien días de gestión para trazar los
grandes lineamientos de lo que será su gobierno. Y también
reza que si no se aprovecha este plazo la faena se vuelve cuesta
arriba. El jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra,
supo aprovechar estos días (transición incluida) para
obtener la mayoría de las leyes que necesitará durante
su mandato. Ha logrado designaciones en lugares clave (Banco Ciudad,
Mercado Central, Corporación del Sur) y ha relicitado algunos
servicios que le quedaron como un presente griego de las gestiones
anteriores.
Pero el primer jefe de Gobierno de la Alianza debe enfrentar obstáculos
con los que ninguno de sus antecesores tuvo que lidiar. En primer
lugar, Ibarra debió capear el temporal que desató
la salida de Chacho Alvarez del Gobierno. Intentó, antes
de ese desenlace, poner un poco de sensatez en la sordera instalada
entre el Presidente y su entonces vice. Como es lógico que
ocurra con los sordos, no lo escucharon. Luego alertó, elevando
los decibeles de sus palabras, sobre las consecuencias que traería
un definitivo alejamiento de Alvarez ya no de la Alianza, sino del
Frepaso, para recluirse en el ciberespacio, en la universidad y
en los bares de Palermo. Chacho, antes de sus vacaciones en Buzios,
hizo gestos de regreso a la estructura que creó.
Una ruptura de la coalición de Gobierno causaría estragos
si se reprodujese en la ciudad: si bien muchas de las leyes que
Ibarra necesita para gestionar están aprobadas (excepto el
presupuesto), nadie duda del daño que puede producir una
Legislatura mayoritariamente opositora y con ánimos de mostrar
los dientes ante cada bache que no se arregla. Es el motivo por
el cual Ibarra se ha dado a la tarea de contener al radicalismo,
independientemente de lo que ocurra en la Nación. Está
dispuesto, si desapareciese la Alianza por el Trabajo, la Educación
y la Justicia, a cambiar el nombre a la coalición que gobierna
la ciudad, manteniendo a los hombres, partidos y programa que lo
llevaron al poder.
Hasta el momento, el ex fiscal no ha modificado en su acción
lo que dijo durante la campaña. Cuando peleaba fragorosamente
contra el mismo Domingo Cavallo, que amaga con ingresar a la administración
de Fernando de la Rúa, Ibarra impuso una impronta progresista
a su campaña. Ya en el Gobierno, y a modo de ejemplo, no
cambió su discurso sobre la corrupción echó
y abrió una investigación a funcionarios en el área
de Educación, mandó a la cárcel a un inspector
que pedía coimas, la seguridad pública ni sobre
la Justicia tomando distancia del exitoso speech electoral
que despliega su vecino Carlos Ruckauf-. y, a modo de ejemplo, fue
el primer testigo importante en la causa que se le sigue al represor
Jorge Olivera y a sus abogados en Italia, haciendo un gesto concreto
a favor de los derechos humanos, algo que la mayoría de los
políticos suelen olvidar no bien pisan las alfombras del
poder.
El jefe de Gobierno porteño es, también, por el momento,
una excepción. El Frepaso ha mostrado un notorio déficit
-.cuando no negligencia para ejercer el poder en determinadas
áreas públicas. El caso de Graciela Fernández
Meijide en Acción Social es claro y ejemplificador. Pero
no ha sido la única que no supo, o no quiso, cumplir con
las expectativas de sus votantes y de sus seguidores. Alberto Flamarique
fue eyectado del poder tras la salida de Chacho, envuelto en el
escándalo de los supuestos sobornos en el Senado; Dante Caputo
consiguió unificar a la comunidad científica argentina
en su contra; Alejandro Mosquera y muchos de los diputados del Frepaso
bonaerense mantuvieron, hasta que lo reveló Página/12,
un fondo reservado en la Legislatura para financiar dudosamente
la política.
Ibarra ha salido bien hasta ahora de desafíos que a ningún
otro intendente o jefe de Gobierno anterior se le habían
plantado. En la política deberá hacer más esfuerzos
ya que, al decir de Massimo DAlema -cofundador de la coalición
italiana El Olivo y ex primer ministro de ese país
lo más difícil en una alianza es no dejarse
vencer por las diferencias internas. Ahora ingresa en un tiempo
en que, además de su rol político, deberá ofrecer
resultados en la gestión, en aquello por lo cual cualquier
jefe de Gobierno porteño no deja (ni debe dejar) de ser un
intendente.
Cien días son muchos o muy poco, según cómo
se mire. Nada, comparado con los que le faltan hasta cumplir tres
años y ocho meses del mandato que le confirió el voto
del 50 por ciento de los porteños.
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