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OPINION

Los cien días de Aníbal

Por Sergio Moreno

Una ley de la política de Estado dice que los gobernantes deben aprovechar los primeros cien días de gestión para trazar los grandes lineamientos de lo que será su gobierno. Y también reza que si no se aprovecha este plazo la faena se vuelve cuesta arriba. El jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, supo aprovechar estos días (transición incluida) para obtener la mayoría de las leyes que necesitará durante su mandato. Ha logrado designaciones en lugares clave (Banco Ciudad, Mercado Central, Corporación del Sur) y ha relicitado algunos servicios que le quedaron como un presente griego de las gestiones anteriores.
Pero el primer jefe de Gobierno de la Alianza debe enfrentar obstáculos con los que ninguno de sus antecesores tuvo que lidiar. En primer lugar, Ibarra debió capear el temporal que desató la salida de Chacho Alvarez del Gobierno. Intentó, antes de ese desenlace, poner un poco de sensatez en la sordera instalada entre el Presidente y su entonces vice. Como es lógico que ocurra con los sordos, no lo escucharon. Luego alertó, elevando los decibeles de sus palabras, sobre las consecuencias que traería un definitivo alejamiento de Alvarez ya no de la Alianza, sino del Frepaso, para recluirse en el ciberespacio, en la universidad y en los bares de Palermo. Chacho, antes de sus vacaciones en Buzios, hizo gestos de regreso a la estructura que creó.
Una ruptura de la coalición de Gobierno causaría estragos si se reprodujese en la ciudad: si bien muchas de las leyes que Ibarra necesita para gestionar están aprobadas (excepto el presupuesto), nadie duda del daño que puede producir una Legislatura mayoritariamente opositora y con ánimos de mostrar los dientes ante cada bache que no se arregla. Es el motivo por el cual Ibarra se ha dado a la tarea de contener al radicalismo, independientemente de lo que ocurra en la Nación. Está dispuesto, si desapareciese la Alianza por el Trabajo, la Educación y la Justicia, a cambiar el nombre a la coalición que gobierna la ciudad, manteniendo a los hombres, partidos y programa que lo llevaron al poder.
Hasta el momento, el ex fiscal no ha modificado en su acción lo que dijo durante la campaña. Cuando peleaba fragorosamente contra el mismo Domingo Cavallo, que amaga con ingresar a la administración de Fernando de la Rúa, Ibarra impuso una impronta progresista a su campaña. Ya en el Gobierno, y a modo de ejemplo, no cambió su discurso sobre la corrupción –echó y abrió una investigación a funcionarios en el área de Educación, mandó a la cárcel a un inspector que pedía coimas–, la seguridad pública ni sobre la Justicia –tomando distancia del exitoso speech electoral que despliega su vecino Carlos Ruckauf-. y, a modo de ejemplo, fue el primer testigo importante en la causa que se le sigue al represor Jorge Olivera y a sus abogados en Italia, haciendo un gesto concreto a favor de los derechos humanos, algo que la mayoría de los políticos suelen olvidar no bien pisan las alfombras del poder.
El jefe de Gobierno porteño es, también, por el momento, una excepción. El Frepaso ha mostrado un notorio déficit -.cuando no negligencia– para ejercer el poder en determinadas áreas públicas. El caso de Graciela Fernández Meijide en Acción Social es claro y ejemplificador. Pero no ha sido la única que no supo, o no quiso, cumplir con las expectativas de sus votantes y de sus seguidores. Alberto Flamarique fue eyectado del poder tras la salida de Chacho, envuelto en el escándalo de los supuestos sobornos en el Senado; Dante Caputo consiguió unificar a la comunidad científica argentina en su contra; Alejandro Mosquera y muchos de los diputados del Frepaso bonaerense mantuvieron, hasta que lo reveló Página/12, un fondo reservado en la Legislatura para financiar dudosamente la política.
Ibarra ha salido bien hasta ahora de desafíos que a ningún otro intendente o jefe de Gobierno anterior se le habían plantado. En la política deberá hacer más esfuerzos ya que, al decir de Massimo D’Alema -cofundador de la coalición italiana El Olivo y ex primer ministro de ese país– “lo más difícil en una alianza es no dejarse vencer por las diferencias internas”. Ahora ingresa en un tiempo en que, además de su rol político, deberá ofrecer resultados en la gestión, en aquello por lo cual cualquier jefe de Gobierno porteño no deja (ni debe dejar) de ser un intendente.
Cien días son muchos o muy poco, según cómo se mire. Nada, comparado con los que le faltan hasta cumplir tres años y ocho meses del mandato que le confirió el voto del 50 por ciento de los porteños.


 

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