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�Si no hay batuta, los músicos dependemos de lo que escuchamos�

Luis Roggero y Alfija Gubaidulina hablan sobre la Orquesta Mayo, que hoy tocará obras de Ginastera, Bach, Wiren y Sibelius.

Por Diego Fischerman

El sábado y domingo estuvieron en Bariloche, abriendo la Semana Musical Llao Llao. Hoy tocarán en su sede habitual, en el Centro Cultural Borges (Viamonte y Florida). También actuaron recientemente en el Concertgebouw de Amsterdam, junto al bandoneonista Marcelo Nisinman y tocando música de Piazzolla, y en el ciclo Tocar la Vida, en el Chaco, haciendo junto al percusionista brasileño Naná Vasconcelos la música para berimbao y cuerdas que orquestó para él Egberto Gismonti. El perfil de la Orquesta de Cámara Mayo se aleja de los prejuicios más frecuentes acerca de los músicos clásicos. Y es que para ellos, como explica su director musical y concertino, Luis Roggero, “la apertura es fundamental”.
“No tener un director de batuta hace que todo el funcionamiento de la Orquesta tenga que ser distinto. Dependemos totalmente de lo que escuchamos. Y esto hace que podamos agudizar mucho más un sentido que debería ser el principal en un músico de orquesta y que, sin embargo, no lo es. Muchas veces, grandes maestros que vienen a dirigirnos en las grandes orquestas sinfónicas donde tocamos (Roggero también es el concertino de la Sinfónica Nacional) nos dicen que nos escuchemos. ¿Cómo puede ser que deban decirnos eso? Y es que eso es lo que sucede cuando nos acostumbramos a depender de la batuta.” La historia de cómo la Mayo se quedó sin batuta (o de cómo ganó, a la fuerza, en cohesión y en oreja) tiene que ver con la pérdida del apoyo financiero del banco que le dio su nombre. El banco quebró, la orquesta se quedó huérfana y, en una decisión sin precedentes, decidió funcionar de manera autogestionaria, tanto en lo musical como en lo administrativo. Los logros de los últimos dos años perecen darles la razón. La Orquesta de Cámara Mayo no sólo logró seguir existiendo sino que ganó en lo musical.
En su concierto de hoy a las 20, la Mayo hará uno de los cuartetos de cuerdas de Alberto Ginastera, el Nº 1, arreglado para orquesta de cuerdas por Roggero –quien tomó como antecedente la orquestación que el propio Ginastera hizo de su segundo Cuarteto y las varias realizadas por Shostakovich de su Cuarteto Nº 8–. Junto a esta obra excelente y rara vez escuchada (aun en su versión para cuarteto), la Orquesta hará Rakastawa Op. 14 de Jean Sibelius, Serenata Op. 11 de Dag Wiren y el Concierto para dos violines BWV 1043 de Johann Sebastian Bach, con Roggero y Alejandro Shaikis como solistas. Alfija Gubaidulina, también violinista, nacida y educada en Rusia con posgrado en Música de Cámara y radicada en Buenos Aires desde hace quince años, opina que “en la Argentina no hay una gran tradición alrededor de la música de cámara. Se sigue la mano del director y eso disminuye la capacidad de escuchar. La base para un grupo de cámara es conformar un equipo donde cada uno entiende a los otros a partir de gestos mínimos, de miradas. Donde es posible adivinarle la intención al otro”. La Orquesta, además de su ciclo en el Centro Borges, considera fundamental la tarea en el ámbito didáctico y, también, el estímulo a los compositores. Este año harán, por ejemplo, un concurso de composición en colaboración con Sadaic. “El primer premio va a ser estrenado por la Mayo en el 2001 –cuenta Roggero– y además estamos trabajando dos o tres obras de compositores argentinos como para incluirlos en nuestro repertorio.”


TERMINO EL CICLO DESPEDIDA DEL SIGLO XX
Seis estrenos y una yapa

Por D. F.

Que en un concierto se estrenen seis obras tiene, en sí mismo, algo de estimulante. Que la séptima composición tenga apenas un año de antigüedad es un dato importante. Y que los siete autores sean argentinos completa la oferta. No fueron éstos, de todas maneras, los únicos atractivos del concierto con el que el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC) terminó de despedir, en la sala grande del teatro y con entrada libre, a un siglo que en materia musical empezó a irrumpir anticipadamente, tal vez con el Tristán wagneriano, pero que nunca llegó a instalarse del todo. Para la última fecha, el CETC convocó a Alejo Pérez Poillieux, fundador y director del grupo Ensambles XXI. Y el grupo brindó interpretaciones excelentes, siempre comprometidas, fluidas y musicales, de obras nuevas y exigentes.
El plural del nombre parece remitir a cierta capacidad de mutación por la que el conjunto (conformado por cuerdas, maderas, bronces, piano y percusión) puede transformarse en muchos grupos. Los compositores a quienes se les encargaron obras tuvieron en cuenta estas posibilidades de variación aunque no tanto en relación con el instrumental elegido sino, sobre todo, con el tipo de sonoridad elegida. Con un orgánico situado a mitad de camino entre el gran grupo de cámara y la pequeña orquesta, algunos (sobre todo Marcelo Delgado) apostaron a la orquesta y otros (Santero el más notorio) al grupo heterogéneo y al sonido tratado más como individualidad que como elemento discursivo.
Delgado trabaja con una especie de principio de movimiento perpetuo que, paradójicamente, muchas veces produce una cierta sensación de estatismo. Sus gestos son amplios y Gea, la obra presentada, no le teme a los contrastes dramáticos, como cuando aparece un tema profundamente lírico a cargo del violín, seguido por el corno inglés. La obra, además, muestra un delicado trabajo tímbrico, con enmascaramientos y hallazgos como el unísono de corno y vibráfono. Santero, en Periplos (una composición que retoma los elementos que había planteado en un trabajo sobre textos de Beckett) resiste la narración lineal y tiene, en uno de sus movimientos, en el que el título/indicación se refiere al ímpetu, uno de los momentos más logrados. Una barbarie módica de Pablo Ortiz se plantea como un buceo alrededor de las posibilidades rítmicas de la milonga, en una obra seductora y violentamente alejada de las tradiciones hegemónicas en la Argentina durante las últimas décadas. Tanto Sad, que fue en realidad el que mostró más barbarie módica en Y siempre estuvieron ahí, como Saitta, con su refrescante Cuaderno de apuntes, Cetta (Un rostro que se desvanece, una palabra que se anula) y Lorenzo (con Brouillamini), pusieron de manifiesto que una de las riquezas máximas de este siglo pasado fue la diversidad. El notable nivel de las interpretaciones y el fenómeno casi inédito de un Colón con la platea llena un domingo a las 11 de la mañana y escuchando música del siglo XX (o XXI), quedan como los grandes logros del ciclo.

 

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