Por Diego Fischerman
Existe una polémica
alrededor de Fito Páez. Es una polémica poco interesante.
De entrecasa. Casi corporativa. La cuestión de si un músico
de rock deja de serlo en el momento en que deja de parecerlo es más
bien irrelevante. Y la exigencia de mimetismo entre autor y personaje,
que nadie sostendría en la literatura o en el cine, resulta una
fenomenal ingenuidad en la música. ¿Por qué Fito
Páez no podría contar en primera persona una historia totalmente
distinta de la suya? ¿Por qué tanta indignación de
algunos a causa de que un artista a quien le ha ido bien cante la historia
de un niño proletario?
Es cierto, Fito Páez hace canciones y en la canción de tradición
popular (como en la poesía) el supuesto acerca de la condición
autobiográfica de lo que se canta es muy fuerte. Pero mucho más
importante que eso es lo que Fito Páez decide hacer con cada canción.
Y, más aún, el hecho de que decida ceñirse de tal
manera a ese formato. En Rey Sol, su último y excelente CD, todas
las canciones menos una recurren al modelo de copla y estribillo. Y en
todas ellas, además, ese estribillo abreva en la mejor tradición
del tango (o Beatle, eventualmente) de arcos melódicos amplísimos
y un tono elegíaco en gran escala.
A lo largo del disco van apareciendo algunos hallazgos notables. Ya en
la primera canción, un glissando del piano y la entrada explosiva
del órgano coinciden con la frase mucha pasarela, mucha muerte.
Tanto la manera en que la instrumentación es utilizada para subrayar
algo como la contigüidad de esas dos palabras resultan sumamente
significativas. Tanto como el riff de guitarra del comienzo y el gesto
soul del coro final. La utilización de tres tipos de bajos distintos
(el fretless envolvente del segundo tema, el bajo común y el contrabajo
tocado con arco en el bello contracanto de Regalo de Bodas)
o el pasaje de instrumentaciones densamente electrificadas a paisajes
casi transparentes, apenas con un piano o una guitarra acústica,
hablan, por su parte, de un tratamiento detallado; de un concepto preciso
acerca de cada canción.
Hay referencias al jazz o más bien al jazz leído por
Spinetta en la época de Invisible, a ciertas maneras de acompañarse
en la guitarra, a rítmicas menos marcadas que las del rock, por
ejemplo en Rey Sol, en las resonancias a Al Jarreau en la
voz y a Miles Davis en los bronces en Dale Loca o en el vals
à la Evans mezclado con Broadway de The Shining of The Sun.
Pero, sobre todo, aparecen una y otra vez Los Beatles. Primero en el título
(Sun King era además del nombre de una de las canciones
una de las frases recurrentes en el extraordinario lado B de Abbey Road).
Luego, por esa voluntad de sacarle el jugo al máximo a una forma
en particular -la canción estrófica y por esa capacidad
para abandonar el pudor y animarse a melodías felices. Ya se sabe,
siempre es más prestigioso y conlleva menos riesgos
jugarla de oscuro. Alguien siempre deprimido podría pasar por inteligente
mucho mejor que alguien que se dice feliz. Páez, en cambio, no
sólo no le teme a la manifestación de felicidad sino que
suele hacer gala de ella. Y, por otra parte (lo que cobra una importancia
vital en un medio particularmente parricida como el argentino) declara
sin tapujos sus deudas musicales con el pasado, sobre todo con Spinetta
y García aunque también con el último Manal, si se
piensa en las reminiscencias del riff de Elena presentes en
Acerca del niño proletario (cuyo texto está
inspirado en Osvaldo Lamborghini). Por el CD circula, por otra parte,
una especie de enciclopedia secreta del rock, algo del primer heavy, Iron
Butterfly y algún sintetizador con sonido a moog.
El único tema que prueba con otra forma es Paranoica Fierita
Suite, en su tránsito por distintos estilos y posiblemente
uno de los momentos más logrados sea el hermoso estribillo de A
medio paso de tu amor, un tema en el que también resulta
esencial la presencia del bajo fretless. En el final, después de
esa especie de extraño vals en cuatro tiempos que esRegalo
de bodas, hay una nueva referencia Beatle. O, más bien, un
típico chiste Beatle: un silencio de tres minutos luego del que
aparece una nueva canción no anunciada en ninguna parte y en la
que Páez, simplemente, agradece.
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