Por Eduardo Fabregat
¿Qué caminos
le quedan a una banda cuando está doblando el codo de los veinte
años de existencia? ¿Qué nuevas opciones puede ensayar
un grupo que vivió los pubs ahumados, los teatros, las arenas y
los estadios con un mar de brazos rindiendo adoración? ¿Qué
acordes resultan confiables cuando se ha logrado la diferencia en la era
new wave y se ensayaron diferentes grados de rock y se recurrió
a las fuentes de la música afroamericana, y luego se metió
todo en una mezcladora electrónica que, al cabo, inauguró
la década de los 90? ¿Qué hace un cuarteto de instrumentistas
que viene de coquetear con la discoteca, una discoteca de aire decadente
pero disco al fin? Bono, The Edge, Larry Mullen y Adam Clayton se tomaron
su tiempo para dar una respuesta lógica a semejante estado de las
cosas. Esa respuesta es All that you cant leave behind. Y es la
contestación más rotunda que podía esperarse de U2:
un disco de U2.
La afirmación parece débil, pero es en realidad el núcleo
de las once canciones que le dan forma al decimoprimer trabajo de los
irlandeses. Todo lo que no podés dejar atrás, sostiene U2
mientras deja a sus espaldas los estilos canibalizados, las luces cegadoras,
los adornos barrocos y la grandilocuencia sobrecargada de colores, para
concentrarse en un disco de potentísima austeridad. Unos músicos
cuarentones no pueden asustarse de la palabra clásico, pero All
that you cant behind deja claro que el clacisismo también
es una cuestión que exige talento. Si las bolas espejadas de Pop
encandilaban por demás, aquí el protagonismo es de las melodías.
Y sólo los experimentos más extraños pueden hacer
olvidar la clase de artesanos de canciones que son Bono y sus compañeros.
Este es, entonces, un disco de canciones, tan alla U2 como puede sonar
U2 cuando se propone denunciar su mapa genético. Por eso, ofrece
un puñado de songs sin aditivos no autorizados, despojadas a pesar
de su sutil entramado del esqueleto típico de guitarras/bajo/batería
cruzado con toques de piano, cuerdas y vientos. Dos ejemplos alcanzan
para verificarlo: el primero aparece inmediatamente después de
Beautiful day, el single que combina versos contenidos y estribillos
teñidos por la urgencia de los días tempranos. Stuck
in a moment you cant get out of es una lección de songwriting
en cuatro minutos y medio, con uno de los estribillos más encantadores
que dio el rock anglosajón en los últimos tiempos. El segundo
es una joyita titulada In a little while, en la que The Edge
y Daniel Lanois entretejen guitarras mientras Bono desgarra su voz.
Esos dos acorazados, más el aire Achtung baby de Kite
y Elevation, la inconfundible melodía-Edge de Walk
on, la serena belleza de Peace on Earth alcanzan para
anular el efecto de algún track más discutible, como el
excesivamente naïf Wild honey y la no muy convincente
oda a la Gran Manzana de New York. En todas, sin embargo,
se consigue el mismo efecto: para U2 debe haber sido todo un esfuerzo
despojarse de todas sus mochilas (y no es casual que haya convocado a
la dupla Lanois/Brian Eno), pero ese esfuerzo no se traduce en una tirantez
de cincuenta minutos, la penosa experiencia de escuchar a una banda que
viene de escucharse mucho a sí misma. Bono, Edge, Mullen y Clayton
transmiten un agradable clima de relajación, consiguen el propósito
de tirar abajo las grandes marquesinas del ZOO TV y el Pop Mart Tour y
ser simplemente un grupo tocando. Un grupo que, en el arte del disco y
a través del foco fiel de Anton Corbijn, se muestra en la asepsia
blanco y negro del aeropuerto Charles de Gaulle, ligeros de equipaje,
abandonando lugares. Conscientes de que todo puede dejarse atrás
menos lo que se lleva consigo, U2 lleva consigo a U2. Y a poco de comenzar
All that you cant leave behind canta que las noches que llenaste
con fuegos artificiales te dejaron vacío. Con la autoridad
de los pelos y mañas del buen veterano, el cuarteto supo llenar
bien ese vacío. Y esta vez las canciones hablan por ellos.
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