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JEAN-LUIS TRINTIGNANT DIRIGIRA “POTESTAD”
Una de apropiadores

El astro francés anunció ayer en Madrid que en agosto montará en París la conmocionante obra de Tato Pavlovsky. Ya la interpretó, como actor.

Por Carlos Polimeni

El extraordinario actor francés Jean-Louis Trintignant anunció ayer en Madrid que el año que viene dirigirá en París una puesta de la obra teatral Potestad, del argentino Eduardo “Tato” Pavlovsky. Potestad es una de las obras más impresionantes, entre todas las posibles, sobre la problemática de los derechos humanos: refleja el dolor y la desesperación de un médico apropiador de menores durante la dictadura militar 1976-1983, al que ya en democracia la Justicia le “saca” su “hija”, para devolvérsela a sus familiares biológicos. Pavlovsky eligió contar la historia haciendo hincapié en la patología del apropiador, de ahí el tono inevitablemente desestabilizador de su creación. Trintignant, que está en España presentado su versión de El vals de los adioses, una reflexión de Louis Aragon sobre la vida y la muerte, ya interpretó en Los Angeles y Avignon la obra del argentino, al que conoce personalmente. Ahora, Trintignant, que afirma que ya no volverá al cine, dirigirá en Potestad a un actor de la televisión francesa, según le comentó a Pavlovsky cuando se encontraron por última vez. La versión francesa de Potestad (Puissance paternelle) es del realizador Paul Verdier. Trintignant trabajó en ella en 1992 acompañado por la actriz Marie-Anne Hoepfner.
Pavlovsky destaca la humildad de Trintignat, al recordar una anécdota previa al debut de éste con la obra en Los Angeles, cuando lo llamó por teléfono a México, pidiéndole por favor un encuentro 24 horas antes del estreno. “A su pedido, yo le hice una función privada de mi propia puesta de Potestad”. El se quedó un poco cortado. Me dijo: “Esta es otra obra”. Es que mientras su actuación se concretaba en el marco del estilo representativo clásico de los franceses, buena dicción, gran impostación, la mía era... exasperada. Yo hacía un personaje de una intensidad enorme, que no sabía si después de los parlamentos se iba a matar. Le expliqué que debía entender la diferencia de una puesta latinoamericana y una europea. Me impactó su humildad. Lo vi como un hombre tremendamente simple, muy poco divo, interesado de modo muy vital en la temática de los derechos humanos en la Argentina”. Trintignant, uno de los actores más importantes de la historia del cine europeo, fue el narrador de un documental sobre el Che Guevara, del suizo Richard Dindo, estrenado hace dos temporadas aquí.
Este punto es central en Potestad, que Pavlovsky estrenó en Buenos Aires en 1985, en la época del juicio a las juntas. La obra, como otras suyas -El señor Galíndez y El señor Laforgue– enfoca el problema de la represión y la tortura desde la óptica del represor. Es decir, es una pieza sobre la patología de los victimarios, en cuya concepción influye la larga relación del autor con el psicoanálisis y la psiquiatría. La patología de los represores que además de torturar y secuestrar robaban bebés “no tiene antecedentes” en la historia de la humanidad. Ni siquiera los nazis pensaron en quedarse con los hijos de sus víctimas. Pavlovsky lo plantea así: “Hubo una vez un país, que era éste, en que los niños fueron un botín de guerra. Pero al lado de los represores asumidos hubo una “secta de hombres normales” que se dedicaban a adoptar hijos de militantes caídos durante la represión. Estos nuevos monstruos argentinos tenían una filosofía que era apoyada en forma cómplice por una gran masa civil. Potestad” nació como necesidad de hablar de este fenómeno. Su problemática, como está claro, tiene absoluta vigencia”.
Potestad, dice el autor, muestra “el sufrimiento de un médico de los servicios que, no pudiendo concebir un hijo con su pareja, había raptado una niña en un operativo, al que acudió para certificar la muerte de sus padres. Se llevó a la niña a su hogar con alborozo y alegría, para ofrecérsela a su mujer María Ana, a la que hizo jurar que nunca hablará del origen. Más tarde, durante la democracia, las fuerzas legales y las organizaciones de derechos humanos restituyen a la niña robada a sufamilia de origen. Lo que se ve durante gran parte de la obra es el tremendo dolor del médico represor y raptor por la restitución de su “supuesta” hija a la familia de origen. La actuación del argentino que sorprendió al francés juega con la disociación del hombre que fue capaz de robarse a una niña y mentirle su origen, pero se quiebra, porque lo quiere, cuando se lo sacan. Es que su patología lo lleva a creerse que es el padre real. “Para evitar estereotipos, tuve que saber cómo identificarme incluso con los sentimientos tiernos de esos ladrones de niños. Porque es la ambigüedad del represor lo que más me interesa”.

 

 

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