Por Carlos Polimeni
El extraordinario actor francés
Jean-Louis Trintignant anunció ayer en Madrid que el año
que viene dirigirá en París una puesta de la obra teatral
Potestad, del argentino Eduardo Tato Pavlovsky. Potestad es
una de las obras más impresionantes, entre todas las posibles,
sobre la problemática de los derechos humanos: refleja el dolor
y la desesperación de un médico apropiador de menores durante
la dictadura militar 1976-1983, al que ya en democracia la Justicia le
saca su hija, para devolvérsela a sus familiares
biológicos. Pavlovsky eligió contar la historia haciendo
hincapié en la patología del apropiador, de ahí el
tono inevitablemente desestabilizador de su creación. Trintignant,
que está en España presentado su versión de El vals
de los adioses, una reflexión de Louis Aragon sobre la vida y la
muerte, ya interpretó en Los Angeles y Avignon la obra del argentino,
al que conoce personalmente. Ahora, Trintignant, que afirma que ya no
volverá al cine, dirigirá en Potestad a un actor de la televisión
francesa, según le comentó a Pavlovsky cuando se encontraron
por última vez. La versión francesa de Potestad (Puissance
paternelle) es del realizador Paul Verdier. Trintignant trabajó
en ella en 1992 acompañado por la actriz Marie-Anne Hoepfner.
Pavlovsky destaca la humildad de Trintignat, al recordar una anécdota
previa al debut de éste con la obra en Los Angeles, cuando lo llamó
por teléfono a México, pidiéndole por favor un encuentro
24 horas antes del estreno. A su pedido, yo le hice una función
privada de mi propia puesta de Potestad. El se quedó un poco
cortado. Me dijo: Esta es otra obra. Es que mientras su actuación
se concretaba en el marco del estilo representativo clásico de
los franceses, buena dicción, gran impostación, la mía
era... exasperada. Yo hacía un personaje de una intensidad enorme,
que no sabía si después de los parlamentos se iba a matar.
Le expliqué que debía entender la diferencia de una puesta
latinoamericana y una europea. Me impactó su humildad. Lo vi como
un hombre tremendamente simple, muy poco divo, interesado de modo muy
vital en la temática de los derechos humanos en la Argentina.
Trintignant, uno de los actores más importantes de la historia
del cine europeo, fue el narrador de un documental sobre el Che Guevara,
del suizo Richard Dindo, estrenado hace dos temporadas aquí.
Este punto es central en Potestad, que Pavlovsky estrenó en Buenos
Aires en 1985, en la época del juicio a las juntas. La obra, como
otras suyas -El señor Galíndez y El señor Laforgue
enfoca el problema de la represión y la tortura desde la óptica
del represor. Es decir, es una pieza sobre la patología de los
victimarios, en cuya concepción influye la larga relación
del autor con el psicoanálisis y la psiquiatría. La patología
de los represores que además de torturar y secuestrar robaban bebés
no tiene antecedentes en la historia de la humanidad. Ni siquiera
los nazis pensaron en quedarse con los hijos de sus víctimas. Pavlovsky
lo plantea así: Hubo una vez un país, que era éste,
en que los niños fueron un botín de guerra. Pero al lado
de los represores asumidos hubo una secta de hombres normales
que se dedicaban a adoptar hijos de militantes caídos durante la
represión. Estos nuevos monstruos argentinos tenían una
filosofía que era apoyada en forma cómplice por una gran
masa civil. Potestad nació como necesidad de hablar de este
fenómeno. Su problemática, como está claro, tiene
absoluta vigencia.
Potestad, dice el autor, muestra el sufrimiento de un médico
de los servicios que, no pudiendo concebir un hijo con su pareja, había
raptado una niña en un operativo, al que acudió para certificar
la muerte de sus padres. Se llevó a la niña a su hogar con
alborozo y alegría, para ofrecérsela a su mujer María
Ana, a la que hizo jurar que nunca hablará del origen. Más
tarde, durante la democracia, las fuerzas legales y las organizaciones
de derechos humanos restituyen a la niña robada a sufamilia de
origen. Lo que se ve durante gran parte de la obra es el tremendo dolor
del médico represor y raptor por la restitución de su supuesta
hija a la familia de origen. La actuación del argentino que sorprendió
al francés juega con la disociación del hombre que fue capaz
de robarse a una niña y mentirle su origen, pero se quiebra, porque
lo quiere, cuando se lo sacan. Es que su patología lo lleva a creerse
que es el padre real. Para evitar estereotipos, tuve que saber cómo
identificarme incluso con los sentimientos tiernos de esos ladrones de
niños. Porque es la ambigüedad del represor lo que más
me interesa.
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