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“BETTY, LA FEA”, LA NUEVA NOVELA DE TELEFE
No todo es una cara bonita

Lejos de los culebrones tradicionales, la novela colombiana combina crítica social y grotesco, poniendo como heroína a una mujer fea.

Ana María Orozco es la brillante protagonista de la tira.
“Betty, la fea” va de lunes a viernes a las 19.30 por Telefé.

Por Julián Gorodischer

En una de sus escenas más potentes, “Betty, la fea” mira a la linda que compite con ella por el mismo puesto de secretaria. Relajada, la rubia admite su inexperiencia, su mera condición de “cara bonita”, mientras Betty enumera sus logros académicos. “Otra vez me ganó una bonita”, dirá Betty a su confidente, también feo. Antes, la vio alejarse en un auto moderno, contenta, recibiendo piropos que nunca le estarían dedicados a una fea. Sobre esa dualidad (fama y belleza versus fealdad y anonimato) se estructura la trama de esta recién estrenada y revulsiva novela de Telefé (que se emite de lunes a viernes a las 19.30). A la fea le corresponde observar la vida de los otros: una fiesta relatada en una revista frívola, un romance ajeno, ascensos que implican su propio desplazamiento.
Aquí la fea no es, sin embargo, una heroína trágica. Betty (la genial Ana María Orozco) cree que vale la pena insistir: tiene una tesis “laureada” en economía, el mejor promedio, experiencia en un banco de renombre, y va por más. Le gusta estar viva, de eso no cabe duda. El problema que le ocasiona su fealdad no es del orden del amor propio: es meramente funcional a la realización que pretende para su vida. En la intimidad, incluso bromea: “Mi padre cree que alguien va a propasarse conmigo. No se ha dado cuenta de que tiene una hija fea”. Y estalla en una carcajada. El tono, en cambio, no es gracioso cuando la máscara provoca la pérdida del trabajo que buscaba, la soltería...
La novela –escrita por el guionista de “Café con aroma de mujer”, otra novela colombiana que se aparta de la estructura de los culebrones tradicionales– extrema todos sus trazos: en realidad Betty no es fea; es monstruosa. Un flash back la muestra naciendo (la enfermera emite un grito de espanto), en el jardín de infantes (un compañero llora al verla), en la calle (confundida frente a un piropo que le dedicaban a otra). El argumento es despiadado: la cámara elige, muchas veces, el plano subjetivo. Betty camina y recibe las expresiones que aparecen en pantalla: todas ellas de horror ante el defecto, los gruesos anteojos, la barba incipiente, el flequillo pegajoso y renegrido, la ropa pasada de moda. La protagonista pasó por 16 entrevistas truncas en busca de un trabajo, y sólo le queda aspirar a secretaria. Finalmente logra desplazar a “la bonita” (como se enuncian a las rivales) por orden del jefe máximo, pero estará destinada a un reservado sólo apto para feas.
La innovación de la novela aparece cuando la “injusticia” no es vivida como ocaso. Ser fea no es, aquí, sinónimo de ser “pobre”, o ser “mucama” (entre otros arquetipos de telenovela). Ella apela a las estrategias de los débiles, que aquí siempre son los más bajos en la escala estética (tal vez porque la historia transcurre en una empresa de modas). No se encierra a llorar su mala suerte ni su destino de horrible en los rincones. No hace ningún esfuerzo para adaptarse al canon de la compañía: el día de su entrevista se viste más fea que nunca, como si algo en ella buscase despertar el gemido de asco de Don Armando, su futuro y apuesto jefe. Ese énfasis que pone Betty en afearse parece casi un grito para diferenciarse, destacarse del resto pero por cualidad negativa.”Betty, la fea” tiene lo mejor que se le puede pedir a una historia: un universo propio. No hay ninguna pretensión realista en ese mundo en el que todo se evalúa de acuerdo con el nivel de belleza. “¿Es más fea que usted?”, pregunta Armando, presidente de la compañía, al selector de personal. Es lo único que importa. Los ricos son bellos y por eso salen en las revistas. Los anónimos son feos, y por eso no hicieron nada de sus vidas. Un simple par de opuestos que refuerza el grotesco y la crítica social. Un esquema de clases excluyentes que Betty tratará de revertir, a lo largo de la tira, pero nunca pasándose al bando de los lindos. Es su dignidad como fea la que está en juego.

 

 

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