Desde
la pantalla
Por Luis Bruschtein
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En las películas bizarras de terror de los 50 como La mancha voraz,
King Kong y las viejas de Godzilla u otra de un pulpo gigante que tenía
un tentáculo de sesenta metros, había una escena que se
repetía: los habitantes de una ciudad miraban con espanto congelado
hacia arriba, donde aparecían los monstruos, ¡OoOoooh!, ¡AaAaaah!,
las mujeres huían a los tropezones, abandonaban carritos de bebés;
los autos chocaban y los niños lloraban.
Hace unos días los intereses interbancarios llegaron al 23 por
ciento anual; la Bolsa bajó; una calificadora de riesgo le puso
negativo al país y Buenos Aires parecía el escenario de
una de esas películas de terror. No hay salida, estamos acorralados,
que nadie abra la boca, que no hagan olas, quedémonos quietos,
como si no existiéramos, cerremos los ojos y encojámonos.
El país tuvo los huevos de moñito, como quien dice.
Después de una semana, los intereses bajaron; el FMI prometió
plata; el monstruo pasó. La gente quedó temblando por la
conmoción; varios estuvieron al borde del suicidio; otros salieron
de la histeria con una úlcera o con el matrimonio destruido; los
cardíacos fueron asistidos. Mucha gente creyó que se arruinaba;
otros que nunca más conseguirían trabajo; hubo los que se
asustaron y perdieron la oportunidad de comprar su casa o abrir un negocio.
Muchos ni siquiera fueron al médico para no gastar. Y miles maldijeron
la identidad nacional y pensaron en irse a los Estados Unidos, a Italia
o España.
Parece gracioso, pero no lo es. Ni siquiera es exagerado, porque el tipo
que tiene unos pocos pesos y un trabajo inestable lo vivió así,
como si lo hubieran metido en un lavarropa. Alguien dijo al borde
del precipicio, el Presidente habló por cadena para tranquilizar
a los mercados. Les echaron la culpa a los piqueteros, a los sindicalistas
combativos, a los que no quieren aprobar el presupuesto y a los que no
entienden la globalidad ni el humor de los mercados y ahora cualquier
cosa que hagan para tranquilizar a la bestia está bien.
Hay que acabar con los que irritan a la bestia y mantenerla tranquila
con sacrificios. Una doncella virgen todas las semanas decían los
cuentos de dragones. Y ahora les toca a las jubilaciones. Hay que trabajar
para sobrevivir, pero sobre todo para alimentar a la bestia. La Argentina
es como esas aldeas que esperaban la llegada de Hércules que arreglaba
todo de un trompazo y a otra cosa. Todo el mundo con la cola entre las
patas porque si no viene la calificadora y te bocha, vienen los intereses
y te matan, vienen los mercados y te quedaste sin trabajo, viene la recesión
y se va todo al carajo. En la Argentina, el mejor negocio es el miedo.
La oposición y el oficialismo hacen política con el miedo,
con el propio y con el ajeno, y se hacen grandes fortunas con el miedo.
Lo más loco de todo es que la excusa del cataclismo fue la inestabilidad
política, en un país que tiene casi 20 años
de estabilidad democrática, el período más largo
de toda su historia, donde no hay asonadas ni perspectivas de golpes militares,
donde ni hay una izquierda fuerte y el gremialismo está dividido
y debilitado y donde todos los partidos con fuerza electoral se proclaman
continuadores de la misma estrategia económica y donde desde hace
mucho se pagan religiosamente todas las deudas. Se puede ir el Presidente,
el vice y los que quieran y cualquier reemplazo dejaría las cosas
como están. Calificaron negativo al riesgo-país, cuando
las grandes transnacionales y los fondos de pensión a los que asesoran
han conseguido las rentabilidades más altas del mundo con las empresas
privatizadas y concesionadas, desde los teléfonos, hasta el gas,
las autopistas y el petróleo.
Más que riesgo-país, esto ha sido una fiesta-país
para esos inversionistas. Y sin embargo parece que fuera el peor de todos,
en una semana los intereses suben y bajan como los de una republiqueta,
la Bolsa se viene abajo por un comentario de café de un ex presidente
y la calificación se hace depender de la forma en que se apruebe
el Presupuesto. No es serio, no es la globalidad ni funcionamiento genuino
de los mercados. La bestia se dio cuenta de que hay miedo y va por más.
En aquellas viejas películas clase Z, las escenas de
terror daban risa, en parte porque eran muy truchas, pero en parte también,
porque uno estaba del otro lado, en las butacas de la sala. Pero en esta
película, uno está en la pantalla y siente que del otro
lado hay alguien que se está muriendo de la risa.
REP
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