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Timerman, el debate

En el acto de presentación del libro �Preso sin nombre, celda sin número�, escrito por Jacobo Timerman para denunciar la represión ilegal, se inició un debate sobre el carácter de las diferentes �líneas� dentro de la dictadura, del que dio cuenta el domingo pasado este diario en una nota de Martín Granovsky. Los protagonistas fueron en ese momento Mariano Grondona, Luis Moreno Ocampo y Horacio Verbitsky. Las siguientes opiniones profundizan la polémica.

Por Horacio Verbitsky.
Walsh y Timerman

Walsh nunca escribió su presunta “carta terrible” a Timerman. Por el testimonio de Lilia Ferreyra, su mujer, conocemos que empezó un borrador. Pero también que lo interrumpió para trabajar en otros textos que le parecían más urgentes. Sólo alcanzó a terminar dos. La “Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar” llegó a distribuirla el mismo día de su muerte. La “Carta a mis Amigos” se divulgó muchos años después, por dos vías. Secuestrados en la ESMA, sacaron al exterior el ejemplar que los marinos robaron de la casa de Walsh en San Vicente, y Lilia había conservado una copia, que se llevó escondida entre la ropa cuando salió del país, en 1978. Además, Rodolfo escribió en su diario una breve carta a su hija María Victoria después de escuchar la noticia de su muerte. Esas líneas, donde dice que el cementerio verdadero es la memoria, se conocieron gracias a la ex detenida–desaparecida Lila Pastoriza, que se las llevó de la ESMA cuando la pusieron en libertad. Walsh también tenía casi lista una carta al coronel que condujo el operativo para que “sepa quién era la joven de 26 años que ustedes mataron”, según el recuerdo de Lilia, pero ese texto nunca se conoció.
En síntesis: la carta a Timerman no pudo ser silenciada porque nunca existió, y sobre su borrador sólo es posible abrir conjeturas. Donde sí hay una mención, que debe haber motivado el error de Ferrari, es en la “Carta a mis Amigos”. Lejos de perderse en el silencio, tuvo una amplia difusión. Ahí dice que Vicky Walsh despreciaba al director de La Opinión. Ni era ése uno de los sentimientos más ásperos de la época ni es claro qué sentido tendría su repetición eterna cada vez que se menciona a Timerman.
El 24 de marzo de 1977, mientras Walsh terminaba su Carta Abierta a la Junta Militar, La Opinión publicaba el suplemento “El silencio de los políticos”, donde se desarrolla la primera parte de la paradoja que Ferrari menciona. Su pieza fuerte era un reportaje a Raúl Alfonsín, quien encomiaba la sobriedad de Videla en materia de derechos humanos y proponía una reforma constitucional con lista única acordada entre políticos y militares para aplicar el programa de las Fuerzas Armadas golpistas, con presidente militar y primer ministro civil. En artículos y libros exhumé ese suplemento y recordé que Timerman se había ofrecido para defender ante el Congreso de los Estados Unidos el record represivo de la Junta. Lo dije cuando había que decirlo y eso motivó un distanciamiento de muchos años entre nosotros. Pero no comparto la óptica reduccionista de Ferrari, ante una personalidad tan contradictoria como la de Timerman.
Estuvo entre los muchos que apoyaron el golpe porque pensaban que establecería la legalidad de la represión, pero entre los pocos que la exigieron al advertir que no regía. No es cierto que haya alentado la clandestinidad represiva, ni siquiera que la hubiera consentido en silencio. Antes de su secuestro, el diario fue clausurado por cuestionarla, reproduciendo el artículo de un sacerdote y publicando los recursos de hábeas corpus por los desaparecidos. Creyó que era posible predicar un método distinto sin ser tratado como enemigo y le demostraron su equivocación a golpes.
Lucido, coherente y riguroso como pocos, Walsh fue el principal héroe de la resistencia interna. No creo que la admiración por su actitud y su obra imponga ignorar que el otro documento contemporáneo de la dictadura que resistirá el paso del tiempo es “Preso sin nombre, celda sin número”, que su prosa también es admirable y profunda, y que Timerman se constituyó en el más eficaz denunciante fuera del país de la Junta a la que al principio había apoyado. No tengo la misma certeza que Ferrari acerca de qué hubiera pensado Walsh del Timerman que lo sobrevivió más de veinte años. Sólo sospecho que no hubiera limitado su juicio a un solo momento de una trayectoria que fue cualquier cosa menos lineal. Tampoco entiendo por qué sería objetable asistir entre el público llano a la presentación del libro de Timerman y no lo sería el haberse desempeñado, como Ferrari, en altos cargos oficiales del gobierno de Alfonsín, que en 1977 sólo pensaba en compartir el poder con Videla. La prueba está en el suplemento editado por Timerman.
Grondona intentó usar la presentación para mimetizarse con Timerman. Es posible que lo hubiera logrado, de no haber incurrido en la enormidad de reivindicar una vez más a Videla y Viola, un cuarto de siglo más tarde y en el homenaje a una de sus víctimas. Ferrari le regala ahora ese premio mayor que la audiencia le negó.

Por Alberto Ferrari Etcheberry *.
Timerman y el Jordán

Por qué se le otorga a Jacobo Timerman (JT) el derecho a cruzar el Jordán y a Mariano Grondona no, parece ser la síntesis del conflicto, que Martín Granovsky apenas pergeñó en su nota del último domingo, de la presentación de Preso sin nombre, celda sin número.
Los últimos ejemplares de La Opinión de JT son un testimonio de la tesis –no de la conducta– de quienes apostaban a una partidización de la dictadura –no del terrorismo de Estado–, quizás agregando presos con nombre y celdas con número, aunque “pagando el precio” de silenciar a los miles que ya personificaban el incremento semántico: desaparecidos. Esa tesis la compartían Hidalgo Solá, Américo Ghioldi, Moyano, desde la función pública; JT desde la específica tribuna de esta doctrina, La Opinión.
Recuerdo que en el primer aniversario del golpe, en el programa especial de la televisión española, los fervientes oficialistas en la línea de “esto no es Pinochet” fueron Ricardo Balbín y Fernando Nadra. Fue cierto: el Proceso le ganó lejos a Pinochet en la incorporación de nueva tecnología en la represión y en la destrucción de la red social y productiva. Por esos mismos días madrileños, la sencillez de Atahualpa Yupanqui interrumpía un recital, también televisivo, desnudando la situación argentina.
Paradoja: JT fue víctima de lo que legitimaba. Este es el punto de partida de toda valoración no cretina. Luego podrá reconocerse que no fue original y que lo justificaba el ejemplo histórico. Porque, con especificidades, claro está, siempre había sido así: desde el ‘30. Primero los duros limpiando el terreno y luego los pacificadores liberales abriendo el camino de la “institucionalización”. Uriburu, Ramírez, Lonardi, Onganía vs. Justo, Farrell (¿o Perón?), Aramburu, Lanusse. JT fue víctima de su propia tesis: el terrorismo de Estado cebaba y cegaba. Para JT esa función de legitimador de la espada le venía desde la época de analista político mimado de La Razón, cuando su conducción estaba en manos del servicio de inteligencia del Ejército. ¿O no es así?
La diferencia es el antes y el después de ser preso sin nombre, Jordán que en todo caso indulta, pero no amnistía. Grondona siguió siendo hasta el final un hombre del terrorismo de Estado, y de sus anexos doctrinarios y financieros. Quizás los dos se contaron entre los intelectuales que pontificaban ante los que ponían la cara, los voltios y los vuelos clandestinos, que la sociedad argentina no estaba preparada para afrontar una represión de frente march, legal, y que la salvación de la patria exigía el coraje de la clandestinidad, como justificó algún fraile. A fin de cuentas, un pasito más adelante en la tradicional manifestación del ser nacional: si hay miseria, que no se note. Tal vez un convencimiento similar debe haber llevado a JT a prohibir en La Opinión el homenaje que sus compañeros quisieron rendirle a la hija de Rodolfo Walsh, muerta en un enfrentamiento, y que motivó una carta terrible de Walsh a JT; hecho y carta que no entiendo por qué Horacio Verbitsky, convertido en el albacea de Walsh, silencia hasta el extremo de participar en un festejo que, sin duda, a Walsh no le hubiera gustado.
Han pasado muchos años. Sólo en esta Argentina, en retroceso un cuarto de siglo, parece ayer. Cuando cayó Perón, la revolución del ‘30 era materia de la historia, pero un homenaje a Botana –precursor con Crítica en el golpe septembrino del papel jugado por JT más tarde– no hubiera logrado la adhesión de las víctimas de Uriburu y del comisario Lugones. ¿Hubiera estado Walsh en este homenaje a JT? Pregunta y respuesta que no tienen importancia. Lo que vale es que se siga distorsionando la historia.

* Ex subsecretario de Asuntos Latinoamericanos del gobierno de Alfonsín.

 

 

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