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LOS ASALTANTES ACRIBILLARON A UN POLICIA E HIRIERON A OTROS DOS
Robo, balas y muerte en una confitería

Con inusual violencia, cuatro personas asaltaron Selquet, en Figueroa Alcorta y La Pampa. Un policía de civil que custodiaba a un empresario los corrió y lo balearon. Otros dos policías se acercaron: uno fue acribillado y murió en el acto. El otro está herido.

Cuando el policía de civil salió tras los ladrones empezó una impresionante balacera.

Por Horacio Cecchi

Una banda de al menos cuatro delincuentes, con un nivel de violencia inusitado, asaltó ayer la confitería Selquet, en La Pampa y Figueroa Alcorta, y huyó con algo más de 300 pesos en una camioneta 4 x 4, después de dar muerte a un policía y herir gravemente a otros dos. El hecho presenta matices oscuros que hacen difícil explicarlo como un simple robo: la esquina cuenta con presencia policial porque se trata de una zona de alto poder adquisitivo, y porque hace poco más de un mes, a sólo 100 metros del lugar se produjo el sangriento asalto de Aguas Argentinas. Por otro lado, a esa hora había menos de una docena de clientes que, además, suelen usar tarjeta de crédito. De todos modos, la principal hipótesis de los investigadores es el robo al voleo. Otra curiosidad del caso, un detalle que en principio no alcanza para sostener una hipótesis, es que, casualmente, entre la clientela del lugar se encontraba un importante empresario con custodia. Precisamente el custodio es uno de los policías que resultó herido.
Eran las cuatro menos veinte de la tarde y el sargento primero Andrés Pascual Tamburella, consignado por la comisaría 51ª, se disponía a abandonar su guardia habitual. Caminó desde la esquina de La Pampa y Figueroa Alcorta, donde se encuentra la puerta de Selquet, hacia mitad de cuadra. Pared mediante, sobre la avenida, se encuentra el local bailable La Isla, seguido de la parrilla La Tranquera. El lugar tiene movimiento habitual al mediodía, especialmente la parrilla, y por la noche, cuando se agregan los habitués de La Isla, previo encuentro en la confitería de la esquina.
Pero a la tarde, a la hora en que el “Gordo” Tamburella –como lo conocían los vecinos– caminaba en dirección a la otra esquina, en Selquet había menos de una docena de clientes. La mayor parte de ellos, habituales cultores de la vida sana y el aerobic alrededor de los lagos de Palermo. Clientes de alto poder adquisitivo, pero que difícilmente lleven en sus joggins más que un billete y una tarjeta de crédito. Una de las mesas de Selquet estaba ocupada por un importante empresario que contaba con custodia: el suboficial Raúl Alvarez, del Servicio de Custodias de la Federal, de civil. “Está descartado que hayan apuntado contra el empresario. La custodia la tenía por orden de un juzgado por una denuncia por amenazas”, aseguró a este diario una alta fuente de la investigación.
Cuando el reloj pisaba las 15.40, Tamburella pisaba una baldosa junto a la puerta de La Isla, en el mismo momento en que se cruzaba con él el sargento primero retirado Pedro Noceda, también de la Federal y de civil, que venía de pedalear en bicicleta desde el lago de las Regatas de Palermo. Se detuvieron a conversar. Posiblemente, Tamburella comentara que el 30 de noviembre le tocaba el retiro definitivo, después de haber abandonado las filas policiales y volver a ser convocado el 17 de octubre del ‘98, para cumplir funciones en la 51ª. El sargento primero no tenía por qué imaginar que aquél sería su último paso.
Porque a esa hora, una 4 x 4 Cherokee se detenía junto a la vereda, sobre Figueroa Alcorta y frente a la puerta de Selquet. Dos o tres hombres –las declaraciones de los testigos en este sentido son confusas–, descendieron y entraron en la confitería.
“Estaban muy agresivos, no fue un asalto normal –dijo Alberto González, cajero de Selquet–. No había más de diez o doce clientes. Nos hicieron tirar a todos al piso y empezaron a exigir la plata a cada uno de los clientes. De la caja se llevaron lo poco que había, 300 pesos. Fue tan rápido todo que algunos ni se enteraron por qué se tenían que tirar al piso. Igual, a mi me pareció que duró un siglo. Mientras uno saqueaba la caja, el segundo, puede ser que acompañado por otro, se dedicaron a la clientela. Después empezaron los tiros. Fue un verdadero infierno. No sabíamos cómo escondernos”. Cuando no quedó un centavo en el local, los delincuentes escaparon. Tras de ellos salió corriendo Alvarez. “Uno de los asaltantes, que no dio la cara en el asalto, y que posiblemente haya ingresado por la puerta lateral, sobre la calle La Pampa, salió detrás de Alvarez y le disparó por la espalda”, confió a Página/12 una fuente de la investigación. El custodio recibió un impacto en el abdomen y dos en las piernas y se derrumbó en la escalinata de ingreso, entre los vidrios de la puerta destrozada.
Los disparos llamaron la atención de Tamburella y Noceda, pero ninguno alcanzó a reaccionar. El sargento uniformado recibió nueve balazos y murió en el acto. Noceda cayó con uno de sus hombros atravesado. Los asaltantes treparon inmediatamente a la Cherokee y huyeron hacia la General Paz. Poco después de las 18, el vehículo fue hallado al borde de Villa Loyola, en el partido de San Martín.
“La culpa la tienen los ciudadanos –denunció una mujer de anteojos y con un enorme cachorro de nombre Athos cargado en sus brazos–. Si no hay seguridad los impuestos no hay que pagarlos. Que lo paguen los políticos y se arreglen ellos con la deuda externa”. A su lado, un corrillo de vecinos, ciclistas y parrilleros, observaba los movimientos de los peritos policiales y de la fiscal Dora Olivieri, alrededor de las baldosas donde había caído Tamburella.
Pasadas las seis de la tarde, mientras se desarrollaba el operativo policial, que incluía varios patrulleros, una ambulancia, y motos, rodeaba la esquina de Selquet, desde una 4 x 4 verde, su conductor gritó: “¡Me están robando!”, y salió en persecución de un motociclista.
A cien metros del lugar, cruzando la avenida Alcorta, y sobre la puerta lateral de Aguas Argentinas, un grupo de familiares de las víctimas del asalto al blindado, ocurrido un mes y 14 días antes, levantaba sus carteles intentando concentrar la atención de las cámaras.

 

A metros de otro drama

El 2 de octubre pasado, a las 5 de la madrugada, la confitería Selquet fue testigo mudo de un sangriento y oscuro intento de asalto de un grupo comando, que atacó a un blindado dentro de la planta que la empresa Aguas Argentinas posee en Figueroa Alcorta, a apenas cien metros de allí: un empleado de una vcontratista de la concesionaria tomado como rehén, dos custodios del blindado, un policía y un delincuente murieron. Dos de ellos en condiciones más que dudosas.
El cuerpo del rehén Rubén Maciel apareció sugestivamente corrido de su lugar, en dos momentos diferentes después del hecho, imágenes que fueron documentadas por medios televisivos y fotógrafos. La banda, integrada por once miembros, aguardó al blindado de Juncadella que aportaba fondos al cajero interno de Aguas Argentinas. Como el chofer no abrió la puerta, los asaltantes tiraron con armamento pesado contra el vehículo. Dos custodios murieron. De los cuatro asaltantes que se encontraban en la planta, dos salieron vestidos como empleados. Otro saltó el paredón hacia Lugones. El cuarto, Díaz Roldán murió al tirotearse con la policía, aún dentro de la planta, cinco horas después. En ese tiroteo, también murió Maciel.
Ayer, cuando las balas volvieron a oírse en el lugar, familiares y amigos de Maciel hacían un acto en el lugar en reclamo del esclarecimiento de ese hecho, aún oscuro.

 

SON SEIS LOS MUERTOS TRAS EL MOTIN DE SANTA FE
El horror en una comisaría

El saldo del drama creció: ya son seis las personas muertas por el motín desencadenado el miércoles tras un fallido intento de fuga de un grupo de presos en una comisaría de Villa Gobernador Gálvez, en la provincia de Santa Fe. Ayer fallecieron tres detenidos más en el Hospital de Urgencia Clemente Alvarez, donde estaban internados por quemaduras graves, y todavía hay cuatro en grave estado, en terapia intensiva. Aún están en un mar de dudas las verdaderas causas por las que se originó la revuelta. Los familiares de las víctimas y los reclusos sobrevivientes aseguraron que el motín se inició para frenar la dura represión policial desatada frente al intento de fuga. La versión oficial indica, por el contrario, que los presos prendieron fuego colchones y mantas al no poder escapar.
El ministro de Gobierno de Santa Fe, Angel Baltuzzi, salió al cruce de la polémica instalada y afirmó que “hubiese preferido una evasión y no muertos”. Más allá de las incógnitas sobre los motivos que derivaron en la trágica revuelta, las autoridades admitieron que el penal de la seccional 25ª tenía capacidad para albergar a 12 reclusos y no a los 33 que se encontraban detenidos en el momento del motín.
La situación de hacinamiento denunciada por Página/12 en cárceles y comisarías de la provincia de Buenos aires parece caberle también a Santa Fe. El propio Baltuzzi reconoció que la situación carcelaria en esa provincia no es óptima: “Tenemos un retraso y contamos con 1100 presos alojados sólo en comisarías de Rosario”, admitió el funcionario.
Todo había comenzado el miércoles por la tarde en la comisaría 25ª de Pueblo Nuevo, cuando un ex detenido que había ido a retirar sus pertenencias descubrió a un grupo de reclusos que limaban los barrotes de una celda intentando escapar y advirtió a los guardias.
A partir de allí nada queda claro. Según el informe oficial dado a conocer por la policía rosarina, “en ese momento los presos originaron un gran incendio del que emanaba un humo tóxico. El personal policial se abocó a sofocar el fuego, a abrir las puertas del penal y a auxiliar con la premura del caso a los internos”. La reconstrucción del hecho ofrecida por los reclusos ilesos no concuerda con ésta. Ellos insisten en que la rebelión comenzó a partir de la represión de los uniformados. En el comunicado de la policía se reconoce que “el personal efectuó disparos con una escopeta provista con cartuchos antimotines para disuadir a los internos”. Lo cierto es que las celdas de la comisaría se convirtieron en una trampa mortal y tres detenidos murieron en el acto. Por el fuego y también por la toxicidad del humo que despide la gomaespuma encendida, que afecta gravemente las vías respiratorias. Desde que comenzó el motín los policías cercaron el perímetro “para evitar una fuga masiva” a la espera de los bomberos y las ambulancias, según intentó explicar uno de los jefes policiales. Al mismo tiempo, familiares de los presos se acercaron a la seccional para saber qué era lo que estaba pasando.
Si bien el subsecretario de Seguridad de Santa Fe, Enrique Alvarez, también desestimó la responsabilidad de los policías por los seis muertos, afirmando que ellos “tienen la directiva específica de privilegiar siempre el valor de la vida”, luego dejó un resquicio: “Esto es lo que venimos haciendo más allá de este caso en particular”, intentó atajarse el funcionario. Igual desacreditó otras versiones: “Yo no puedo dar fe de lo que digan los detenidos o los familiares de los presos”, sentenció Alvarez. Mientras tanto, familiares de los reclusos fallecidos y heridos cortaron una calle de la ciudad en reclamo de justicia.

 

 

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