Del
�pueblo� a �la gente�
Por José Pablo Feinmann
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En 1997 escribí una obra teatral acerca de Ernesto Guevara. Su
planteo no era complejo por esas cosas de la ficción, un becario
Guggenheim visita al Che en la escuelita de La Higuera, durante la última
noche de su vida, dieciocho horas antes de su fusilamiento. El becario
es un hombre de fin de siglo, de modo que conoce muchas cosas que el Che
ignora. Comprensible y hasta previsiblemente, esto despierta la curiosidad
del condenado a morir, quien le reclama verdades acerca del futuro. El
becario le dice que se utiliza mucho la palabra utopía.
El Che le dice que no se usaba esa palabra en sus tiempos, aunque concluye
podría aceptarla. El becario responde: No la acepte tan fácilmente.
Hoy se dice utopía para no decir revolución. Se dice progresismo
para no decir izquierda. Y sobre todo se dice la gente para no decir el
pueblo. Utopía, progresismo y la gente son las versiones light
de revolución, izquierda y pueblo. Guevara dice: Carajo,
¿tan mal está todo? Así que... ¿se acabó
el pueblo?. El becario dice: Ahora se le dice la gente.
Curioso ¿cómo no curiosear sobre el futuro cuando
uno está a punto de no entrar en él?, Guevara pregunta:
¿Y la clase obrera?. El becario responde: Vendría
a estar dentro de la gente. Y añade: Aunque
claro, clase obrera, lo que se dice clase obrera... cada vez hay menos.
Los escritores que escriben mucho incurren en la desprolijidad de citarse
a sí mismos. Lo siento, pero voy a citar largamente un texto que
publiqué hace tres o cuatro años en Página/30. Fue
en pleno menemismo y decía así: Si los tres pilares
del pueblo peronista eran el trabajo, la protección sindical y
social y la vivienda, el menemismo le quitó todo eso. Acabó,
así, con el pueblo peronista. Lo que ahora existe no es pueblo
ni es peronista. Es una creciente masa de desesperados, que no esperan
nada del Estado y que saben que los sindicatos no lucharán por
ellos porque como el gobierno es peronista los sindicatos,
como buenos sindicatos peronistas, le están subordinados.
Interesa notar cómo los sindicatos peronistas hacen política
partidaria. El texto anterior es expresión de la casi imposibilidad
de las huelgas durante la administración Menem. Ahora que el gobierno
no es peronista, otra vez los sindicatos peronistas se unen a los reclamos
populares. ¿Cuánto durará esto? No sería exagerado
conjeturar que durará hasta que otra vez el gobierno
sea peronista. O sea, durará poco, ya que la administración
De la Rúa ha ejemplificado como pocas una máxima de Perón:
No es que nosotros hayamos sido buenos, sino que los que vinieron
después fueron peores. Con esta frase, Perón explicaba
el ardiente deseo popular de su retorno al poder luego de 1955. Con ella,
el peronismo de hoy podría explicar por qué todos los hechos
parecieran confluir en la inevitabilidad de su retorno al gobierno.
Sigo con mi texto de Página/30: La muerte del populismo ha
arrojado las sombras del desprestigio sobre el concepto de pueblo. Ya
nadie dice pueblo. Cautelosa, pudorosamente, se dice la sociedad. O se
dice la gente. Proponía, entonces algunas ligeras variaciones
sobre ciertas consignas de nuestra historia política. Hoy por ejemplo,
se diría:
La gente quiere saber de qué se trata.
Y los grandes del mundo responden a la gran gente argentina, salud.
Lo mejor que tenemos es la gente.
Yo haré lo que la gente quiera.
¡Perón, la gente te lo pide, queremos la cabeza de
Villar y Margaride!
Aserrín, aserrán, es la gente que se va.
Si ésta no es la gente, ¿la gente dónde está?
La gente unida jamás será vencida.
Se equivoca el becario cuando le dice al Che que la clase obrera vendría
a estar dentro de la gente. No, la clase obrera no es
la gente, ni siquiera el pueblo. En este país el que solía
ser nuestro, las cosas fueron así:
Clase obrera: Forma parte inalienable del aparato productivo. Su mayor
arma de lucha es la huelga revolucionaria, que es eso, revolucionaria,
porque se propone el reemplazo de un sistema por otro. Su mayor expresión
se dio durante las huelgas en las fábricas Vasena y sufrió
la feroz represión que se recuerda como Semana Trágica.
Pueblo: El pueblo es el invento, la creación más genuina
del peronismo. El pueblo no quiere cambiar el sistema capitalista de producción.
Quiere ser parte del Estado de Bienestar, quiere gozar de sus beneficios,
ser protegido por él. Este es el pueblo peronista. En una clase
dictada en la Escuela Superior Peronista en 1951 (en la quinta clase),
Evita lo definió impecablemente: Los argentinos, en esta
hora incierta de la humanidad, tenemos el privilegio de soñar con
un destino mejor; ese privilegio se lo debemos a Perón. ¿Quién
en el mundo puede soñar? ¿Qué pueblo en el mundo,
en este momento, puede soñar con un futuro mejor? El mañana
se les presenta incierto... Y aquí, los argentinos están
pensando en su casita, en sus hijos, en que se van a comprar esto o aquello,
en que van a ir a veranear. Es que el nuestro es un pueblo feliz. Eso
sólo bastaría para que todo el bronce y el mármol
del mundo no nos alcanzara a los argentinos para erigir el monumento que
le debemos al general Perón.
En resumen el pueblo peronista (según Eva) piensa (están
pensando) en las siguientes cosas: 1) en su casita; 2) en sus hijos;
3) en comprar esto o aquello; 4) en ir a veranear.
Este es el pueblo. Forma parte del aparato productivo (son los trabajadores)
y sólo desean eso. Desean participar de los frutos del Estado de
Bienestar. A este pueblo se supo conquistar el peronismo (lo conquistó
porque lo creó) y a ese pueblo el mismo peronismo, en la década
del 90, expulsó a las desdichas de la desocupación. Creando,
no ya a los trabajadores, sino a los destrabajadores,
que son los desesperados piqueteros de hoy.
La gente: No es la clase obrera ni el pueblo. Es la clase media de la
Capital Federal. Hoy centra sus expectativas en Chacho Alvarez. No hay
político que diga tanto la gente como lo dice Chacho.
El sabe por qué, sabe quiénes lo siguen.
Los destrabajadores no son la clase obrera, ni el pueblo,
ni la gente. Son el producto del Estado de exclusión. Su acción
más genuina y temida (temida por el Poder y por la gente)
es el estallido social. La clase obrera hacía
huelgas que obedecían a un esquema racional de reemplazo de un
orden social por otro. El pueblo no hacía huelgas. Festejaba el
1º de Mayo como, precisamente, la fiesta del trabajo.
Hugo del Carril cantaba: Esta es la fiesta del trabajo/unidos por
el amor de Dios. La gente no hace huelgas ni festeja.
Solamente vota. Los destrabajadores cortan las rutas y están
a punto de saquear los supermercados, algo que todos calificarán
como estallido social y clamarán a la Gendarmería
el rigor necesario. Es notable y doloroso el trayecto que se ha cumplido.
Hemos pasado de la huelga superadora del orden establecido al estallido
social. Un estallido no supera nada, sólo estalla. Tampoco se propone
otra cosa. La desesperación alimenta el estallido. El destrabajo
también. Una huelga se hace desde una situación laboral.
Un estallido se hace desde la exclusión. Así las cosas,
la muerte del trabajo acabó con la clase obrera. La muerte del
Estado de Bienestar acabó con el pueblo. La muerte de la democracia,
la convertibilidad y el crédito acabarán con la gente. Y
sólo el estallido asoma en un horizonte temible al que no deberíamos
llegar.
REP
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