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PANORAMA POLITICO
Por J.M. Pasquini Durán

CONSULTAS

Hace apenas seis años, en 1994, con el acuerdo explícito de los partidos mayoritarios que hoy controlan los poderes Ejecutivo y Legislativo, fue promulgada la Constitución Nacional, ley suprema del Estado de derecho. Sin embargo, los que la corrigieron y la aprobaron, en el oficialismo y en la oposición, hoy en día la ignoran en sus discursos y en sus actos, como si la responsabilidad por la vigencia de sus mandatos fuera de exclusiva competencia de los jueces, cuyos fallos además suelen recibir el olímpico desdén de los otros dos poderes republicanos. Los que invocan la gobernabilidad, la seguridad jurídica, la estabilidad institucional y la supremacía de la ley aceptan sin chistar que las normas básicas de la sociedad sean letra muerta. De ese modo, fomentan las peores chances en contra de los propósitos que alegan a cada rato, reduciéndolos a pura retórica para justificar cualquier cosa. Cuando los mandatarios no son esclavos de la ley, sometidos al inescrupuloso pragmatismo de los mercaderes, el más fuerte somete al más débil a voluntad y cada ciudadano queda librado a conseguir lo que desea o necesita por sus propios medios, aunque sea con una pistola en la mano.
Alcanza con releer el famoso artículo 14 bis de la Constitución para encontrar la respuesta, por ejemplo, a la demoledora privatización del régimen de previsión. El mandato es tajante: “El Estado otorgará los beneficios de la seguridad social, que tendrá el carácter de integral e irrenunciable”. Es abrumador el número de derechos y garantías que han sido violados por las políticas públicas con el presumido afán de “tranquilizar a los mercados” o de “superar el déficit fiscal”, hasta el grado de convertir a la Carta Magna en un trasto inservible para el presente y en una ilusión pueril para el futuro. Para que la República Argentina no fuera una “simple asociación tácita e implícita”, Juan Bautista Alberdi reclamaba dos condiciones: “Un gobierno nacional y una Constitución general que le sirva de regla”. Esa ley, escribió el autor de las Bases, “es el código verdadero de los gobiernos bien intencionados” porque no es otra cosa que el reflejo de “la opinión general”. ¿Qué refleja mejor esa opinión general en la actualidad: la Constitución o los acuerdos con el FMI?
Olvidado de esas reglas, el Gobierno se bambolea entre presiones contradictorias, tratando de adaptarse al programa conservador, aunque sea a costa de repudiar el contrato con la sociedad que lo instaló en la Casa Rosada. El plenario de obispos católicos, hace una semana, analizó esa conducta en el cuadro general de situación y concluyó: “No podemos resignarnos a aceptar pasivamente la tiranía de lo económico que se ha instalado en todas partes. La tarea no debe reducirse a que las cuentas cierren para tranquilizar los mercados. No es suficiente hacer bien los deberes hacia afuera [...] Necesitamos lograr consensos que fortalezcan los lazos de pertenencia solidaria a la comunidad y proponernos algunas acciones que generen esperanza a todos. Necesitamos recobrar el valor de la palabra dada y el cumplimiento de los compromisos asumidos”.
De la Rúa se dio por notificado, en una breve carta de cuatro párrafos, de lo que llamó “singular aporte para la reflexión”, reconoció la indudable “deuda social” pero ahí mismo insistió en que la reactivación económica nacional “necesita de la confianza de los inversores”, de lo que podría deducirse que usa la comprensión de un modo muy selectivo para recibir el mensaje episcopal. La actitud evoca un cuento hereje sobre otros equívocos: “El flamante párroco estaba tan nervioso en su primer sermón que casi no pudo hablar. Pidió consejo al obispo, quien le sugirió que bebiera un poco de vodka diluido en agua para relajarse. Así lo hizo, pero rato después del segundo sermón recibió una nota del monseñor que decía: ‘Estimado padre: 1. La próxima vez tome sorbos en lugar de tragos. 2. Existen 10 Mandamientos no 12. 3. Fueron 12 Discípulos no 10. 4. No nos referimos a la Cruz como aquella ‘T’ grandota. 5. No mencionamos a nuestro Salvador Jesucristo y sus Apóstoles como JC y su Banda. 6. David derrotó a Goliat con una honda y una piedra, nunca le rompió el culo. 7. No calificamos a Judas como buchón y vendió a Jesús por 30 monedas de oro y no por dos lucas. 8. El Papa es sagrado no castrado y no lo llamamos El Padrino. 9. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son Papi, Junior y el Aparecido’”.
A juzgar por los resultados obtenidos en el primer año de gobierno, el Presidente también está enredado en diversas confusiones. En la búsqueda de esa esquiva confianza de los inversores, que lo hizo abandonar el programa electoral de la Alianza, sumada a una sorprendente ineficacia en la gestión, ya perdió la mayor parte de la confianza popular y colocó su autoridad en situación de hemorragia masiva. Hay muchos que perciben esa debilidad progresiva. Ahí están los gobernadores peronistas, la mayoría dependiente del Tesoro nacional por falta de recursos autosuficientes, que regatean desde hace una semana el precio por el apoyo a un acuerdo que requiere el FMI, en un patético remedo a cara descubierta de las negociaciones por la ley de reforma laboral. Mientras el Presidente y su jefe de Gabinete, Chrystian Colombo, pronostican el Apocalipsis si sus adversarios no rubrican el acuerdo, en el trámite ya perdieron la bandera de la justicia social, que los peronistas agitan como si fuera propia y verdadera, a pesar de haber consentido o colaborado con los diez años de unicato menemista que produjeron, con la confianza de los inversores, desempleo en masa, déficit fiscal atolondrado y despilfarro del patrimonio público, para no mencionar indultos, impunidades y corruptelas de varios tamaños.
Otro que quiere hacer astillas del árbol caído es Domingo Cavallo, depositario de la confianza del capital financiero que busca servir De la Rúa con semejante empeño, a través de su propuesta para elegir vicepresidente lo antes posible, especulando con que el miedo al futuro y la frustración del presente lo asciendan al lugar de sustituto presidencial. En cuanto al ánimo popular, podrá verificarse lo que anticipan las encuestas cuando se cumpla la próxima semana la huelga general aprobada, hasta ahora, por las tres centrales sindicales. A eso, hay que sumarle la exhortación crítica del Grupo Productivo de la industria, la construcción y el campo, acicateado por la recesión, la agonía del mercado interno y las tarifas usurarias del crédito bancario, que el Gobierno paga sin levantar la voz. Ni qué hablar de los ruralistas que están con el agua al cuello, sobre todo en doce partidos bonaerenses, sin que nadie atine a ofrecerles soluciones efectivas para amortiguar los efectos de la catástrofe. Por donde mire, el Gobierno está cercado por turbulencias, que aumentan con cada intento oficial de aplicar nuevos ajustes.
Tampoco circulan con facilidad en las cámaras legislativas los proyectos del Ejecutivo. Hay tanta resistencia a la reforma previsional que, para cumplir con el FMI, lo más probable es que el Presidente tenga que apelar al decreto de necesidad y urgencia. Las críticas arrecian igual contra el Presupuesto 2001 que, por ahora, tiene el respaldo de los radicales, acogotados por la disciplina partidaria (“que se doble, pero que no se rompa”) y por Cavallo, que asegura el arrastre de los partidos provinciales (con excepción de Salta y los patagónicos si el oficialismo insiste en cancelar los subsidios al tabaco y al petróleo), pero en el Frepaso rechazan la reforma y sobre el presupuesto el debate está abierto. Diez de sus diputados reiteraron la disidencia en una nueva declaración (“Construyamos otro modelo”), en la que afirman: “La continuidad de un modelo instaurado desde 1991, lleva al gobierno de la Alianza a alejarse de la base social que lo votó, a alejarse de aquellos que creyeron en uncambio posible. Este Gobierno tiene un dilema de hierro, o gobierna para el bienestar de todos o sólo sirve a los intereses de los más poderosos”. Son conceptos que sin duda apoyarán los diputados socialistas y queda por saber las condiciones que demandarán los bloques del PJ en Diputados y el Senado.
En el Frepaso las polémicas abundan porque ninguno de sus adherentes tiene respuestas claras y directas sobre el futuro partidario y la permanencia en la Alianza, dado que De la Rúa tiene el dial clavado en la sintonía de las corporaciones financieras internacionales. En los últimos días, comenzó a circular la versión de un próximo congreso nacional de la fuerza, convocado por el mismísimo Chacho Alvarez que, en ese ámbito, rompería el silencio que se autoimpuso poco después de abandonar la vicepresidencia. Además del silencio, nadie garantiza qué otras roturas habrá que contabilizar en ese momento, si es que llega. Algunos piensan que el rumbo presidencial no tiene retorno y, por lo tanto, perdió sentido la coalición inaugurada hace tres años para gobernar de otro modo, en tanto que otros tratan de imaginar si el costo de la ruptura no será mayor que el de la continuidad, aunque sigan en protesta continua.
Aparte de los hechos, que van imponiendo el perfil de la realidad, sería interesante que despejaran las dudas mediante los mecanismos que ofrece la Constitución en su capítulo de “Nuevos derechos y garantías”. Es el caso de la consulta popular (artículo 40) que ni Menem ni la Alianza han considerado jamás como una opción válida, aunque la democracia es en teoría el gobierno de y para el pueblo. Ya que los mercados son consultados casi a diario con la intención de satisfacer sus deseos, sería encomiable que alguna vez el ciudadano tuviera la oportunidad de expresarse, sobre todo cuando la encrucijada es de la envergadura que anuncia el Gobierno por boca de sus más encumbrados representantes. “Estamos tomando café sobre la cubierta del ‘Titanic’”, aseguró Colombo con énfasis dramático. Es hora, entonces, de que los pasajeros puedan acudir a los botes con plena conciencia de los riesgos mediante el ejercicio del derecho de opinión. Si la responsabilidad es de todos, como pretende el Presidente a cada momento, pues que todos tengan la oportunidad de influir en las decisiones. Es hora de renovar el voto del año pasado, porque las promesas que inspiraron aquella decisión han sido abandonadas.


 

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