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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

Cuando convendría un árabe, tenemos un gallego

Si Carlos Menem hubiera logrado la re-re, hoy estaría seguramente de gira con Zulemita por los países árabes del Golfo Pérsico, buscando petrodólares para financiar el agujero argentino, como tratando de repetir la experiencia de los años de plomo, cuando el país ayudó a reciclar el dinero que les sobraba a reyes, jeques y emires empetrolados. Pero las circunstancias son otras. Los argentinos se dieron un presidente gallego, y a pesar del nuevo shock petrolero, que triplicó el precio del barril en dos años, no consigue dólares en los mercados y debe mendigar un blindaje del FMI, a cambio de un explosivo costo político. Chupete viaja a lugares como Estados Unidos, Canadá, China, España (con parada en Galicia) o Panamá, de donde obviamente vuelve con los bolsillos vacíos.
¿Hubiese habido alguna posibilidad de que Carlitos consiguiera que sus hermanos árabes, como Fahd, el rey saudí, o Saddam Hussein, el dictador iraquí, abriesen la mano, como de algún modo logró Fidel Castro cuando fue a pedirle pasta al venezolano Hugo Chávez y al menos obtuvo la provisión de crudo subsidiado? En realidad, los amos del petróleo bombean su plata a cuentas abiertas en grandes bancos internacionales, que canalizan el dinero hacia los mismos fondos y bancos de inversión en los que vuelcan su plata otros especuladores. Por tanto, la cara visible de esos petrodólares es la misma ya conocida y pétrea de los fund managers. Esto es de algún modo parecido a lo que sucedía en los ‘70 (los dos estremecedores shocks petroleros ocurrieron en 1974 y 1979), pero hay también diferencias sustanciales.
En aquellos años –explica José Siaba Serrata, experto local en finanzas internacionales–, los bancos centrales de las grandes potencias occidentales trataban de acomodar el shock con una política monetaria expansiva, que convalidaba los disparados precios del petróleo, intentando así evitar una recesión. Luego, cuando fue evidente que esa política terminaba en una inflación generalizada, cambiaron por una estrategia monetaria restrictiva, que provocó un brusco tobogán hacia la recesión entre 1979 y 1982, con altísimas tasas de interés, todo lo cual desembocaría en la quiebra de México y, trascartón, de la Argentina, tras la guerra de las Malvinas. El desbande militar estaba servido.
Hoy, en cambio, se viene de una etapa en que la banca central de los países dominantes recortaba la liquidez, aumentando las tasas tanto en dólares como en euros, salvo durante la pausa de fines de 1999 por el temor al efecto Y2K (el anunciado y no ocurrido caos del año 2000). Después del Año Nuevo, las tasas de crecimiento en los agregados monetarios volvieron a desacelerarse. De no haber sido por esta escasez relativa de dinero, justo cuando el público de los países ricos más liquidez demandan, el precio del barril quizás hubiese llegado mucho más arriba, a los 40 o 50 dólares. Pero, aunque el impacto de este shock ha sido más tenue, hay de todos modos un cuantioso reciclaje de dinero. El consumidor norteamericano y europeo está pagando más por el combustible, y ese plus va a parar a los bolsillos de los exportadores.
La revista inglesa The Economist se pregunta qué hacen los países de la OPEP, el cártel que concentra el 40 por ciento del crudo mundial, con el torrente de plata que están recibiendo, como quien interroga al ganador del gordo de Navidad. En primer lugar, están repagando deuda tomada en dólares durante los largos años de bajos precios del barril para continuar con los faraónicos proyectos que habían emprendido en épocas mejores. Además, están reconstituyendo sus reservas externas, mayoritariamente consistentes en bonos del Tesoro estadounidense. De esta forma, cambian petrodólares por activos nominados en la misma moneda, a razón de unos mil millones mensuales, que es tanto como lo que el Banco Central Europeo ha estado invirtiendo para defender la declinante cotización del euro. La plata que los árabes vuelcan en Títulos del Tesoro norteamericano es la que los estadounidenses dejan de consumir o de invertir. Como efecto, la tasa global de ahorro sube porque los árabes (de países con petróleo) son en relación muy pocos. Esto presiona hacia un descenso de la tasa de interés, y quizá pueda representar algún día una buena noticia para la Argentina, junto con la esperada depreciación del dólar.
Según la misma publicación británica, a diferencia de los ‘70, los excedentes líquidos no han fluido esta vez, por lo menos hasta ahora, hacia América latina ni Asia, los dos destinos preferidos de entonces, en ese orden. Para que algo por el estilo suceda, el precio del barril debería alcanzar según algunos cálculos los 70 dólares, algo que prácticamente nadie espera. Más bien se aguarda que el crudo vuelva a abaratarse en alguna medida. Hay que decir, de cualquier manera, que por ahora las petroleras privadas están depositando gigantescas sumas en bancos de Estados Unidos y Europa, donde los títulos públicos empiezan a escasear al desaparecer el déficit fiscal.
Siaba agrega, por su parte, que en los ‘70, al ser muy laxa la política monetaria de los bancos centrales de EE.UU. y Europa, no sólo subió el petróleo sino también las demás commodities (insumos y materias primas), aunque fuese en menor magnitud. El azúcar, por citar un ejemplo, no habrá aumentado tanto, pero igual costaba una fortuna. Las otras commodities no se encarecieron porque tuvieran un cártel detrás sino porque abundaba dinero en el mundo, cosa que hoy no acontece. De este modo, el perfil de la Argentina como deudor mejoró en aquella época, y el país terminó inundado de deuda, al principio muy barata, aunque tomada a tasa variable. Se vivió así la euforia de la plata dulce, bajo la dictadura militar, prolegómeno del desastre inevitable. Entre 1999 y 2000, en cambio, la política monetaria restrictiva de Occidente determinó que el repunte en las demás commodities fuera mucho más moderado, e incluso amenace hoy revertirse por la desaceleración de la economía en las mayores potencias. Porque, a fin de cuentas, un shock petrolero es un fenómeno en el que aumentan los costos y baja la producción, exactamente lo inverso a un shock de productividad. En el caso argentino, como el país es un módico exportador de petróleo, su balance comercial mejoró (en los primeros nueve meses de este año, las exportaciones argentinas de petróleo, naftas y gas aumentaron, fundamentalmente por el factor precio, en 1458 millones de dólares). Pero países como Chile –que no tiene crudo y que ve cómo vuelve a caer el precio del cobre que exporta– o Brasil –que importa casi un tercio del petróleo que necesita– se ven muy castigados. Su calidad como deudores se resiente.
Pese a todo lo dicho, tal vez no fuera mala idea que De la Rúa, como parte de la reconversión de la alianza política que debe sostenerlo si quiere seguir, le ofrezca a Carlos Saúl Menem una embajada itinerante, que lo lleve de Riad a Bagdad, y de la ceca a La Meca.


 

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