Ni siquiera fue necesario esperar
a las vísperas navideñas para verificar en el conurbano
que la pólvora seca llena las comisarías de la Bonaerense.
Tal como adelantó Página/12 esta semana, la situación
caótica de los calabozos superpoblados de las comisarías
se reveló ayer con el motín que protagonizaron unos treinta
presos de la comisaría de Martínez. Al primer calor del
verano penitenciario los detenidos se alzaron en armas de puño,
facas construidas con el metal de las camas, y sostuvieron la revuelta
durante siete horas reclamando ser trasladados a cualquier parte
con tal de no continuar en los calabozos del infierno bonaerense.
Esta semana, después de la investigación de este diario
donde varias fuentes coincidieron en señalar que el aumento de
la temperatura y la cercanía de las fiestas de fin de año
significarían motines, fugas y caos en las comisarías a
raíz del hacinamiento, el propio ministro de Seguridad, Ramón
Orestes Verón, blanqueó la preocupación de la fuerza:
dijo que la situación de las comisarías es crítica,
el riesgo es la posibilidad de motines o desórdenes.
Eran las cuatro de la mañana cuando en la comisaría segunda
de Martínez empezaron con la rebelión en el interior de
un calabozo donde la capacidad era para 12 personas y hacía meses
que vivían alrededor de 30. Los líderes del motín
fueron cuatro presos que se habían hecho sus facas carcelarias
usando los pedazos de metal que unen los elásticos con los marcos
de las camas. Las camas por supuesto no alcanzaban: la segunda es uno
de los lugares donde los detenidos se turnaban para dormir. Tal como ya
ocurría en la comisaría de Beccar, de donde hace 18 días
se escaparon 15 de los 23 reos que se turnaban para usar las ocho catreras
disponibles.
Los primeros amotinados sumaron a su plan de protesta la voluntad de la
mayoría. Sólo tres detenidos se negaron a plegarse al motín
y pasaron inmediatamente a ser rehenes con las facas al cuello. Amenazando
con matarlos si la policía no corría a buscar a un juez
y a las cámaras de televisión, los amotinados detallaron
sus exigencias: mejores condiciones de alojamiento, traslados y visitas
de contacto. Avisada la Departamental de San Isidro, sobre la que pesaban
las fugas de Beccar, se dispuso la participación del famoso grupo
Halcón, para prever un escape. Cuando el conflicto se extendió
y las cámaras de Crónica TV pudieron tomar a los presos
rehenes que oficiaban de escudos de sus compañeros, llegaron a
negociar el fiscal de turno en San Isidro, José Mateos, y el jefe
de la Departamental, Luis Coronel.
La llegada de los funcionarios aplacó las intenciones de quemar
colchones y hacer correr sangre con que amenazaban los presos. Hacia las
diez de la mañana gritaban en directo por la tele que en la comisaría
nos verduguean y verduguean a las visitas. Cubiertos con pasamontañas
improvisados con remeras denunciaban las condiciones infrahumanas en que
pasan sus días, esperando sentencias de los también sobreexigidos
juzgados y fiscalías. El motín terminó al mediodía.
A la tarde los trasladaron a otras comisarías en que las condiciones
no mejoran demasiado.
Nueve muertos en Santa
Fe
La tragedia originada a raíz del motín en la cárcel
santafesina crece día a día: el fuego y los gases
se cobraron tres vidas más por quemaduras e intoxicación.
La dramática lista de muertos ya asciende a nueve, y los
médicos del Hospital de Emergencias Clemente Alvarez, donde
todavía hay internadas siete personas, no descartan que haya
nuevas víctimas fatales. Ayer por la mañana familiares
de los detenidos se entrevistaron con la jueza de instrucción
que tiene el caso a su cargo, Susana Pigliacampo. Fueron acompañados
por representantes de la Coordinadora de Trabajo Carcelario, organización
que se constituirá en demandante en la causa judicial abierta
por la tragedia.
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