Vacas
víctimas de los hombres locos
Por Manuel Vázquez Montalbán
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Recuerda, hermana vaca, que Bobbio, al final de Destra e sinistra entre
otras demandas avanzadas pedía que el hombre revisara el estatuto
de relación con los animales. Yo lo suscribo, pero pienso, con
cierta melancolía, que así como hemos iniciado el principio
del fin de la hegemonía del macho sobre la hembra, también
ha comenzado una larga marcha hacia la impotencia carnívora. Porque
la relación entre el hombre y el animal no es otra que la carnicería,
el zoológico o la escasa gama de animales amnistiados y convertidos
en domésticos por razones culturales, sin que ninguna razón
seria explique por qué el perro es el mejor amigo del hombre y
no el cerdo o la mangosta. Si el ser humano empieza a pensar, distanciadamente,
sobre la operación de comerse a otros animales, forzosamente ha
de llegar a la conclusión de que para comérselos ha de matarlos
y algunos antropólogos sostienen que el hombre conserva en su memoria
colectiva más antigua la mala conciencia por la muerte de seres
vivos y en movimiento con el objetivo de comérselos.
Lo cierto es que el hombre inspira terror en casi todas las bestias y
algo debió hacer para merecerlo. El sacrificio de los animales
es recogido en los textos sagrados como una tolerada violación
del tabú no matarás, pero muchas veces enmascarado de ofrenda
a Dios y nunca demasiado glorificado un festín carnívoro.
Por otra parte el Dios creador no se lució durante la creación
e hizo a los seres vivos de tal manera que se han de pasar la vida comiendo
cadáveres para sobrevivir. El hombre es consciente de que le quita
la vida a un ser en movimiento para comérselo y aún no ha
encontrado coartadas suficientes para esta violencia original y ni siquiera
las medidas del Mercado Común Europeo para el sacrificio de las
bestias son otra cosa que paños calientes para el horror ante tanto
crimen como se perpetra en todos los mataderos del mundo, donde animales
aterrados, víctimas de un insuperable stress sin psiquiatra que
lo remedie huelen su propia muerte o la ven reflejada en los ojos del
matarife. Algunas religiones, la mosaica, han llegado a reglamentar que
las bestias no sean sacrificadas en presencia de sus familiares porque,
aunque nunca se confiese, sabemos que a la oveja madre le duele que le
maten a los hijos y viceversa.
No quisiera con esta larga consideración contribuir a la cruzada
vegetariana, porque cada vez hay más indicios de que a los vegetales
tampoco les gusta que los cosechen, es decir, que los maten y se sabe
que emiten sonidos de protesta cuando se les separa de la tierra y algún
día pudiera descubrirse que las lechugas tiemblan premoritoriamente
cuando ven arrancar a una de su tribu y que puede haber rábanos
locos o aguacates esquizofrénicos. Simplemente quiero dar sustrato
histórico al turbio asunto de las vacas locas que está conmoviendo
los cimientos de la ganadería europea y creando factores de un
desencanto biológico hacia el consumo de carne que podría
marcar a las generaciones futuras. A fines del año 2001, se cumplen
cinco del primer estallido del escándalo de las vacas locas y se
han sacrificado impunemente miles y miles de animales de locura prefabricada
por la especulación de sus dueños, de los veterinarios y
de los políticos que barrieron tanto animal contaminado bajo las
alfombras de las razones del mercado. El caso de las vacas locas ha sido
insuficientemente analizado por los medios de comunicación porque
una reflexión distanciadora y crítica haría más
daño al sistema que todas las ideologías o acciones revolucionarias
juntas y sumadas. ¿Cómo es posible que con la complicidad
del poder se ponga en peligro durante años la salud de los europeos
para que no decaigan los precios y salvar la producción ganadera
por encima del derecho que todos tenemos a saber de qué mal hay
que morir? Las monstruosidades que se cometen en la alimentación
animal ponen en la pista de las que deben cometerse en la alimentación
humana, sin que se den garantías serias de control. La corrupción
según Galbraith es inherente al sistema, ha llegado a todos sus
rincones y goza en los últimos años de un estatuto de tolerancia
moral que acaba por relativizar las acciones jurídicas. Cualquier
grupo de presión puede generar vacas locas, porque estamos hablando
no sólo de unos animales concretos enfermos, sino también
de una metáfora de la violación de la confianza del consumidor
en un universo en que ser consumidor es casi la única forma posible
de ser.
REP
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