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el Kiosco de Página/12

Vacas víctimas de los hombres locos
Por Manuel Vázquez Montalbán

Recuerda, hermana vaca, que Bobbio, al final de Destra e sinistra entre otras demandas avanzadas pedía que el hombre revisara el estatuto de relación con los animales. Yo lo suscribo, pero pienso, con cierta melancolía, que así como hemos iniciado el principio del fin de la hegemonía del macho sobre la hembra, también ha comenzado una larga marcha hacia la impotencia carnívora. Porque la relación entre el hombre y el animal no es otra que la carnicería, el zoológico o la escasa gama de animales amnistiados y convertidos en domésticos por razones culturales, sin que ninguna razón seria explique por qué el perro es el mejor amigo del hombre y no el cerdo o la mangosta. Si el ser humano empieza a pensar, distanciadamente, sobre la operación de comerse a otros animales, forzosamente ha de llegar a la conclusión de que para comérselos ha de matarlos y algunos antropólogos sostienen que el hombre conserva en su memoria colectiva más antigua la mala conciencia por la muerte de seres vivos y en movimiento con el objetivo de comérselos.
Lo cierto es que el hombre inspira terror en casi todas las bestias y algo debió hacer para merecerlo. El sacrificio de los animales es recogido en los textos sagrados como una tolerada violación del tabú no matarás, pero muchas veces enmascarado de ofrenda a Dios y nunca demasiado glorificado un festín carnívoro. Por otra parte el Dios creador no se lució durante la creación e hizo a los seres vivos de tal manera que se han de pasar la vida comiendo cadáveres para sobrevivir. El hombre es consciente de que le quita la vida a un ser en movimiento para comérselo y aún no ha encontrado coartadas suficientes para esta violencia original y ni siquiera las medidas del Mercado Común Europeo para el sacrificio de las bestias son otra cosa que paños calientes para el horror ante tanto crimen como se perpetra en todos los mataderos del mundo, donde animales aterrados, víctimas de un insuperable stress sin psiquiatra que lo remedie huelen su propia muerte o la ven reflejada en los ojos del matarife. Algunas religiones, la mosaica, han llegado a reglamentar que las bestias no sean sacrificadas en presencia de sus familiares porque, aunque nunca se confiese, sabemos que a la oveja madre le duele que le maten a los hijos y viceversa.
No quisiera con esta larga consideración contribuir a la cruzada vegetariana, porque cada vez hay más indicios de que a los vegetales tampoco les gusta que los cosechen, es decir, que los maten y se sabe que emiten sonidos de protesta cuando se les separa de la tierra y algún día pudiera descubrirse que las lechugas tiemblan premoritoriamente cuando ven arrancar a una de su tribu y que puede haber rábanos locos o aguacates esquizofrénicos. Simplemente quiero dar sustrato histórico al turbio asunto de las vacas locas que está conmoviendo los cimientos de la ganadería europea y creando factores de un desencanto biológico hacia el consumo de carne que podría marcar a las generaciones futuras. A fines del año 2001, se cumplen cinco del primer estallido del escándalo de las vacas locas y se han sacrificado impunemente miles y miles de animales de locura prefabricada por la especulación de sus dueños, de los veterinarios y de los políticos que barrieron tanto animal contaminado bajo las alfombras de las razones del mercado. El caso de las vacas locas ha sido insuficientemente analizado por los medios de comunicación porque una reflexión distanciadora y crítica haría más daño al sistema que todas las ideologías o acciones revolucionarias juntas y sumadas. ¿Cómo es posible que con la complicidad del poder se ponga en peligro durante años la salud de los europeos para que no decaigan los precios y salvar la producción ganadera por encima del derecho que todos tenemos a saber de qué mal hay que morir? Las monstruosidades que se cometen en la alimentación animal ponen en la pista de las que deben cometerse en la alimentación humana, sin que se den garantías serias de control. La corrupción según Galbraith es inherente al sistema, ha llegado a todos sus rincones y goza en los últimos años de un estatuto de tolerancia moral que acaba por relativizar las acciones jurídicas. Cualquier grupo de presión puede generar vacas locas, porque estamos hablando no sólo de unos animales concretos enfermos, sino también de una metáfora de la violación de la confianza del consumidor en un universo en que ser consumidor es casi la única forma posible de ser.


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