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30 palos �reservados�

En julio de este año, el jefe de Gabinete Rodolfo Terragno se negó a firmar un decreto reservado para que la SIDE recibiera 30 millones de pesos adicionales. El decreto fue firmado y la partida fue asignada cuando Terragno estaba de viaje. El decreto se hizo público el 5 de octubre.

Rodolfo Terragno y Fernando De Santibañes, jefe de la
SIDE, tuvieron un diálogo aparentemente cordial.
Pero el decreto siguió siendo reservado, Terragno se negó
y la partida salió cuando no miraba.

Por Miguel Bonasso

Una investigación exclusiva de Página/12 logró confirmar lo que era un rumor y un secreto de Estado: en julio pasado el ex jefe de Gabinete Rodolfo Terragno se negó a firmar el decreto reservado 569/2000 por el que se asignaron 30 millones de pesos adicionales a la SIDE, y esa fue la causa principal de su cesantía en el golpe ministerial del 5 de octubre pasado. Ese día, casualmente, el presidente Fernando de la Rúa le pidió la renuncia a Terragno y convirtió en público al decreto que había dictado en julio con carácter de “reservado”. Este “blanqueo” no es menor, porque los fiscales que investigan el escándalo del Senado sospechan de esa partida adicional como dinero “repuesto” a una “caja negra” de la que habrían salido los sobornos a los senadores.
El episodio, además, desnuda modalidades inquietantes en un gobierno que ha hecho de la “transparencia” su bandera principal: pese a la negativa del jefe de Gabinete a otorgar en forma “reservada” más fondos a la SIDE, la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia aprovechó un viaje de Terragno al extranjero para “colar” el decreto y hacerlo firmar por el jefe de Gabinete subrogante, que era el ministro del Interior, Federico Storani. El secretario legal y técnico Virgilio Loiácono desmintió la negativa de Terragno y le aconsejó paternalmente al autor de esta nota que no investigara historias viejas. Cuando Página/12 le señaló que había 30 millones de dólares en oscura danza, su respuesta fue antológica: “¿Y qué son 30 palos en el Estado? Mierda”.

El banquero pide plata

En enero de este año el banquero Fernando de Santibañes le advirtió a su amigo, el presidente Fernando de la Rúa, que no podía hacerse cargo de la Secretaría de Inteligencia del Estado si no le sumaban 50 millones de pesos a los 138.331.921 pesos que le había otorgado la Ley de Presupuesto. De la Rúa lo derivó al jefe de Gabinete que es quien, por mandato del Congreso, debe autorizar las reasignaciones presupuestarias.
Hubo entonces un encuentro cordial entre estos dos personajes tan disímiles: el ex empleado del Banco Central que saltó rápidamente a la condición de banquero y el filoso comentarista de los setenta y los ochenta, devenido dirigente de la UCR y cofundador de la Alianza.
De Santibañes alegó que necesitaba urgentemente los 50 millones “para poder pagar los sueldos”. La reasignación, propuso, debería hacerse mediante un decreto “reservado”. Los decretos reservados conservan la misma numeración correlativa de los públicos, pero no se publican en el Boletín Oficial.
Allegados a Terragno sostienen que el jefe de Gabinete, por historia y formación, no debía sentirse muy inclinado a entregarle esa suma a la SIDE, sin un sistema de control adecuado y menos a partir de un decreto que no se publicaría en el Boletín Oficial. Como diputado opositor había criticado las “cajas negras” de la anterior administración y presentado un proyecto para controlar los gastos y las operaciones mismas de la central de espías. Pensaba en un sistema de “publicidad diferida” (en realidad debería ser “difusión diferida”) que permitiera conocer a futuro las acciones y los gastos de la misteriosa Secretaría.
De todos modos, aceptó el reclamo del banquero aunque acotándolo: le propuso elaborar un nuevo régimen de control, que incluyera la “publicidad diferida” y una auditoría restringida y secreta, pero rigurosa, sobre los gastos reservados. Era comprensible que el Estado no diera a publicidad la inminencia de una operación (contra el terrorismo o el narcotráfico, por ejemplo), para no frustrarla, pero había que acabar con la SIDE de la era Carlos Menem-Hugo Anzorreguy, que llegó a manejar con total discrecionalidad una caja de 300 millones de dólares. De Santibañes estuvode acuerdo y quedaron en que Terragno le mandaría un borrador con la propuesta.
El jefe de Gabinete envió el proyecto y De Santibañes estuvo de acuerdo de manera verbal. Sólo expresó su diferencia en un punto: Terragno proponía un plazo de cinco años para que pudieran hacerse públicas las acciones de la Secretaría (la “publicidad diferida”) y el jefe de la SIDE sostuvo que los plazos debían ser flexibles. Cinco años podía ser mucho o poco, dependiendo del secreto de Estado que se debiera amparar. Con su conocida admiración por los norteamericanos, el banquero sugería un sistema de “desclasificación” con períodos variables. El jefe de Gabinete, por su parte, admitió que los plazos para la difusión diferida podían variar, pero dejó claro que nunca podrían ser tan prolongados como las “desclasificaciones” de documentos secretos que se realizan en Estados Unidos, país que ha participado en dos guerras mundiales, no deja de guerrear y es la única superpotencia del orbe.
El intercambio fue informal, porque De Santibañes nunca le respondió de manera oficial al funcionario que, por ley del Congreso, debe autorizar la reasignación de las partidas presupuestarias. En cambio, se apresuró a enviar una nota al secretario de Hacienda, Mario Vicens, solicitando un “refuerzo de crédito en la partida ‘Gastos en Personal’ (Otros Gastos en Personal) de $ 50.827.804 para el ejercicio en curso, de acuerdo con lo conversado oportunamente con el Jefe de Gabinetes (sic) de Ministros Dr.Rodolfo Héctor Terragno”.
En esa nota, fechada el 24 de enero de este año, fundamenta su pedido “en la necesidad de afrontar indispensables gastos en personal”. Un dato a tener en cuenta, porque no es lo que dirá luego el decreto reservado 569/2000. En la nota a Vicens, el Señor Cinco también solicita que el refuerzo presupuestario “sea efectuado mediante decreto de carácter reservado por tratarse de erogaciones comprendidas en la ley “S” (secreta) 19.373”.

Las leyes de los pretores

La Secretaría de Inteligencia del Estado se rige por decretos y decretos-leyes, promulgados durante los diversos regímenes dictatoriales que asolaron al país en el último medio siglo: empezando por el que presidió el general Pedro Eugenio Aramburu, quien firmó el decreto secreto 5315/56 del que derivaron otros en la autodenominada “Revolución Argentina”, tanto en la etapa preconciliar del general Juan Carlos Onganía, como en la “aperturista” del general Alejandro Agustín Lanusse (“ley” 20.105 promulgada por la Junta Militar de acuerdo con el “Estatuto de la Revolución Argentina” y decreto secreto 1792/73). Los legisladores de la democracia han mantenido esa normativa para preservar la famosa “continuidad jurídica” del Estado, a pesar de que fueron medidas dictadas en tiempos de pretores y destinadas, centralmente, a la persecución ideológica.
En esas normas se basó el banquero amigo del Presidente, para solicitar que los 50 millones se los dieran por decreto “reservado”, a lo que se oponía claramente Terragno, por varias razones: no era necesario que el Presidente se comprometiera cuando bastaba una decisión administrativa que podía adoptar el jefe de Gabinete; la reasignación presupuestaria estaba referida a la Ley de Presupuesto más que a la SIDE misma y, finalmente, ¿por qué debía ser “reservada” una solicitud vinculada, de manera genérica, a “gastos de personal”?
Por qué razón De la Rúa quiso que saliera por decreto y ese decreto fuera “reservado” es una incógnita que aún no ha podido ser develada.

Historia secreta de un decreto reservado

El pedido de De Santibañes tuvo que esperar unos meses. La reasignación presupuestaria para la SIDE estuvo a punto de integrar un decreto-ómnibus de “necesidad y urgencia” (N y U en la jerga de palacio) que redistribuía partidas a varias dependencias estatales a la vez. Se trata del (expediente o protodecreto) “provisorio” N 515/2000, que fue publicado en el Boletín Oficial con el número 487/2000. Pero la partida para la SIDE no se incluyó, finalmente, en el decreto-ómnibus. Debía ir en un decreto aparte, para que ese decreto –precisamente– fuera “reservado”. Así nació el “provisorio” 548/2000, que sería luego el “reservado” número 569/2000 y más tarde, el 5 de octubre, el “público” N 881.
En junio De Santibañes logró que el Presidente y su ministro de Economía, José Luis Machinea, dieran luz verde a la reasignación. Que fue recortada a 30 millones de pesos a ser compensados en el Presupuesto con una reducción por igual monto en las arcas de Economía.
Es curioso: mientras los medios enfatizaban el conflicto De SantibañesMachinea, el ministro de Economía que había protagonizado drásticos ajustes le daba una mano a su antiguo compañero de tareas en el Banco Central de la dictadura. Más curioso aún es que hubiera cambiado el fundamento del pedido, que ya no aparecía vinculado a “gastos de personal” sino a la necesidad de “atender compromisos contraídos por el Estado nacional”, como lo dice textualmente un memorando dirigido al subsecretario de Presupuesto por el licenciado Alberto Feo, a cargo en esos días de la Dirección de la Oficina Nacional de Presupuesto.
A comienzos de junio, esa Oficina informó a la Dirección de Asesoría Técnica de la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia que el provisorio 548 “se adecua a las normas técnicas vigentes”. En un memo de la directora de asesoría técnica de esta última dependencia, Claudia Graciela Reston, dirigida a la Dirección de Despacho y Decretos, se dictamina: 1) que el nivel jurídico del proyecto “es el adecuado”, “aunque no obra el correspondiente requerimiento de un funcionario de rango no inferior a subsecretario que justifique asignar a la medida el carácter de ‘reservado’, atento a que la partida que se afecta en la SIDE (1.1.5.) Otros Gastos en Personal no reviste el referido carácter”. La funcionaria deja constancia de que “la presente medida deberá dictarse con posterioridad al dictado del decreto de N y U que tramita por provisorio 515/00”. Con total corrección, Claudia Reston sugiere: “Correspondería dar intervención a la Subsecretaría de Recaudación y Ejecución Presupuestaria de la Jefatura de Gabinete de Ministros y recabarse el refrendo del Sr. jefe de Gabinete de Ministros”. Lo mismo dice su jefe, Loiácono, en otro memo oficial donde, sin embargo, recuerda que –según el artículo 26 de la ley 25.237– “las facultades otorgadas por la presente ley al jefe del Gabinete de Ministros podrán ser asumidas por el Poder Ejecutivo nacional (el Presidente), en su carácter de responsable político de la administración general del país”. ¿Un recaudo por si Terragno se resistía a firmar?
A partir de allí el procedimiento se acelera: el 20 de junio la Dirección General de Asuntos Jurídicos de la Legal y Técnica se dirige al doctor Virgilio Loiácono, que entonces era subsecretario de Asuntos Legales, informándole que la medida “se adecua a las normas técnicas vigentes”. El 21, María Elena Machinea (prima del ministro) y subsecretaria técnica le remite el provisorio 548 a una de las segundas de Terragno, Marta Barros de Canosa, a cargo de la Subsecretaría de Recaudación y Ejecución Presupuestaria. La funcionaria, a su vez, da traslado a su colega Ricardo Entelman, subsecretario de Relaciones Institucionales, quien lo eleva al coordinador general J. Raúl Palacio y éste informa finalmente al jefe de Gabinete, mediante el memorándum SCG No. 416/00 del 28 de junio.

El decreto que Terragno no firmó

Por una curiosa orgánica del Ejecutivo, el jefe de Gabinete carecía de una estructura jurídica de apoyo. Su oficina jurídica era la misma del Presidente: la Subsecretaría Legal y Técnica. A cargo provisoriamente de su actual titular, Virgilio Loiácono, un viejo dirigente radical “de la 20” (Recoleta), estrechamente vinculado a Fernando de la Rúa. Según lo reveló en este diario Susana Viau, Loiácono trabajó en esta misma dependencia presidencial entre 1976 y 1978, los años más duros de la última dictadura militar. Lo hizo a las órdenes de su correligionario Ricardo Yofre, que a su vez dependía del general José Villareal. El funcionario, como es obvio, está mucho más inclinado a responder a los pedidos del amigo del Presidente que a los de un jefe de Gabinete al que De la Rúa quería ir esmerilando. Pero a Terragno no le hacía falta asesoramiento jurídico en este caso. Cuando leyó en el memo de la subsecretaria Barros que el decreto iba a ser “reservado”, simplemente se negó a firmar.
Pocos días después emprendió una gira por el exterior, que estaba programada desde mucho tiempo atrás. Entonces, aprovechando esa ausencia, la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia “coló” el decreto con otras medidas en trámite y lo llevó a la firma del ministro del Interior, Federico Storani, que subrogaba a Terragno como jefe del Gabinete de Ministros. Ante los ojos del ministro subrogante había un texto, con el estratégico “gancho” de José Luis Machinea y este curioso considerando: “Que resulta necesario modificar la distribución de los créditos vigentes del Presupuesto de la Administración Nacional, a fin de atender compromisos contraídos por el Estado nacional”. En la parte resolutiva dice: “artículo 1: Modifícase la distribución del Presupuesto de la Administración Nacional para el ejercicio 2000, de acuerdo al detalle obrante en planillas anexas al presente artículo, que forman parte integrante del mismo”. Ni una simple mención de la SIDE ni de su carácter “reservado”. Sólo una omisión en el artículo de forma: la omisión de la palabra “publíquese”.
En la planilla adjunta se dice que los fondos están afectados a 08 (SIDE) y al programa 16, Información e Inteligencia. Storani firmó. Fue el 14 de julio. Un día antes Terragno se entrevistaba en Madrid con el presidente español José María Aznar para tratar el delicado tema de Aerolíneas Argentinas.
Cuando regresó a Buenos Aires se encontró con la novedad del decreto. Para ese entonces el escándalo del Senado crecía en intensidad y muchos comenzaban a decir en voz alta que si había sobornados debía haber sobornadores.
Storani, Terragno y Alvarez compartían en aquel momento la preocupación por el tema Senado, provocando el disgusto del Presidente que le temía a la profecía cumplida. En ese marco el decreto reservado aparecía como un posible potenciador del escándalo. Se mantuvo entonces en una oscuridad sólo penetrada por algunos dirigentes de la Alianza, hasta que ingresó en la causa del Senado, que lleva el juez Carlos Liporaci, cuando el abogado Carlos Iglesias denunció que un anónimo hablaba de un decreto secreto para “estímulos legislativos”. El tema pasó por los medios pero no se quedó porque a muchos observadores les resultó insustancial. Tampoco les pareció trascendente a los fiscales Eduardo Freiler y Federico Delgado hasta que la declaración de María Elena Machinea lo metió –esta vez de manera oficial– en el expediente.
El 26 de setiembre, la Subsecretaria Técnica reveló ante Liporaci la existencia del decreto reservado, que asignaba 30 millones adicionales a la SIDE para “gastos de personal” y no para “compromisos contraídos por el Estado nacional” como dice el considerando. Ante una pregunta respondió que no lo había firmado el jefe de Gabinete “ya que estaba fuera delpaís”. Pero la decisiva revelación quedó sumergida en el secreto del sumario.

El decreto se blanquea

La primera vez que este cronista escuchó hablar del decreto y la negativa de Terragno a firmarlo fue en agosto, en un asado al que asistieron dos legisladores de la Alianza. Y desde entonces no cesó de buscar la historia secreta que ahora se cuenta. Por eso se sintió molesto y decepcionado, cuando se enfrentó con Virgilio Loiácono, un hombre de estatura mediana, morrudo, de maneras cancheras y paternalistas que le dijo: “Pero viejo, todo eso ya se sabe, es historia antigua” y le mandó pedir a María Elena Machinea el texto del decreto reservado y el del que lo hizo público. Una manera contundente de ratificar que era algo transparente, conocido y viejo. Salvo que equivocó la cronología. Cuando Página/12 le preguntó por qué había salido como “reservado” dio esta explicación: “Pero mire la fecha: en ese momento se anunciaba la reducción de sueldos, ¿cómo íbamos a decir que le dábamos 30 millones más a la SIDE?”. (El ajuste, como se sabe, fue en mayo y no en julio, pero su razonamiento no deja de ser inquietante: ¿era correcto darle 30 millones más a la SIDE cuando se le quitaba un diez por ciento a los empleados estatales?) Cuando se le indicó que esa cifra era lo suficientemente grande como para transparentarla, comentó: “Para una empresita es mucha plata; acá, visto desde el Estado, es una mierda”. Con igual displicencia, negó rotundamente que el jefe de Gabinete no hubiera querido firmar el decreto. “¿Cómo que no lo quiso firmar? Si no lo hubiera querido firmar se hubiera ido”. Pero su argumento fundamental era ese decreto 881 que tornó público al “reservado” 569, basándose en el siguiente considerando: “que los hechos de dominio público han demostrado un claro interés en conocer las decisiones adoptadas respecto de los créditos presupuestarios asignados a la Secretaría de Inteligencia del Estado”.
A Loiácono se le pasaron por alto el detalle de la fecha: 5 de octubre. (Que debería recordar bien, porque ese día ascendió a titular de la Legal y Técnica). Ese día, Fernando de la Rúa llevó a cabo el espectacular cambio de gabinete que concluyó con la renuncia de Chacho Alvarez. Ese día, también, le pidió la renuncia a Terragno, lo que tornaba imperativo el blanqueo del “reservado”: si, por despecho, el renunciado exhumaba ante los medios la tortuosa historia, había que taparle la boca con el decreto que se volvió público. (El 881 –curiosamente– no está firmado ni por Terragno ni por el sucesor, Chrystian Colombo). El 5 de octubre, por último, el Presidente envió a otro ministro cesante, el de Justicia, Ricardo Gil Lavedra, a cumplir una ingrata tarea en el juzgado de Liporaci. Pero esa ya es otra historia.

 

 

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