Por
Julian Borger *
Desde
Florida
Cuando parecía que las
cosas no podían ponerse peor en West Palm Beach, arremetió
Joseph Stalin. De una multitud de manifestantes en remeras y bermudas,
una pancarta surgió recordando al Estado Soleado las palabras proféticas
del Tío Joe: Los que emiten los votos no deciden nada. Los
que cuentan los votos deciden todo, decía la pancarta.
El cartel era enarbolado con el regocijo irónico más puro.
Nada podía ser más perfecto. El futuro de Norteamérica
no será decidido en las insípidas planicies del Medio Oeste
ni en los interminables e idénticos suburbios llenos de madres
de futbolistas tan queridas para los encuestadores de los partidos. Se
decidirá en Florida, la extraña y problemática protuberancia
de Estados Unidos en el Caribe, donde un millón de exiliados cubanos
que todavía complotan contra Castro se codean con jubilados judíos
de Brooklyn, refugiados haitianos y almas perdidas y empleados part-time
de Disney. Todos ellos parece que han actuado como bajo la influencia
de un gas local de los pantanos del lugar.
Durante la última semana, el resto de la nación miró
asombrada el espectáculo, con la mueca congelada de una sólida
familia yankee a la que le acaban de decir que los parientes vagos a los
que trataron de ignorar siempre han sido nombrados albaceas de su herencia.
Casi todos los días en los diarios de Florida se pueden encontrar
noticias escondidas que incrementan la definición de extraño:
cada una por sí sola, suficiente para lanzar una novela cómica
o un seminario de psiquiatría o ambos. Este, después de
todo, es un estado donde un hombre fue encontrado en su cama con un lagarto
como mascota, lo que desató un prolongado caso judicial sobre el
trato a los animales, aun cuando era la mitad humana de la relación
la que soportaba las cicatrices. Más recientemente, pero sobre
un tema similar, un hombre en el centro sur de Florida fue acusado de
dispararle a su perro porque sospechaba que éste era gay.
Para los fines de una comedia política, no hay mejor lugar para
que se decida el liderazgo de la única superpotencia mundial. No
por nada Florida es conocida por sus propios residentes como Banana Republic.
Es un estado con una historia de fraude electoral que puede competir con
cualquiera de sus vecinos de Centroamérica. En Miami, se ha sabido
de casos en que los muertos fueron los primeros en votar y los que lo
hicieron más seguido. Las urnas hacen viajes extraños, desapareciendo
y apareciendo como fantasmas. En las palabras de Mark Lane, un columnista
de Florida: Los ingleses no saben cocinar, los italianos no saben
formar gobiernos, los alemanes no saben hacer comedias, y los de Florida
no saben hacer una elección intachable. Es una cuestión
cultural.
Parece que siempre fue así. Desde que los británicos tomaron
control de Florida en 1763 a cambio de La Habana, ha sido un territorio
difícil de gobernar. Los ingleses fueron echados 20 años
más tarde, pero los colonos que los reemplazaron descubrieron que
era igualmente difícil imponer su voluntad a los nativos locales
norteamericanos hasta que el presidente Andrew Jackson finalmente gastó
20 millones de dólares en limpiar étnicamente a toda la
población de indios seminolas. En la guerra civil, Tallahassee
fue la única capital de estado de la Confederación que no
fue capturada por tropas de la Unión, que todavía estaban
acuarteladas allí en la crítica elección de 1876.
Esa elección fue una precursora misteriosamente similar a la actual.
Florida sólo tenía cuatro votos electorales, pero, entonces
como ahora, eran los que contaban en una contienda extremadamente pareja
entre dos candidatos: Samuel Tilden, el demócrata y Rutherford
Hayes, el republicano. Se emitieron 50.000 votos en 1876, un uno por ciento
del total de este año, y al final del recuento, había sólo
100 votos de diferencia entre los dos candidatos, en medio de reclamos
ycontrarreclamos de fraude. Las urnas fueron robadas y el estado se tomó
todo el tiempo del mundo en contar y recontar los votos. ¿Suena
familiar?
Para el día de Año Nuevo el año siguiente, sin un
ganador claro y con la nación inquieta entre las predicciones de
una nueva guerra civil, Florida no envió uno sino tres recuentos
al Congreso, provenientes de tres juntas electorales rivales. Dos declararon
ganador a Tilden. La otra optó por Hayes. Al final se estableció
una comisión electoral del Congreso que le dio la elección
a Hayes, un resultado que todavía está en discusión.
Hasta hoy, se presume que la mala praxis electoral es parte del escenario
en Florida, pero generalmente sólo afecta a las elección
de alcaldes e inspectores de escuelas locales. El único aspecto
notable de las elecciones de 1876 y 2000 es que Florida, con toda su gloriosa
excentricidad, termina eligiendo al hombre para el cargo más alto
en el país. Salvo eso, las discusiones postelectorales sobre las
elecciones son totalmente familiares para los locales. El hecho de que
la elección pueda depender de los votos postales es particularmente
nefasto. En Volusia, uno de los cuatro condados en discusión, se
descubrió en 1996 que los funcionarios electorales habían
llenado cientos de votos postales para el cargo de sheriff. Este año
en Volusia, un funcionario electoral dejó una bolsa llena de votos
en el asiento trasero de su automóvil y se encontraron varias otras
bolsas con votos sin los sellos oficiales. Al final, la policía
tuvo que precintar con cintas amarillas las oficinas de la junta electoral
para tratar de salvaguardar la credibilidad del recuento.
En Florida, los muertos no sólo votan, sino que se postulan para
cargos. En 1998, hubo acusaciones de que un candidato republicano había
muerto hacía tres años. (No resulta muy claro por qué
alguien había decidido postularse usando su identidad.) En Miami,
la elección de alcalde hace tres años fue tan fraudulenta
que hasta dejó boquiabierto a un estado habituado a la manipulación
electoral. El número de votos postales de los precintos cubano-norteamericanos
del condado de Dade subió muchísimo y más tarde se
descubrió que muchos habían sido emitidos por muertos de
Florida cuyo sentido cívico aparentemente perduró más
allá de la tumba. Luego el resultado fue revocado y las 56 personas
que habían organizado el fraude enfrentaron cargos judiciales.
El resultado fue posteriormente revocado y el alcalde Xavier Suarez, conocido
como el alcalde loco por su inclinación a visitar a
los votantes en el medio de la noche en su salida de baño, tuvo
que ceder ante Caballo Loco Carollo, que se ganó el apodo alentando
la agitación del exilio cubano en el asunto Elián González.
Desde las elecciones, el alcalde Carollo ha anunciado que deja el cargo
debido al colapso de su matrimonio, pero otros rostros familiares de la
saga Elián todavía están en acción, entre
ellos el irreprimible abogado Kendall Coffey. Su carrera parecía
haber terminado de pronto hace ocho años cuando perdió una
gran caso de narcóticos como fiscal federal y se consoló
visitando el Centro de Entretenimiento de Adultos Lápiz de Labios,
comprando una botella de Dom Perignon por 900 dólares y retirándose
a un cuarto arriba con una bailarina, a quien en algún momento
de la noche mordió tan fuerte en el brazo que ella presentó
cargos contra él. Pero Florida es un estado que perdona fácil.
Coffey rebotó para liderar el caso legal de los parientes de Miami
de Elián para que el náufrago cubano se quedara en Estados
Unidos. Ahora reapareció en el embrollo de la elección,
pero del lado contrario, representando a los demócratas, para disgusto
de la familia González, que lo declararon traidor.
El ubicuo Coffey es sólo un ejemplo. Casi todos los personajes
con un rol en esta farsa tropical parecen tener algún rasgo de
Florida. Terry Lewis, el juez que dictaminó la fecha final para
el recuento de votos, resulta que es un aspirante a novelista, cuya obra
literaria legal, Conflicto de Interés, cuenta la historia de un
abogado de Florida entre el alcoholismo y la ley. Katherine Harris, la
cítrica heredera republicana que reemplazó al juez Lewis
en el centro de la escena, fue obligada adevolver 20.000 dólares
en un escándalo financiero de campaña en 1994 y ha sido
criticada por despilfarrar el dinero público. Anteayer, hasta la
abuela Carol Roberts, uno de los tres miembros del ahora celebrado comité
electoral de Palm Beach, fue acusada de alterar los votos.
Es como si este caluroso y vaporoso estado nunca hubiera debido soportar
la fría mirada del escrutinio internacional, y ahora sus habitantes
están temblando bajo nuestra mirada. Sería una pena si su
exótica fauna política muriera en el proceso y sus fantásticos
pantanos electorales rellenados con cemento para siempre, de modo de hacer
de Florida un lugar seguro para la democracia.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère
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