Por Pablo Plotkin
Un metro sesenta y pico de
pura leyenda viva repitiendo hasta la madrugada un lacónico estribillo-insignia.
Por la carretera, cantó una y otra vez Manu Chao, sintetizando
la esencia de su viaje permanente: el hombre que llega a una ciudad del
Tercer Mundo con una guitarra en la valija se involucra hasta los huesos
con las alegrías y tristezas del lugar, sale a un escenario ardiente
y deja a miles de personas repitiendo especies de slogans aventureros
durante las semanas siguientes. Cuando el martes a la noche complete la
serie de tres shows en Obras (siempre con localidades agotadas; esto es:
15 mil personas en total), Manu habrá materializado un romance
que sostiene a la distancia con el público porteño, al que
no había enfrentado en escena desde la histórica presentación
de Mano Negra de 1992, en ese mismo estadio. Ocho años después,
la fascinación que experimentó América latina con
Clandestino (de 1998, su único disco solista publicado hasta la
fecha) sigue creciendo a fuerza de un puñado de canciones pequeñas
y fuertes como hormigas. Tal vez el hermetismo asfixiante de Obras no
es el decorado ideal para esta celebración, pero allí estaba
el francoespañol errante como fuente de energía inagotable,
ofreciendo las rolas (canciones) escritas en habitaciones
de hotel, butacas de avión y bares portuarios.
Manu viene a encarnar el lado bueno de la globalización. El europeo
moderno que se reinventa en la mezcla de culturas tercermundistas y que
es consciente, a su vez, de la necesidad de preservar los localismos.
El viajero sensible y desarraigado, con una decena de amigos en cada barrio
bajo del planeta, a la mayoría de los cuales verá una sola
vez en la vida. Las despedidas nunca son dramáticas (ya nos
mandaremos un fax, suele sonreír) para este modelo acabado
del romanticista 2000. La mayoría de su público porteño
pertenece a una clase media universitaria de pies inquietos. Chicos que
gastan sus ahorros recaudados en empleos no demasiado estables
en viajar a la Patagonia, el Machu Picchu o Barcelona, según las
posibilidades. En mayor o menor grado, cultivan cierta conciencia social
y ecologista, y la figura del trovador francoespañol proyecta la
realización de buena parte de sus sueños existenciales:
vivir del arte propio, conocer el mundo, relacionarse con toda clase de
gente, oponerse públicamente a las injusticias cometidas por los
gobiernos, fumar marihuana, conservar el espíritu adolescente.
Sentirse libre.
La asimilación multicultural se traduce en los sonidos y las palabras.
Manu Chao canta en castellano, francés, inglés, portugués
siempre en versiones defectuosas y vivaces, nutridas del idioma
de las esquinas y su banda Radio Bemba Sound System
eclosiona en una órbita que abarca el reggae, el ska, el hardcore,
el hip hop, el vallenato, el boogie, el samba reggae, la cumbia... Con
Bob Marley como profeta, deidad y oráculo (pero con The Clash,
Bola de Nieve y los viejitos piolas de Buena Vista también ahí),
Manu y los suyos se valen de una notable instrucción en cultura
rock para transformar historias sencillas en granadas sonoras.
Sus shows son, también, manifestaciones políticas. Más
allá de las remeras del Che, el Subcomandante Marcos y los colores
de Cuba, una bandera colgada en la tribuna de Obras exhibió el
mensaje No al pago de la deuda externa MST. Además,
la elección de Las Manos de Filippi como número de apertura
en la primera noche (ver aparte) avivó las brasas de un momento
anímico social particularmente complicado. Como ocurre en cada
ciudad que visita, el francés con domicilio en Barcelona (no por
mucho tiempo: el año que viene se mudará a Río de
Janeiro, aseguró) captó la atención de algunos movimientos
de derechos humanos que lo consideran el referente perfecto para difundir
sus luchas. Primero subieron al escenario los familiares de los presos
de La Tablada, luego un grupo de Madres de Plaza de Mayo (Línea
Fundadora) le regaló el pañuelo blanco simbólico
y más tarde un par de integrantes de HIJOS pronunciaron fuertes
discursos. Manu Chao volvía una y otra vez. ¡¿Qué
pasa por la calle, Buenos Aires?!, aulló por enésima
vez mientras el show se extinguía. Un par de rolas más,
sonrisas y más agradecimientos. La semana que viene estará
caminando otras calles. Ya mandará un fax y, tal vez, vuelva pronto.
LAS
MANOS DE FILIPPI, LA BANDA IDEAL PARA ABRIR
La combat-cumbia argentina
Por P.P.
¡Para nuestros piqueteros de todas las provincias!,
dijo Hernán Cabra de Vega, uno de los dos cantantes
de Las Manos de Filippi (a quien puede verse, periódicamente, tocando
la guitarra a la gorra en la calle Florida), cuando salió al escenario
de Obras enfundado en un llamativo traje blanco. Para aquellos que los
conocían, la dedicatoria era casi la única posible. La banda
que lideran Cabra y Hernán Mosky Penner (guitarra y
voz) pretende ser, más que un grupo de rock, un movimiento político
revolucionario. Sus canciones están concebidas como bombas molotov
lanzadas al corazón del gobierno y todos los poderes de turno.
Son los autores del ataque artístico más explícito
e incendiario al período menemista: Sr. Cobranza, tema
popularizado por Bersuit Vergarabat que tilda de narcos (entre
otras cosas) a la dirigencia política argentina. Todo dicho, en
el contexto de una historia personal un hombre al que le cortan
la luz por no pagar la factura con nombres y apellidos. La canción,
claro, fue vigilada por el Comfer de aquel entonces, que presionó
a las radios que la difundieran, amenazando con fuertes sanciones económicas
por el contenido insultante de la bonita página.
Pero Sr. Cobranza no es el único hit de su autoría
que sonó en boca ajena. La cumbia del cucumelo, menos
política y más volcada a ciertos excesos, que fue llevada
a la fama por Rodrigo, también fue compuesta por ellos. Cuando
la tocaron el viernes en Obras, Mosky se la dedicó con todo
cariño al Potro cordobés. Así, todas las canciones
de Las Manos se postulan como pequeños escándalos desestabilizadores
del sistema: llamadas a la huelga general, puteadas al ejército
pelotudo ocupado en cuidar ballenas, propuestas de legalización
de la marihuana, y promesas de matar al presidente cualquier
día de éstos, en cualquier calle de la ciudad. Buena parte
de ese rock de alto contenido drogón y subversivo quedó
registrado en el álbum Arriba las Manos, Esto es el Estado, editado
por la compañía multinacional Universal, que luego les rescindió
el contrato. Lo último que grabó la banda Las Manos
Santas Van a Misa es una obra conceptual en la que se dedican a
hablar de algunas cuestiones bíblicas y eclesiásticas, desde
su particular posición política. No sólo eso: en
el arte de tapa incluyen a un Daniel Grinbank (empresario rocker número
uno de la Argentina) alegremente crucificado, y a un padre Lombardero
alado revoloteando las tetas de Batato Barea.
La presencia de Las Manos de Filippi como grupo invitado de Manu Chao
se debe a que los argentinos vienen de pasar una temporada viviendo en
Barcelona. Allí conocieron al ex Mano Negra, que los invitó
a tocar. Ahora planean editar su próximo disco también en
España, un poco hartos de escuchar sus canciones en las radios
argentinas, pero en boca de otros.
|