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MANU CHAO COMENZO SU SERIE DE TRES RECITALES EN EL ESTADIO OBRAS
Unas canciones que explotan como granadas

El ex líder de Mano Negra volvió a tocar en Buenos Aires, ocho años después de un inolvidable y único show de su banda. El viernes y anoche hubo clima de fiesta y fervor político, en un estadio repleto. El martes concluye una visita que seguramente se repetirá en menos de seis meses.
Por Pablo Plotkin

Un metro sesenta y pico de pura leyenda viva repitiendo hasta la madrugada un lacónico estribillo-insignia. “Por la carretera”, cantó una y otra vez Manu Chao, sintetizando la esencia de su viaje permanente: el hombre que llega a una ciudad del Tercer Mundo con una guitarra en la valija se involucra hasta los huesos con las alegrías y tristezas del lugar, sale a un escenario ardiente y deja a miles de personas repitiendo especies de slogans aventureros durante las semanas siguientes. Cuando el martes a la noche complete la serie de tres shows en Obras (siempre con localidades agotadas; esto es: 15 mil personas en total), Manu habrá materializado un romance que sostiene a la distancia con el público porteño, al que no había enfrentado en escena desde la histórica presentación de Mano Negra de 1992, en ese mismo estadio. Ocho años después, la fascinación que experimentó América latina con Clandestino (de 1998, su único disco solista publicado hasta la fecha) sigue creciendo a fuerza de un puñado de canciones pequeñas y fuertes como hormigas. Tal vez el hermetismo asfixiante de Obras no es el decorado ideal para esta celebración, pero allí estaba el francoespañol errante como fuente de energía inagotable, ofreciendo las “rolas” (canciones) escritas en habitaciones de hotel, butacas de avión y bares portuarios.
Manu viene a encarnar el lado bueno de la globalización. El europeo moderno que se reinventa en la mezcla de culturas tercermundistas y que es consciente, a su vez, de la necesidad de preservar los localismos. El viajero sensible y desarraigado, con una decena de amigos en cada barrio bajo del planeta, a la mayoría de los cuales verá una sola vez en la vida. Las despedidas nunca son dramáticas (“ya nos mandaremos un fax”, suele sonreír) para este modelo acabado del romanticista 2000. La mayoría de su público porteño pertenece a una clase media universitaria de pies inquietos. Chicos que gastan sus ahorros –recaudados en empleos no demasiado estables– en viajar a la Patagonia, el Machu Picchu o Barcelona, según las posibilidades. En mayor o menor grado, cultivan cierta conciencia social y ecologista, y la figura del trovador francoespañol proyecta la realización de buena parte de sus sueños existenciales: vivir del arte propio, conocer el mundo, relacionarse con toda clase de gente, oponerse públicamente a las injusticias cometidas por los gobiernos, fumar marihuana, conservar el espíritu adolescente. Sentirse libre.
La asimilación multicultural se traduce en los sonidos y las palabras. Manu Chao canta en castellano, francés, inglés, portugués –siempre en versiones defectuosas y vivaces, nutridas del idioma de las esquinas– y su banda –Radio Bemba Sound System– eclosiona en una órbita que abarca el reggae, el ska, el hardcore, el hip hop, el vallenato, el boogie, el samba reggae, la cumbia... Con Bob Marley como profeta, deidad y oráculo (pero con The Clash, Bola de Nieve y los viejitos piolas de Buena Vista también ahí), Manu y los suyos se valen de una notable instrucción en cultura rock para transformar historias sencillas en granadas sonoras.
Sus shows son, también, manifestaciones políticas. Más allá de las remeras del Che, el Subcomandante Marcos y los colores de Cuba, una bandera colgada en la tribuna de Obras exhibió el mensaje “No al pago de la deuda externa –MST–”. Además, la elección de Las Manos de Filippi como número de apertura en la primera noche (ver aparte) avivó las brasas de un momento anímico social particularmente complicado. Como ocurre en cada ciudad que visita, el francés con domicilio en Barcelona (no por mucho tiempo: el año que viene se mudará a Río de Janeiro, aseguró) captó la atención de algunos movimientos de derechos humanos que lo consideran el referente perfecto para difundir sus luchas. Primero subieron al escenario los familiares de los presos de La Tablada, luego un grupo de Madres de Plaza de Mayo (Línea Fundadora) le regaló el pañuelo blanco simbólico y más tarde un par de integrantes de HIJOS pronunciaron fuertes discursos. Manu Chao volvía una y otra vez. “¡¿Qué pasa por la calle, Buenos Aires?!”, aulló por enésima vez mientras el show se extinguía. Un par de rolas más, sonrisas y más agradecimientos. La semana que viene estará caminando otras calles. Ya mandará un fax y, tal vez, vuelva pronto.

 


 

LAS MANOS DE FILIPPI, LA BANDA IDEAL PARA ABRIR
La combat-cumbia argentina

Por P.P.

”¡Para nuestros piqueteros de todas las provincias!”, dijo Hernán “Cabra” de Vega, uno de los dos cantantes de Las Manos de Filippi (a quien puede verse, periódicamente, tocando la guitarra a la gorra en la calle Florida), cuando salió al escenario de Obras enfundado en un llamativo traje blanco. Para aquellos que los conocían, la dedicatoria era casi la única posible. La banda que lideran Cabra y Hernán “Mosky” Penner (guitarra y voz) pretende ser, más que un grupo de rock, un movimiento político revolucionario. Sus canciones están concebidas como bombas molotov lanzadas al corazón del gobierno y todos los poderes de turno. Son los autores del ataque artístico más explícito e incendiario al período menemista: “Sr. Cobranza”, tema popularizado por Bersuit Vergarabat que tilda de “narcos” (entre otras cosas) a la dirigencia política argentina. Todo dicho, en el contexto de una historia personal –un hombre al que le cortan la luz por no pagar la factura– con nombres y apellidos. La canción, claro, fue “vigilada” por el Comfer de aquel entonces, que presionó a las radios que la difundieran, amenazando con fuertes sanciones económicas por el contenido “insultante” de la bonita página.
Pero “Sr. Cobranza” no es el único hit de su autoría que sonó en boca ajena. “La cumbia del cucumelo”, menos política y más volcada a ciertos excesos, que fue llevada a la fama por Rodrigo, también fue compuesta por ellos. Cuando la tocaron el viernes en Obras, Mosky se la dedicó “con todo cariño” al Potro cordobés. Así, todas las canciones de Las Manos se postulan como pequeños escándalos desestabilizadores del sistema: llamadas a la huelga general, puteadas al “ejército pelotudo” ocupado en cuidar ballenas, propuestas de legalización de la marihuana, y promesas de “matar al presidente” cualquier día de éstos, en cualquier calle de la ciudad. Buena parte de ese rock de alto contenido drogón y subversivo quedó registrado en el álbum Arriba las Manos, Esto es el Estado, editado por la compañía multinacional Universal, que luego les rescindió el contrato. Lo último que grabó la banda –Las Manos Santas Van a Misa– es una obra conceptual en la que se dedican a hablar de algunas cuestiones bíblicas y eclesiásticas, desde su particular posición política. No sólo eso: en el arte de tapa incluyen a un Daniel Grinbank (empresario rocker número uno de la Argentina) alegremente crucificado, y a un padre Lombardero alado revoloteando las tetas de Batato Barea.
La presencia de Las Manos de Filippi como grupo invitado de Manu Chao se debe a que los argentinos vienen de pasar una temporada viviendo en Barcelona. Allí conocieron al ex Mano Negra, que los invitó a tocar. Ahora planean editar su próximo disco también en España, un poco hartos de escuchar sus canciones en las radios argentinas, pero en boca de otros.

 

 

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