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el Kiosco de Página/12

La lustrabotas
Por Enrique Medina

Termina de beber el cortadito y dobla la página del diario. La sección Deportes le hace un guiño. Lo distrae. No le interesa el deporte. Mucho menos el fútbol. Pero se lo calla entre amigos. No quiere mostrarse desdeñoso hacia aquellos que enloquecen por los que patean una pelota. Hay mucha demagogia en esto, se dice. Periodistas de radio y televisión que se hacen los fanas para acoplarse admiradores. Negocio. Los multimedios encanutados con el fútbol. Todo es negocio. Nadie se salva en este país, en este mundo. Ruin. Es lo que ella le dijo en la cara:
–¿Te creés que porque estás en el gobierno ya es suficiente? Vos, lo que no tenés, y te falta, es decencia. La mierda cuando más sube más huele.
Y él se calló bien la boca. Porque sabe que ella no miente. Nunca le mintieron las mujeres. Nunca pudo ser amigo de ellas. Luego de separados, nada de amistad, nada de llamados de teléfonos, ni contarse la nueva vida. Siempre terminó a las patadas. Y él siempre cagó a todas. Nunca lo cagó una mujer. Salió indemne de todos los combates. ¿Cómo hacen las mujeres para meterse con cagadores? ¿Los olerán? ¿Será el masoquismo innato lo que las lleva a hacerse cagar?.. Bueno, hay que reconocer que no sólo he cagado a mujeres –se sincera en un pensamiento neutro–, también he cagado a hombres. Los he echado como se echa los restos de una comida al tacho de basura. Y me he hecho el oso. He puesto cara de gil. No respondo al teléfono cuando sé que la llamada es para pedir y no para dar. Siempre ventajero. A pesar de que ahora tengo un buen cargo. El mejor. Me lo gané. Empecé de pinche. Me envidian los que están bajo mi poder. Me temen. Esta es una época de oro, hay que reconocer que entrar en el gobierno me vino bien. Aligeramos el barco. Y ahora tenemos más ganancias para nosotros. ¿Que se mueren de hambre?.. ¿Y qué?.. Que se jodan. A mí me va bien. Siempre se murió gente. Eso no es pecado. Todos van a morir. Yo también, lo sé. ¿Y con eso, qué? Yo, tengo que salvarme yo. Nadie va a mirar por mí, nadie. Yo pasé las mías. Cuando me tuve que jugar, me jugué. Y nadie me daba la hora. Al Jorge lo eché porque me caía mal, lo reconozco. No me vino a saludar cuando me dieron el puesto. No le gusta ser cortesano, bien. Tiene su derecho, si no le gusta ser cortesano que no lo sea, que se joda, por eso lo eché. Tuve que demostrar mi poder. Si no lo echaba, iba a quedar como que él era más que yo. Se la gané. Lo eché. Sé que ahora está muriéndose de hambre. Me llamó, pero me hice el oso. Sé que no encuentra trabajo en ningún lado por la edad. Tendría que jubilarse el boludo. Si puede. O que se suicide, qué sé yo. No es mi problema. Estoy en el gobierno. En lo privado me va bien. Con la Chela ando bien en la cama y eso no quiere decir que haya dejado de ser buena secretaria, al contrario; ella cuernea al dorima y yo tengo cama sin compromiso. Ahora me separo de mi mujer. La voy a cagar bien cagada. Ni un peso me va a sacar. Me voy a hacer el boludo y le dejo el auto como si hiciera un sacrificio, para que crea que algo me saca. La verdad es que me saco el auto de encima. Me voy a comprar ese Mercedes último modelo. El depa lo tengo a nombre de mi vieja. No problems.
Se acaricia los bigotes. Llama al mozo y pide otro cortadito. Mira la esquina. Gente caminando. Gente con puestitos vendiendo pavadas. Gente que baja a tomar el subte. Autos y ómnibus que van y vienen. Un policía. El bar de la otra esquina. Bar feo. Al que él nunca fue. El siempre pierde el tiempo en esta confitería. Más fina. Y más cara. Te alcanzan el diario. Todo está en orden. Cada uno cumpliendo su papel. Para lo que nacieron. Por eso, convencido de que cada uno ha nacido para cumplir papeles predeterminados, es que se siente bien, feliz, ganador. Sabe que hay gente menor que jamás podría ocupar su puesto. Puesto que, si está en su posesión, es porque lo merece y se acabó. Igual que esa mujer que en la vereda, apoyada en la columna del bar, donde están las mesas, vacías porque hoy hace fresco, trabaja de lustrabotas. Es morocha, muy bien. No da más que para eso. Es casi anciana y no puede decirse que sea linda o agradable, más bien lo contrario. De esto está convencido. Está convencido de que ni de joven ha sido linda. Pero hay algo que percibe de esa mujer sin llegar a comprenderlo de manera clara. La ve que lustra con ganas. La ve que habla con el hombre al que le lustra los zapatos. Hasta la ve sonreír. Y empieza a molestarle esa mujer. No sabe por qué. Por suerte viene el mozo con el cortadito y deja de mirarla y retoma el pensamiento que se refiere a su futura ex mujer. Que es indigna de él. Como él sí es digno de su trabajo. Y punto. Y no se da cuenta de que la mujer que lustra ha dejado de lustrar y, de casualidad lo mira, le mira el perfil apenas, con el pocillo llegando a los labios, y deja de mirarlo enseguida. Esta mujer, la única lustrabotas del Barrio Norte, y de Buenos Aires, ha vivido lo necesario como para conocer mucho a la gente, y hay gente que no merece que ella le dedique tiempo, especialmente las más fácilmente detectables, las inmundicias que se huelen desde lejos.


REP

 

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