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OPINION

No esperes que un hombre muera

Por Eduardo Tagliaferro

En los años 70, cuando en nuestra sociedad reinaban dictaduras militares, los profesores de Educación Democrática, Instrucción Cívica o ERSA repetían, para explicar la democracia, una definición del norteamericano Franklin Delano Roosevelt: “La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Los funcionarios de este gobierno quizá recuerdan aquella definición de Roosevelt y por eso dicen que no van a hacer nada con la protesta de los presos por el asalto al cuartel de La Tablada. “A la gente no le interesa” afirman. En estos tiempos claro, la palabra “gente” reemplaza a la universal “pueblo”. Un observador externo que repare en las definiciones oficiales podría concluir que este gobierno es fiel intérprete de la voluntad de las mayorías. Sin embargo no hay ningún testimonio que muestre apoyo popular a medidas como el recorte del 12 por ciento a los sueldos estatales, o el reciente intento de terminar con la jubilación estatal a manos de las AFJP. Los presos de La Tablada no reclaman leyes de privilegio como “las de obediencia debida o punto final”, tampoco piden indultos como los que recibieron los genocidas militares. Simplemente exigen que el Gobierno respete tratados internacionales que fueron incorporados a la reformada Constitución nacional. La misma que nació al calor del Pacto de Olivos y que permitió la reelección de Carlos Menem. El gobierno de Fernando de la Rúa se autoproclama “republicano” y por eso no decide nada, delega el caso en el Congreso. Los legisladores, se sabe, tienen otras preocupaciones: los senadores sueñan con una contraofensiva que honorabilice el cuerpo parlamentario y tal vez pronto puedan constituirle un monumento al salteño Emilio Cantarero; y los diputados no logran siquiera sentar sus traseros en las bancas. Hecho que igualmente no los eximirá de futuras responsabilidades. Mientras tanto el Gobierno reafirma su apego a la ley.
No hay ningún código, ni ley que contemple la figura de “estafa electoral”. La existencia de una cantidad de promesas incumplidas tal vez explique la sensación social de abatimiento y tristeza que inunda a muchos argentinos. Si no fuera porque todo corre peligro, las defraudaciones electorales podrían simpáticamente ingresar a la galería de la viveza criolla. No hace falta que un ayunante de La Tablada muera para saber que el autoritarismo está regresando a escena. El gobierno de De la Rúa, elegido hace doce meses, es indiscutiblemente un gobierno “del” pueblo. Que gobierne “por” el pueblo está en discusión. Ahora pocas dudas caben “para” quién gobierna. Lo hace para grupos concentrados del capital financiero, denominados genéricamente “los mercados”. Para la City o las administradoras de fondos de inversión la protesta de los presos de La Tablada es tan extraña como lejana. En este tema el Gobierno no mostró sus nervios y al no atender sus reclamos permitió que los ayunantes transiten la delgada línea que separa la vida de la muerte y es sabido que cuando un hombre muere todo corre peligro.

 

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